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domingo, 2 de marzo de 2014

El Jaén Islámico.


Recordemos la importancia de la cultura islámica en la ciudad de Jaén, analizando sus mejores años en la zona y su importancia más allá de nuestras tierras. No sólo han dejado maravillas como los Baños Árabes, murallas o restos de algún que otro alcazar. Veremos a continuación cómo fue la situación de esta ciudad en tiempos de hegemonía islámica.

Recordemos que la ciudad de Jaén fue tomada por Abdelazib en el año 713 d.c. y perteneció a la cultura islámica hasta el 1246 al ser reconquistada por Fernando III, el Santo.

Durante cinco siglos estuvieron los árabes en Jaén. La consideraron como una gran ciudad. Le dieron walí (cargo existente en muchos lugares del mundo árabe e islámico que equivale al de gobernador), levantaron mezquitas y construyeron fortificaciones y palacios.

Con los árabes, Jaén, denominada Yayyan fue una excelente tierra regada por abundante agua que fluye en forma de ríos y fuentes, poseedora de gran cantidad de cultivos, así como de una famosa industria de tapices y utensilios domésticos de madera que se exportaban por todo Al-Andalus y el Magreb. Destacó la magnífica situación geográfica de Yayyan como paso obligado entre Córdoba y Toledo, y entre Córdoba y Tudmir (zona de la actual región de Murcia), pues se podría afirmar que algunas de las más importantes vías del sur de Al-Andalus cruzaban la cora de Yayyan.

Esta época deja una enorme marca en la configuración urbana. Aquella ciudad seguiría el modelo islámico de oriente, que se ha descrito como: “secreta, indiferenciada, sin rostro, misteriosa y recóndita, hondamente religiosa, símbolo de igualdad de los creyentes antes el Dios Supremo”.

Medina Yayyan aparece plenamente configurada en el primer cuarto del siglo XI como núcleo urbano compuesto por la medina amurallada y la alcazaba. El abundante potencial de agua en la propia ciudad y en sus inmediaciones hizo que surgieran fértiles huertos y vegas circundantes para cuyo riego se construyeron albercas.

La ciudad estaba formada por un nicho central, en que se hallaba la mezquita (hoy retornada en la catedral de Jaén), en torno a la cual se agrupaba la vida comercial y religiosa, en el mercado cerrado de productos valiosos, las alhóndigas o almacenes de mercancías, y al mismo tiempo, posadas, baños y zocos.

Esta mezquita, construida por Abd al-Ramãn II, se alzaba en una zona desde la que se dominaba toda la ciudad, en una plaza de la que partían las calles principales, angostas y tortuosas, que se tornaban a cada paso, formadas por manzanas de casas grandes e irregulares. Las calles más estrechas no tenían salida generalmente, pero sí una puerta para ingreso que se cerraba por la noche al objeto de ofrecer seguridad a sus vecinos. A éstas se le denominaban adarves y aún se conservan algunos (zona de ‘Adarves bajos’, por ejemplo). Otras calles aparecen atravesadas por cobertizos y pasos que unían las plazas elevadas de las casas, a uno y otro lado de la calle. Las gentes se agrupaban en los arrabales y barrios por sus creencias religiosas, así como por su medio de vida u ocupación, de donde se tomaba el nombre del barrio.

Este conjunto de calles se ha clasificado en cuatro tipos, distinguiéndose las vías maestras; las calles públicas, que parten de las anteriores, en las que se afincaban los artesanos y que funcionaban como maestras de los barrios; las calles de paso, conectadas con las públicas; y por fin, los callejones sin salida.

Las dos vías maestras discurrían paralelas siguiendo las curvas de nivel, cruzando la falda del monte, y que confluían en la Puerta de Martos. Esta estructura urbana se mantendría en época medieval y moderna y aún es claramente observable en la realidad, de ahí la importancia de la distribución de los árabes en los primeros años de Yayyan.

Durante la larga dominación árabe se produjeron luchas entre moros y cristianos y prolongadas etapas de paz. Alfonso el Batallador cercaría Jaén entre 1.125 y 1.151, conquistándola finalmente Fernando III el Santo, en 1.246. Los moros la atacaron en 1.300, pero no consiguieron hacerse con la plaza debido a la ayuda prestada a Jaén por los Caballeros de Baeza. A lo largo de aquella etapa árabe el Alcázar viejo (parte de lo que hoy es el Castillo de la ciudad), que era modificado continuamente, fue escenario de grandes acontecimientos.

