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sábado, 28 de junio de 2014

La Edad Media en Jaén

Los primeros intentos de toma de la ciudad por parte de los cristianos estuvieron a cargo de Alfonso VI, que fracasó en 1151 por la oposición de los Almohades. Alfonso VII lo intentaría en 1144 y 1148 y pondría cerco a la ciudad en 1169, todo ello bajo la dominación almorávide.



Pero los mayores logros estarían a cargo de Fernando III, que en 1225 intentaría un asalto apoyado por las huestes del emir de Baeza, al-Bayyasí. Tres años después alcanzaría Otíñar. A Fernando III se le presentaba el problema de que precisaba de mayores fuerzas para lograr un ataque definitivo, tal era el grado de fortificación de Yayyan. Descartado el asalto, Fernando III optó por la estrategia del asedio y el hambre. Durante el invierno 1245 lanzaría duros ataques y arrasaría cultivos y aldeas cercanas a la ciudad, que resistió hasta la primavera de 1246.

Al-Ahmar, necesitado de consolidar su nuevo reino de Granada, prefirió rendir vasallaje al rey castellano y entregó la ciudad. Existen diversas hipótesis sobre las condiciones en las que el rey castellano toma la ciudad, pero lo cierto es que no tardaría mucho en consagra la aljama que ocupaba el lugar de la actual catedral.

Jaén pasó entonces a ocupar la sede civil y eclesiástica del Alto Guadalquivir, tomando el lugar de Baeza, que lo había sido desde 1227, decisión sobre la que pesó sobre todo el enclave estratégico que ocupaba la ciudad. El reino de Jaén quedaría entonces configurado por cuatro ciudades: Jaén, Úbeda, Baeza y Andújar, y tres villas: Arjona, Santisteban del Puerto e Iznatoraf, comprendiendo unos límites bastante aproximados a la de la actual provincia. La ciudad de Alcalá la Real se incorporaría a mediados del siglo XIV. Ya en 1260 la ciudad había obtenido concesiones reales, como el título de "noble". En 1383 ya era "muy famosa, muy noble y leal ciudad" y en 1466 Enrique IV añadió el título de "guarda y descendimiento de los reinos de Castilla".



Entre 1459 y 1471 viven en Jaén Miguel Lucas de Iranzo, Condestable de Castilla. Su perfil político y de hombre de armas va a la par de su gusto por los fastos y los lujos y por sus mejoras en la ciudad. La "Crónica del Condestable", que ha llegado hasta nuestros días, refleja ese mundo y nos transmite la imagen de un perfecto caballero medieval.

El Concejo funcionaba como una Asamblea Ciudadana y se encargaba del gobierno de la ciudad. Jaén estaba regida por el Fuero de Toledo, mientras que otras ciudades del reino, como Baeza o Úbeda, lo eran por el de Cuenca. El primero era más restrictivo que el segundo. Los miembros del Concejo se elegían por sorteo, celebrado el día de San Juan, entre las collaciones o parroquias de la ciudad. También por sorteo se elegían alcaldes, alguaciles, pregoneros, mayordomos y alcaides del castillo. La jurisdicción medieval abarcaba además de la ciudad las aldeas, todos los términos, tierras cultivadas, dehesas y montes.

A medida que avanzó la Edad Media, el gobierno municipal vio recortadas sus atribuciones en favor del poder real. Alfonso XI crearía la figura del Corregidor, el primero de los cuales tomaría posesión de su cargo en 1383 en Jaén, nombrado por el Rey. Esta figura fue aún más reforzada por los Reyes Católicos, que apoyaron en esta figura la consolidación de su poder. El número de regidores pasaría de 12 a 24, pasándose a llamar Caballeros Veinticuatros, recayendo su nombramiento en la nobleza. Jaén era ciudad con voto en Cortés, lo que hacía muy apetecible el puesto de Caballero, por sus beneficios políticos y económicos.

Como cualquier sociedad medieval, la de Jaén distaba de ser igualitaria y su jerarquizaba como una pirámide, en cuya cúspide se encontraba la nobleza, exenta de impuestos y que además disfrutaba de privilegios políticos. Los hidalgos eran nobles que detentaban una situación económica desahogada y participaban como regidores en el gobierno de la ciudad. Los Caballeros de Cuantía eran aquellos que podían permitirse mantener sus propios caballos y armas, a cambio de lo que se les permitía acceder a determinados oficios municipales. El clero ocupaba un importante papel social y económico, merced a donativos reales y particulares, pero sobre todo gracias a los diezmos. Más abajo aún en esa pirámide social se encontraba la mayoría de los jaeneros de la época, agricultores y en menor medida, comerciantes y artesanos. Pero habría que contabilizar aún a un amplio grupo de desherados que apenas sobrevivían en la miseria mendigando por las calles.

En cualquier caso, en un primer momento, en el siglo XIII, la mayoría de las tierras eran de realengo, con la excepción de los territorios ocupados por las órdenes de Calatrava y de Santiago, y las posesiones del Arzobispado de Toledo en Cazorla. El proceso de señorialización de la propiedad de la tierra sería sin embargo un proceso constante que prácticamente invertiría la solución para el siglo XVI.

