Recordemos la importancia de la cultura islámica en la
ciudad de Jaén, analizando sus mejores años en la zona y su importancia más
allá de nuestras tierras. No sólo han dejado maravillas como los Baños Árabes,
murallas o restos de algún que otro alcazar. Veremos a continuación cómo fue la
situación de esta ciudad en tiempos de hegemonía islámica.
Recordemos que la ciudad de Jaén fue tomada por Abdelazib en
el año 713 d.c. y perteneció a la cultura islámica hasta el 1246 al ser
reconquistada por Fernando III, el Santo.
Durante cinco siglos estuvieron los árabes en Jaén. La
consideraron como una gran ciudad. Le dieron walí (cargo existente en muchos
lugares del mundo árabe e islámico que equivale al de gobernador), levantaron
mezquitas y construyeron fortificaciones y palacios.
Con los árabes, Jaén, denominada Yayyan fue una excelente
tierra regada por abundante agua que fluye en forma de ríos y fuentes,
poseedora de gran cantidad de cultivos, así como de una famosa industria de
tapices y utensilios domésticos de madera que se exportaban por todo Al-Andalus
y el Magreb. Destacó la magnífica situación geográfica de Yayyan como paso
obligado entre Córdoba y Toledo, y entre Córdoba y Tudmir (zona de la actual
región de Murcia), pues se podría afirmar que algunas de las más importantes
vías del sur de Al-Andalus cruzaban la cora de Yayyan.
Esta época deja una enorme marca en la configuración urbana.
Aquella ciudad seguiría el modelo islámico de oriente, que se ha descrito como:
“secreta, indiferenciada, sin rostro, misteriosa y recóndita, hondamente
religiosa, símbolo de igualdad de los creyentes antes el Dios Supremo”.
Medina Yayyan aparece plenamente configurada en el primer
cuarto del siglo XI como núcleo urbano compuesto por la medina amurallada y la
alcazaba. El abundante potencial de agua en la propia ciudad y en sus
inmediaciones hizo que surgieran fértiles huertos y vegas circundantes para
cuyo riego se construyeron albercas.
La ciudad estaba formada por un nicho central, en que se
hallaba la mezquita (hoy retornada en la catedral de Jaén), en torno a la cual
se agrupaba la vida comercial y religiosa, en el mercado cerrado de productos
valiosos, las alhóndigas o almacenes de mercancías, y al mismo tiempo, posadas,
baños y zocos.
Esta mezquita, construida por Abd al-Ramãn II, se alzaba en
una zona desde la que se dominaba toda la ciudad, en una plaza de la que
partían las calles principales, angostas y tortuosas, que se tornaban a cada
paso, formadas por manzanas de casas grandes e irregulares. Las calles más
estrechas no tenían salida generalmente, pero sí una puerta para ingreso que se
cerraba por la noche al objeto de ofrecer seguridad a sus vecinos. A éstas se
le denominaban adarves y aún se conservan algunos (zona de ‘Adarves bajos’, por
ejemplo). Otras calles aparecen atravesadas por cobertizos y pasos que unían las
plazas elevadas de las casas, a uno y otro lado de la calle. Las gentes se
agrupaban en los arrabales y barrios por sus creencias religiosas, así como por
su medio de vida u ocupación, de donde se tomaba el nombre del barrio.
Este conjunto de calles se ha clasificado en cuatro tipos,
distinguiéndose las vías maestras; las calles públicas, que parten de las
anteriores, en las que se afincaban los artesanos y que funcionaban como
maestras de los barrios; las calles de paso, conectadas con las públicas; y por
fin, los callejones sin salida.
Las dos vías maestras discurrían paralelas siguiendo las
curvas de nivel, cruzando la falda del monte, y que confluían en la Puerta de
Martos. Esta estructura urbana se mantendría en época medieval y moderna y aún
es claramente observable en la realidad, de ahí la importancia de la
distribución de los árabes en los primeros años de Yayyan.
Durante la larga dominación árabe se produjeron luchas entre
moros y cristianos y prolongadas etapas de paz. Alfonso el Batallador cercaría
Jaén entre 1.125 y 1.151, conquistándola finalmente Fernando III el Santo, en
1.246. Los moros la atacaron en 1.300, pero no consiguieron hacerse con la
plaza debido a la ayuda prestada a Jaén por los Caballeros de Baeza. A lo largo
de aquella etapa árabe el Alcázar viejo (parte de lo que hoy es el Castillo de
la ciudad), que era modificado continuamente, fue escenario de grandes
acontecimientos.