Había acontecido unos años antes a los hechos que relatamos del fin del la influencia islámica en Jaén la famosa batalla de Navas de Tolosa en el 1212, lo que supuso un inicio de la decadencia de los almohades en Al-Andalus.

Entre los musulmanes, al fallecer el califa al-Munstansir, surgiría un pleito dinástico y fuertes rivalidades entre al-Addil y al-Bayyasi. Todos estos conflictos eran observados por los cristianos, dirigidos bajo las órdenes de Fernando III el Santo, que buscaría la ocasión adecuada para proseguir con la Reconquista. Se aliaría con al-Bayyasi, buscando reconquistar los territorios de Baeza y Quesada que le habían sido arrebatados. Las tropas conjuntas cristianas y musulmanas conquistaron fácilmente estos territorios, por la falta de motivación de los almohades dirigidos por al-Addil. Los dirigentes musulmanes deberían buscar establecer pactos de vasallaje con el monarca cristiano para evitar caer en manos de toda la labor expansionista. Fernando III iniciaría entonces una campaña en 1225 para conquistar la ciudad de Jaén: la técnica ejercida, al cederle al-Bayyasi pleno dominio sobre la ciudad para cuando la conquistase, sería el sitio. Alfonso VII ya habría intentado tomar la ciudad a priori, pero la presión que ejercieron los almorávides tras las murallas en el 1125 hizo imposible proseguir con la campaña. Al comienzo del nuevo asedio se vio finalizado pronto, recurriendo simplemente con arrasar las tierras que proporcionaban el alimento a la ciudad: con ello estudiarían sus defensas y desmoralizarían a la población. Los campamentos se dispondrían en diversas situaciones (actual sanatorio del Neveral, cerca de la Magdalena…). Mientras que no prosiguiera este asedio, el monarca iría tomando algunas ciudades para minar la moral de los musulmanes, ya fuere de una forma pacífica, en su medida (Alhama, Andújar…), ora pasándolos por el cuchillo (Loja).  Álvaro Pérez de Castro dirigiría estas campañas con un ejército considerable formados por caballeros cristianos y peones musulmanes. 

Tras un segundo sitio en el 1230, se proclamaría a Muhammad B. Yusuf b. Al-hamar como rey de Jaén en el año 1232, para que en el año 1246, por un pacto de vasallaje con Fernando III le cediese la ciudad de Jaén. El 28 de febrero la ciudad capitularía, tras la rendición de Ibn Nasr, dado que el sultán nazarí de Arjona le habría cedido el privilegio de la conquista. Los musulmanes intentarían conquistar de nuevo la ciudad en el año 1300, pero los caballeros de la orden de Baeza hicieron imposible esta gesta. El castillo de Jaén, convertido en el actual Castillo de Santa Catalina, sería modificado para los usos cristianos de la época.
  
En un principio, tras la conquista de la ciudad de Jaén por Fernando III, la convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos mostraría una aparente estabilidad: las diversas culturas se influenciarían entre ellas de forma positiva aportándose rasgos en el ámbito del arte (mudéjar), denotando una situación de progresiva tranquilidad. A posteriori, las historias que se habían vivido de la influencia entre musulmanes y cristianos se verían plasmados en los romances moriscos (Reduán) y la novela morisca (La Historia del Abencerraje).

Sin embargo, los albores de la Inquisición y la búsqueda de expulsión de los musulmanes, provocó conversiones en masa para evitar posibles problemas, aunque, al acontecerse actos de apostasía (conversión a la religión original), se producirían numerosas ejecuciones. Esta situación se generalizaría a judíos y musulmanes por igual en el siglo XIV. Muchos musulmanes tuvieron que cambiarse de nombre, y no serían precisamente aceptados por la zona del Guadalquivir. En la época del condestable Miguel Lucas de Iranzo, en tiempos del rey Enrique IV, muchos de los musulmanes deberían convertirse para salvar sus vidas. Tras la muerte de Enrique IV, y el ascenso al trono de Isabel la Católica, los conversos recibirían diversas indemnizaciones por los males causados.