La mayoría de las fuentes de la época coinciden en describir el Reino de Jaén como un territorio rico por su agricultura y ganadería. La riqueza en especial de la capital devenía de la abundancia del agua de sus manantiales. En esta época se alternaban las huertas de poyo, que producían abundantes hortalizas, con viñas y olivares, en un afán de garantizar el autoabastecimiento. Distintas disposiciones reales y municipales intentaron frenar el aumento del cultivo del cereal. Había que contar además con la producción de plantas industriales, como la grana, el cáñamo, el zumaque, utilizado para obtener tinturas, o el lino.

Frente al paisaje actual, en el que el olivar ocupa la casi totalidad del territorio, en este momento era mucho más frecuente el cereal, que se acompañaba de encinares, robledales, fresnos, álamos y pinares. Esta riqueza forestal proporcionaba madera y carbón vegetal. La cabaña ganadera de Jaén, sobre todo la ovina, era el principal puntal económico, gracias a los pastos que se extendían por sus alrededores.

La abundancia de moreda y plantas industriales facilitó el desarrollo de una industria textil de cierta entidad, lo que promovió la aparición de oficios de tejedores, tintoreros o bataneros. Buena parte del caudal de la Magdalena se utilizó en este momento para su uso en las tenerías dispuestas en sus cercanías.  A su vez, esta pujanza industrial promovió el desarrollo del comercio con otras poblaciones del Reino y con Castilla.

A pesar del momento de prosperidad económica que se vivieron en estos años, la vida de los jiennenses distaba mucho de ser fácil, de acuerdo con las duras condiciones generales de la época a lo que habría que añadir las incursiones moriscas que desde Cambil y Granada se soportaron durante años.

En 1295 los moros ponían asedio a la ciudad. En 1368, el ejército de Mohamad el Viejo, rey de Granada, aliado con D. Pedro I de Castila, en contra de D. Enrique de Trastámara, sitia Jaén, Úbeda y Baeza. Entró a saco en las dos primeras, dándose saqueo y actos sangrientos. La mezquita sufrió importantes daños, hasta el punto de que se echó abajo para construir la catedral gótica. Estos hechos suponían destrucción y hambre, además del propio peligro de las armas, para campesinos y ganaderos. Además de acostumbrarse a un modo de vida que les obligaba a estar permanentemente alerta y a contribuir a las labores de vigilancia, defensa y acciones de castigo.

Tampoco las infraestructuras de la época permitían afrontar los incidentes de la naturaleza. A épocas de sequía le sucedían temporadas de copiosas lluvias y son frecuentes los desbordamientos de ríos y la destrucción de puentes que habían de mejorarse cada cierto tiempo.

Con la reconquistas, Jaén fue recibiendo familias castellanas y leonesas que venían para iniciar la colonización de los nuevos territorios. Martínez de Mazas dice: "la esención de todo género de tributos que había gozado desde el rey D. Enrique II había llamado muchos pobladores a la ciudad, y los campos, deseosos de cultivo, producían en abundancia los frutos de que son capaces. Esto trae consigo el fomento de la industria y aplicación de las demás artes; y se sabe que en los siglos XIV y XV habían paños de todas clases y colores, y de otras telas, como bayetas, sargas, frisos y cordeletes".



La ciudad medieval tenía un fuerte carácter defensivo. Se construye el nuevo castillo de Abrehuy y el recinto amurallado se amplía para acoger al barrio de San Ildefonso. Además del recinto amurallado y el alcázar, existían otros núcleos defensivos: Otíñar, Pegalajar, Torredelcampo, El Burrueco...

La estructura urbana se divide en collaciones, que se distinguían por los oficios de sus moradores: en la de Santa María se afincaría la nobleza local y los hidalgos, abundando también los clérigos. En las de Santiago y San Lorenzo destacarían los aguadecimileros, batihojas, sombrereros, bordadores y oficios relacionados con el cuero y los paños.

No fueron los judíos ajenos la prosperidad económica de la ciudad. Por eso, cuando en la segunda mitad del siglo XV se desataron persecuciones contra ellos encontraron la protección del Condestable Lucas de Iranzo.
La ciudad se extendía de forma alargada por la falda del cerro del castillo, con una longitud aproximada de 1.200 metros y 400 de ancho, sin llegar a superar las 50 hectáreas.

Precisamente el Condestable emprendió diversas obras que, si bien no tendrían carácter monumental, sí indicarían el carácter de un regidor preocupado por el aspecto de la ciudad. Sus intervenciones revelan su doble concepción como fortaleza y al tiempo, como lugar de habitación y esparcimiento, escenario urbano cotidiano y también adecuado para los momentos de celebraciones y fiestas.
Las actuaciones de la época son: Consolidación de la muralla, fortificación de las tres fortalezas y demolición de las partes ruinosas. Conservación de la primitiva estructura, con la excepción de ligeros claros ante las iglesias utilizadas como cementerio y mercado.

La falta general de infraestructuras y servicios públicos es nota común. Se carece de pavimentación y alcantarillado, por lo que el aspecto de las calles es polvoriento, pedregoso y desaseado. El vecindario arroja a la calle y a los arroyos madres que surcan la ciudad con sus residuos domésticos. En 1488 se publican ordenanzas al respecto. Se allanan las calles y se eliminan los obstáculos que impiden la circulación de las caballerías. Se trasladan las carnicerías del interior de la ciudad a la Puerta Barrera.
 

Se señala una de las vías que posteriormente se convertiría en la principal de la ciudad, la Carrera.



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