Había acontecido unos años antes a los hechos que relatamos
del fin del la influencia islámica en Jaén la famosa batalla de Navas de Tolosa
en el 1212, lo que supuso un inicio de la decadencia de los almohades en
Al-Andalus.
Entre los musulmanes, al fallecer el califa al-Munstansir, surgiría
un pleito dinástico y fuertes rivalidades entre al-Addil y al-Bayyasi. Todos
estos conflictos eran observados por los cristianos, dirigidos bajo las órdenes
de Fernando III el Santo, que buscaría la ocasión adecuada para proseguir con
la Reconquista. Se aliaría con al-Bayyasi, buscando reconquistar los
territorios de Baeza y Quesada que le habían sido arrebatados. Las tropas
conjuntas cristianas y musulmanas conquistaron fácilmente estos territorios,
por la falta de motivación de los almohades dirigidos por al-Addil. Los
dirigentes musulmanes deberían buscar establecer pactos de vasallaje con el
monarca cristiano para evitar caer en manos de toda la labor expansionista.
Fernando III iniciaría entonces una campaña en 1225 para conquistar la ciudad
de Jaén: la técnica ejercida, al cederle al-Bayyasi pleno dominio sobre la
ciudad para cuando la conquistase, sería el sitio. Alfonso VII ya habría
intentado tomar la ciudad a priori, pero la presión que ejercieron los
almorávides tras las murallas en el 1125 hizo imposible proseguir con la
campaña. Al comienzo del nuevo asedio se vio finalizado pronto, recurriendo simplemente
con arrasar las tierras que proporcionaban el alimento a la ciudad: con ello
estudiarían sus defensas y desmoralizarían a la población. Los campamentos se
dispondrían en diversas situaciones (actual sanatorio del Neveral, cerca de la
Magdalena…). Mientras que no prosiguiera este asedio, el monarca iría tomando
algunas ciudades para minar la moral de los musulmanes, ya fuere de una forma
pacífica, en su medida (Alhama, Andújar…), ora pasándolos por el cuchillo
(Loja). Álvaro Pérez de Castro dirigiría
estas campañas con un ejército considerable formados por caballeros cristianos
y peones musulmanes.
Tras un segundo sitio en el 1230, se proclamaría a
Muhammad B. Yusuf b. Al-hamar como rey de Jaén en el año 1232, para que en el
año 1246, por un pacto de vasallaje con Fernando III le cediese la ciudad de
Jaén. El 28 de febrero la ciudad capitularía, tras la rendición de Ibn Nasr,
dado que el sultán nazarí de Arjona le habría cedido el privilegio de la
conquista. Los musulmanes intentarían conquistar de nuevo la ciudad en el año
1300, pero los caballeros de la orden de Baeza hicieron imposible esta gesta.
El castillo de Jaén, convertido en el actual Castillo de Santa Catalina, sería
modificado para los usos cristianos de la época.
En un principio, tras la conquista de la ciudad de Jaén por
Fernando III, la convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos mostraría
una aparente estabilidad: las diversas culturas se influenciarían entre ellas
de forma positiva aportándose rasgos en el ámbito del arte (mudéjar), denotando
una situación de progresiva tranquilidad. A posteriori, las historias que se
habían vivido de la influencia entre musulmanes y cristianos se verían
plasmados en los romances moriscos (Reduán) y la novela morisca (La Historia
del Abencerraje).
Sin embargo, los albores de la Inquisición y la búsqueda de
expulsión de los musulmanes, provocó conversiones en masa para evitar posibles
problemas, aunque, al acontecerse actos de apostasía (conversión a la religión
original), se producirían numerosas ejecuciones. Esta situación se
generalizaría a judíos y musulmanes por igual en el siglo XIV. Muchos
musulmanes tuvieron que cambiarse de nombre, y no serían precisamente aceptados
por la zona del Guadalquivir. En la época del condestable Miguel Lucas de Iranzo,
en tiempos del rey Enrique IV, muchos de los musulmanes deberían convertirse
para salvar sus vidas. Tras la muerte de Enrique IV, y el ascenso al trono de
Isabel la Católica, los conversos recibirían diversas indemnizaciones por los
males causados.