Pero en este ámbito, no obstante, surgiría la Inquisición, para el perdón de los paganos por la Iglesia, pues estos podían salvarse si renunciaban a su fe en los actos y ceremonias oficiados. La sentencia condenatoria, por aquel entonces, tenía dos posibles variantes: de reconciliación: el pecador renunciaba a su fe, cumplimentaba las penas impuestas e iniciaba una nueva vida, acosado por miradas ajenas en su condición pagana, pues si mentían, irían a la hoguera; de relajación: el condenado se mantenía en su fe, por lo que podía pasar a ser un sambenito (marcados por una cruz de condenación), al cual se le imprimiría la pena de muerte, por hoguera, se le imponían latigazos, el destierro, el garrote, eran quemados vivos “pertinaces de herejía”, circulaban por las calles en diligencias para que la gente les insultara y recapacitaran… Los autos de fe fueron diversas ceremonias, de carácter penitencial, que concurrían con elevados gastos, en las cuales los condenados podían pasar por la sentencia que les conviniese, para el aleccionamiento de la gente. El honor residía en la fidelidad a la religión, la impureza en la ascendencia musulmana.

Sería en Jaén uno de los primeros sitios donde se impondría el tribunal de la Inquisición (tercero de España, 1483), antes de que fuera plenamente admitida por la bula del papa Julio III en 1552. Las medidas se impondrían en Jaén, Úbeda, Baeza y Alcaraz. No obstante, trataría de suavizarse a posteriori por las intercesiones del papa Paulo V y el conde-duque de Olivares. Uno de los primeros inquisidores, el doctor Guiral, sería denunciado por casos de prevaricación y cohecho, por lo que entrarían las duras medidas de Diego Rodríguez Lucero, apoyado por fray Diego de Deza, que acusaría a los conversos por sus amplios poderes económicos, por lo que encarcelaría a muchos mercaderes ricos: fue un proceso de desarticulación de una naciente burguesía de conversos. Muchos entrarían en diversas cofradías para evitar este procesamiento, aunque serían descubiertos a posteriori. Sus medidas estuvieron llenas de severidad y fraudes, por lo que el inquisidor Niño condenaría sus actividades en el 1508, por lo que sería procesado por la Congregación General de Burgos, por lo que se damnificarían a algunos de los conversos por las duras medidas a las que habían sido expuestos, aunque se exigirían ciertas contribuciones.

En el siglo XVI, la situación se tranquilizó más para los musulmanes. Sin embargo, acontecerían una serie de rebeliones en las Alpujarras, pues había algunos reductos de musulmanes que aspiraban que llegase un desembarco turco a la Península para la vuelta del Islam: la batalla de Lepanto decidió un ámbito de mayor poder por parte del imperialismo de Felipe II. Los musulmanes que serían condenados por la Inquisición serían acusaos de blasfemia, negar la virginidad de la Virgen María, negar la institucionalidad de ciertos Sacramentos, aspectos de la confesión… En esta época todavía se seguirían conservando algunos cultos y costumbres. Algunos serían acusados de alterar la instrucción religiosa de ciertas personas, y por practicar la çala y el guadoc. La mera posesión del Corán sería un delito que sería castigado, en los casos de Iñigo de Chaves, Elvira Hernández, Isabel de Aranda… Algunos moriscos defendían la libertad de religión para llegar al cielo, como argumentaban María de Hornos o Lorenzo de Linares. La ciudad de Jaén registró por aquellos tiempos la mayor cantidad de blasfemia. La conversiones forzadas también estarían presentes, pese a los alegatos de Cristóbal de la Chica y Diego Gómez (“también los moros se salvan”, “cada uno se puede salvar en su ley”).

