Los primeros intentos de toma de la ciudad por parte
de los cristianos estuvieron a cargo de Alfonso VI, que fracasó en 1151 por la
oposición de los Almohades. Alfonso VII lo intentaría en 1144 y 1148 y pondría
cerco a la ciudad en 1169, todo ello bajo la dominación almorávide.
Pero los mayores logros estarían a cargo de Fernando
III, que en 1225 intentaría un asalto apoyado por las huestes del emir de
Baeza, al-Bayyasí. Tres años después alcanzaría Otíñar. A Fernando III se le
presentaba el problema de que precisaba de mayores fuerzas para lograr un
ataque definitivo, tal era el grado de fortificación de Yayyan. Descartado el
asalto, Fernando III optó por la estrategia del asedio y el hambre. Durante el
invierno 1245 lanzaría duros ataques y arrasaría cultivos y aldeas cercanas a
la ciudad, que resistió hasta la primavera de 1246.
Al-Ahmar, necesitado de consolidar su nuevo reino de
Granada, prefirió rendir vasallaje al rey castellano y entregó la ciudad.
Existen diversas hipótesis sobre las condiciones en las que el rey castellano
toma la ciudad, pero lo cierto es que no tardaría mucho en consagra la aljama
que ocupaba el lugar de la actual catedral.
Jaén pasó entonces a ocupar la sede civil y
eclesiástica del Alto Guadalquivir, tomando el lugar de Baeza, que lo había
sido desde 1227, decisión sobre la que pesó sobre todo el enclave estratégico
que ocupaba la ciudad. El reino de Jaén quedaría entonces configurado por
cuatro ciudades: Jaén, Úbeda, Baeza y Andújar, y tres villas: Arjona,
Santisteban del Puerto e Iznatoraf, comprendiendo unos límites bastante
aproximados a la de la actual provincia. La ciudad de Alcalá la Real se
incorporaría a mediados del siglo XIV. Ya en 1260 la ciudad había obtenido
concesiones reales, como el título de "noble". En 1383 ya era "muy
famosa, muy noble y leal ciudad" y en 1466 Enrique IV añadió el título de
"guarda y descendimiento de los reinos de Castilla".
Entre 1459 y 1471 viven en Jaén Miguel Lucas de
Iranzo, Condestable de Castilla. Su perfil político y de hombre de armas va a
la par de su gusto por los fastos y los lujos y por sus mejoras en la ciudad.
La "Crónica del Condestable", que ha llegado hasta nuestros días,
refleja ese mundo y nos transmite la imagen de un perfecto caballero medieval.
El Concejo
funcionaba como una Asamblea Ciudadana y se encargaba del gobierno de la
ciudad. Jaén estaba regida por el Fuero de Toledo, mientras que otras ciudades
del reino, como Baeza o Úbeda, lo eran por el de Cuenca. El primero era más
restrictivo que el segundo. Los miembros del Concejo se elegían por sorteo,
celebrado el día de San Juan, entre las collaciones o parroquias de la ciudad.
También por sorteo se elegían alcaldes, alguaciles, pregoneros, mayordomos y
alcaides del castillo. La jurisdicción medieval abarcaba además de la ciudad
las aldeas, todos los términos, tierras cultivadas, dehesas y montes.
A medida que avanzó la Edad Media, el gobierno
municipal vio recortadas sus atribuciones en favor del poder real. Alfonso XI
crearía la figura del Corregidor, el primero de los cuales tomaría posesión de
su cargo en 1383 en Jaén, nombrado por el Rey. Esta figura fue aún más
reforzada por los Reyes Católicos, que apoyaron en esta figura la consolidación
de su poder. El número de regidores pasaría de 12 a 24, pasándose a llamar
Caballeros Veinticuatros, recayendo su nombramiento en la nobleza. Jaén era
ciudad con voto en Cortés, lo que hacía muy apetecible el puesto de Caballero,
por sus beneficios políticos y económicos.