Pero en este ámbito, no obstante, surgiría la Inquisición,
para el perdón de los paganos por la Iglesia, pues estos podían salvarse si
renunciaban a su fe en los actos y ceremonias oficiados. La sentencia
condenatoria, por aquel entonces, tenía dos posibles variantes: de
reconciliación: el pecador renunciaba a su fe, cumplimentaba las penas
impuestas e iniciaba una nueva vida, acosado por miradas ajenas en su condición
pagana, pues si mentían, irían a la hoguera; de relajación: el condenado se
mantenía en su fe, por lo que podía pasar a ser un sambenito (marcados por una
cruz de condenación), al cual se le imprimiría la pena de muerte, por hoguera,
se le imponían latigazos, el destierro, el garrote, eran quemados vivos
“pertinaces de herejía”, circulaban por las calles en diligencias para que la
gente les insultara y recapacitaran… Los autos de fe fueron diversas
ceremonias, de carácter penitencial, que concurrían con elevados gastos, en las
cuales los condenados podían pasar por la sentencia que les conviniese, para el
aleccionamiento de la gente. El honor residía en la fidelidad a la religión, la
impureza en la ascendencia musulmana.
Sería en Jaén uno de los primeros sitios donde se impondría
el tribunal de la Inquisición (tercero de España, 1483), antes de que fuera
plenamente admitida por la bula del papa Julio III en 1552. Las medidas se
impondrían en Jaén, Úbeda, Baeza y Alcaraz. No obstante, trataría de suavizarse
a posteriori por las intercesiones del papa Paulo V y el conde-duque de
Olivares. Uno de los primeros inquisidores, el doctor Guiral, sería denunciado
por casos de prevaricación y cohecho, por lo que entrarían las duras medidas de
Diego Rodríguez Lucero, apoyado por fray Diego de Deza, que acusaría a los
conversos por sus amplios poderes económicos, por lo que encarcelaría a muchos
mercaderes ricos: fue un proceso de desarticulación de una naciente burguesía
de conversos. Muchos entrarían en diversas cofradías para evitar este
procesamiento, aunque serían descubiertos a posteriori. Sus medidas estuvieron
llenas de severidad y fraudes, por lo que el inquisidor Niño condenaría sus
actividades en el 1508, por lo que sería procesado por la Congregación General
de Burgos, por lo que se damnificarían a algunos de los conversos por las duras
medidas a las que habían sido expuestos, aunque se exigirían ciertas
contribuciones.
En el siglo XVI, la situación se tranquilizó más para los
musulmanes. Sin embargo, acontecerían una serie de rebeliones en las
Alpujarras, pues había algunos reductos de musulmanes que aspiraban que llegase
un desembarco turco a la Península para la vuelta del Islam: la batalla de
Lepanto decidió un ámbito de mayor poder por parte del imperialismo de Felipe
II. Los musulmanes que serían condenados por la Inquisición serían acusaos de
blasfemia, negar la virginidad de la Virgen María, negar la institucionalidad
de ciertos Sacramentos, aspectos de la confesión… En esta época todavía se
seguirían conservando algunos cultos y costumbres. Algunos serían acusados de
alterar la instrucción religiosa de ciertas personas, y por practicar la çala y
el guadoc. La mera posesión del Corán sería un delito que sería castigado, en
los casos de Iñigo de Chaves, Elvira Hernández, Isabel de Aranda… Algunos
moriscos defendían la libertad de religión para llegar al cielo, como
argumentaban María de Hornos o Lorenzo de Linares. La ciudad de Jaén registró
por aquellos tiempos la mayor cantidad de blasfemia. La conversiones forzadas
también estarían presentes, pese a los alegatos de Cristóbal de la Chica y Diego
Gómez (“también los moros se salvan”, “cada uno se puede salvar en su ley”).
En el siglo XVII, habría una persecución más acusada de los
moriscos. Por una publicación promulgada en la Ciudad de Sevilla por el rey
Felipe III, favorecida por la intercesión del duque de Lerma, se databa el 12
de enero de 1610 la fecha de expulsión de los moriscos de la ciudad de Jaén,
así como había ocurrido en otras ciudades españolas, pues España se hallaba en
una profunda crisis tras la Tregua de los Doce años, por lo que se necesitó
hacer el expolio de muchos bienes de los moriscos para satisfacer las
necesidades de la Corona, lo cual saldría a la larga caro, pues estos eran
importantes conocedores de las técnicas agrarias y comerciales. Esto se había
incitado además por la rebelión de las Alpujarras, que pese a que se intentó
mediar para mantener un equilibrio entre partes, causó un descontento a nivel
general. Alonso Vázquez, el gobernador de Jaén, informaría al monarca sobre las
determinaciones que debía llevar a cabo, según se le había informado por el
conde de Salazar, para regular la marcha de los moriscos y la condena de
aquellos que manifestasen abiertamente su religión. Muchas tierras serían
expropiadas por la Iglesia, aunque aquellas mujeres moriscas que estuviesen
casadas con cristianos viejos podían salvarse de esta medida. Muchos de los
moriscos jiennenses saldrían por el puerto de Málaga. Los cánones del Concilio
de Trento estaban muy presentes en esta época. En Jaén, había una superioridad
numérica de musulmanes en Andújar, inclusive en la capital y en Úbeda.