En el siglo XVII, habría una persecución más acusada de los moriscos. Por una publicación promulgada en la Ciudad de Sevilla por el rey Felipe III, favorecida por la intercesión del duque de Lerma, se databa el 12 de enero de 1610 la fecha de expulsión de los moriscos de la ciudad de Jaén, así como había ocurrido en otras ciudades españolas, pues España se hallaba en una profunda crisis tras la Tregua de los Doce años, por lo que se necesitó hacer el expolio de muchos bienes de los moriscos para satisfacer las necesidades de la Corona, lo cual saldría a la larga caro, pues estos eran importantes conocedores de las técnicas agrarias y comerciales. Esto se había incitado además por la rebelión de las Alpujarras, que pese a que se intentó mediar para mantener un equilibrio entre partes, causó un descontento a nivel general. Alonso Vázquez, el gobernador de Jaén, informaría al monarca sobre las determinaciones que debía llevar a cabo, según se le había informado por el conde de Salazar, para regular la marcha de los moriscos y la condena de aquellos que manifestasen abiertamente su religión. Muchas tierras serían expropiadas por la Iglesia, aunque aquellas mujeres moriscas que estuviesen casadas con cristianos viejos podían salvarse de esta medida. Muchos de los moriscos jiennenses saldrían por el puerto de Málaga. Los cánones del Concilio de Trento estaban muy presentes en esta época. En Jaén, había una superioridad numérica de musulmanes en Andújar, inclusive en la capital y en Úbeda. Surgirían múltiples denuncias por las prácticas de ritos musulmanes de sacrificar animales (zorzales), funerarios, en las bodas y por dudar de la virginidad de la Virgen María. Alonso Lapaz y Lorenzo de León fueron acusados en su época por ser una mala influencia para los proyectos de educación y formación cristiana. Se denuncian también a los musulmanes por practicar su abstinencia en el mes del Ramadán y para comer tocino. No obstante, no se llegó a insistir tanto en la posesión de escritos arábigos o del Corán. Incluso empezaron a surgir moriscos ilustrados, como Iñigo de Chaves o Luis Pérez del Berrio.

En el siglo XVIII, se buscó la supresión de la Inquisición en el reinado de Felipe V, aunque este no se mostró demasiado interesado en el tema en cuestión. Ilustrados como el conde de Aranda o Pablo de Olavide buscaban el fin de esta institución. Entre las medidas de los Decretos de Chamartín de Napoleón, durante el dominio francés sobre España, se derogaría la Inquisición, al igual que en los decretos promulgados por las Cortes legislativas, aunque el Estatuto de Bayona y la Constitución de 1812 no abdicaban en sus deseos de mantener la confesionalidad católica en un país fuertemente aliado con la Iglesia. Obsérvese que en el Trienio Liberal, por el triunfo del liberalismo durante el reinado de Fernando VII, una de las medidas que se llevaron a cabo fue la supresión definitiva del tribunal de la Inquisición, aunque esto no quitaba que los musulmanes siguieran cohibidos en la profesión de su fe. Los musulmanes quedarían restringidos a algunas prácticas clandestinas y no harían aportes significativos al desarrollo del país durante las sucesivas crisis.

En el desarrollo de las Constituciones españolas, obsérvese que en las Constituciones de 1837 y 1845 se seguía imponiendo la confesionalidad católica en el territorio español (y más con la firma del Concordato de 1851 con la Santa Sede). La Constitución de 1856, pese a que no se promulga, es la que, pese a la mayor apertura a la confesionalidad católica en el territorio español, promueve la libertad en la práctica de religiones. En la Constitución de 1869, sigue albergándose la posibilidad de, pese a la práctica de un Estado confesional católico, practicar diversas religiones en el ámbito público y privado, con las únicas limitaciones de las reglas universales de moral y derecho. En la Constitución de 1876, se sigue permitiendo la práctica de otras religiones, manteniendo un debido respeto a la moral católica, aunque solo podrían oficiarse ceremonias públicas en el ámbito del catolicismo. En la Constitución de 1931, se admite la posibilidad de practicar con libertad cualquier religión, sin que tuviere que pedir cuentas a nadie de qué religión profesaba. Por la declaración del Fuero de los españoles de 1945, queda garantizada la libre práctica de religiones en el ámbito privado, mas no en el público, aspecto que empezaría a consolidarse a partir de la Ley Orgánica del Estado de 1966. Finalmente, por la actual Constitución de 1978, se admite la libre profesión de cualquier religión dentro de nuestro país, reforzada definitivamente por la Ley Orgánica de libertad religiosa (BOE, 7/1980): El Estado garantiza el derecho fundamental a la libertad religiosa y de culto, reconocido en la Constitución de acuerdo con lo prevenido en la presente Ley Orgánica. Este es el principal motivo por el cual existen diversas comunidades musulmanas distribuidas por Jaén que pueden manifestar expresamente su religión.

Nota: este articulo ha sido publicado en el siguiente blog http://2b-proyectointegrado-islam1.blogspot.com.es/ 
Cuyos autores son Angel Estrella, Pablo Hortelano, Jesus Marchal y Francisco Enrique Valle.