Surgirían múltiples denuncias por las prácticas de ritos musulmanes de
sacrificar animales (zorzales), funerarios, en las bodas y por dudar de la
virginidad de la Virgen María. Alonso Lapaz y Lorenzo de León fueron acusados
en su época por ser una mala influencia para los proyectos de educación y
formación cristiana. Se denuncian también a los musulmanes por practicar su
abstinencia en el mes del Ramadán y para comer tocino. No obstante, no se llegó
a insistir tanto en la posesión de escritos arábigos o del Corán. Incluso
empezaron a surgir moriscos ilustrados, como Iñigo de Chaves o Luis Pérez del
Berrio.
En el siglo XVIII, se buscó la supresión de la Inquisición
en el reinado de Felipe V, aunque este no se mostró demasiado interesado en el
tema en cuestión. Ilustrados como el conde de Aranda o Pablo de Olavide
buscaban el fin de esta institución. Entre las medidas de los Decretos de
Chamartín de Napoleón, durante el dominio francés sobre España, se derogaría la
Inquisición, al igual que en los decretos promulgados por las Cortes
legislativas, aunque el Estatuto de Bayona y la Constitución de 1812 no
abdicaban en sus deseos de mantener la confesionalidad católica en un país
fuertemente aliado con la Iglesia. Obsérvese que en el Trienio Liberal, por el
triunfo del liberalismo durante el reinado de Fernando VII, una de las medidas
que se llevaron a cabo fue la supresión definitiva del tribunal de la
Inquisición, aunque esto no quitaba que los musulmanes siguieran cohibidos en
la profesión de su fe. Los musulmanes quedarían restringidos a algunas
prácticas clandestinas y no harían aportes significativos al desarrollo del
país durante las sucesivas crisis.
En el desarrollo de las Constituciones españolas, obsérvese
que en las Constituciones de 1837 y 1845 se seguía imponiendo la
confesionalidad católica en el territorio español (y más con la firma del
Concordato de 1851 con la Santa Sede). La Constitución de 1856, pese a que no
se promulga, es la que, pese a la mayor apertura a la confesionalidad católica
en el territorio español, promueve la libertad en la práctica de religiones. En
la Constitución de 1869, sigue albergándose la posibilidad de, pese a la
práctica de un Estado confesional católico, practicar diversas religiones en el
ámbito público y privado, con las únicas limitaciones de las reglas universales
de moral y derecho. En la Constitución de 1876, se sigue permitiendo la
práctica de otras religiones, manteniendo un debido respeto a la moral católica,
aunque solo podrían oficiarse ceremonias públicas en el ámbito del catolicismo.
En la Constitución de 1931, se admite la posibilidad de practicar con libertad
cualquier religión, sin que tuviere que pedir cuentas a nadie de qué religión
profesaba. Por la declaración del Fuero de los españoles de 1945, queda
garantizada la libre práctica de religiones en el ámbito privado, mas no en el
público, aspecto que empezaría a consolidarse a partir de la Ley Orgánica del
Estado de 1966. Finalmente, por la actual Constitución de 1978, se admite la
libre profesión de cualquier religión dentro de nuestro país, reforzada
definitivamente por la Ley Orgánica de libertad religiosa (BOE, 7/1980): El
Estado garantiza el derecho fundamental a la libertad religiosa y de culto,
reconocido en la Constitución de acuerdo con lo prevenido en la presente Ley
Orgánica. Este es el principal motivo por el cual existen diversas comunidades
musulmanas distribuidas por Jaén que pueden manifestar expresamente su religión.
Nota: este articulo ha sido publicado en el siguiente blog http://2b-proyectointegrado-islam1.blogspot.com.es/
Cuyos autores son Angel Estrella, Pablo Hortelano, Jesus Marchal y Francisco Enrique Valle.
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