Como cualquier sociedad
medieval, la de Jaén distaba de ser igualitaria y su jerarquizaba como una
pirámide, en cuya cúspide se encontraba la nobleza, exenta de impuestos y que
además disfrutaba de privilegios políticos. Los hidalgos eran nobles que detentaban
una situación económica desahogada y participaban como regidores en el gobierno
de la ciudad. Los Caballeros de Cuantía eran aquellos que podían permitirse
mantener sus propios caballos y armas, a cambio de lo que se les permitía
acceder a determinados oficios municipales. El clero ocupaba un importante
papel social y económico, merced a donativos reales y particulares, pero sobre
todo gracias a los diezmos. Más abajo aún en esa pirámide social se encontraba
la mayoría de los jaeneros de la época, agricultores y en menor medida,
comerciantes y artesanos. Pero habría que contabilizar aún a un amplio grupo de
desherados que apenas sobrevivían en la miseria mendigando por las calles.
En cualquier caso, en un primer momento, en el siglo
XIII, la mayoría de las tierras eran de realengo, con la excepción de los
territorios ocupados por las órdenes de Calatrava y de Santiago, y las
posesiones del Arzobispado de Toledo en Cazorla. El proceso de señorialización
de la propiedad de la tierra sería sin embargo un proceso constante que
prácticamente invertiría la solución para el siglo XVI.
La mayoría de las fuentes de la época coinciden en
describir el Reino de Jaén como un territorio rico por su agricultura y
ganadería. La riqueza en especial de la capital devenía de la abundancia del
agua de sus manantiales. En esta época se alternaban las huertas de poyo, que
producían abundantes hortalizas, con viñas y olivares, en un afán de garantizar
el autoabastecimiento. Distintas disposiciones reales y municipales intentaron
frenar el aumento del cultivo del cereal. Había que contar además con la
producción de plantas industriales, como la grana, el cáñamo, el zumaque,
utilizado para obtener tinturas, o el lino.
Frente al paisaje actual, en el que el olivar ocupa
la casi totalidad del territorio, en este momento era mucho más frecuente el
cereal, que se acompañaba de encinares, robledales, fresnos, álamos y pinares.
Esta riqueza forestal proporcionaba madera y carbón vegetal. La cabaña ganadera
de Jaén, sobre todo la ovina, era el principal puntal económico, gracias a los
pastos que se extendían por sus alrededores.
La abundancia de moreda y plantas industriales
facilitó el desarrollo de una industria textil de cierta entidad, lo que
promovió la aparición de oficios de tejedores, tintoreros o bataneros. Buena
parte del caudal de la Magdalena se utilizó en este momento para su uso en las
tenerías dispuestas en sus cercanías. A
su vez, esta pujanza industrial promovió el desarrollo del comercio con otras
poblaciones del Reino y con Castilla.
A pesar del momento de prosperidad económica que se
vivieron en estos años, la vida de los jiennenses distaba mucho de ser fácil,
de acuerdo con las duras condiciones generales de la época a lo que habría que
añadir las incursiones moriscas que desde Cambil y Granada se soportaron
durante años.
En 1295 los moros ponían asedio a la ciudad. En
1368, el ejército de Mohamad el Viejo, rey de Granada, aliado con D. Pedro I de
Castila, en contra de D. Enrique de Trastámara, sitia Jaén, Úbeda y Baeza.
Entró a saco en las dos primeras, dándose saqueo y actos sangrientos. La
mezquita sufrió importantes daños, hasta el punto de que se echó abajo para
construir la catedral gótica. Estos hechos suponían destrucción y hambre,
además del propio peligro de las armas, para campesinos y ganaderos. Además de
acostumbrarse a un modo de vida que les obligaba a estar permanentemente alerta
y a contribuir a las labores de vigilancia, defensa y acciones de castigo.
Tampoco las infraestructuras de la época permitían afrontar
los incidentes de la naturaleza. A épocas de sequía le sucedían temporadas de
copiosas lluvias y son frecuentes los desbordamientos de ríos y la destrucción
de puentes que habían de mejorarse cada cierto tiempo.
Con la reconquistas, Jaén fue recibiendo familias
castellanas y leonesas que venían para iniciar la colonización de los nuevos
territorios. Martínez de Mazas dice: "la esención de todo género de
tributos que había gozado desde el rey D. Enrique II había llamado muchos
pobladores a la ciudad, y los campos, deseosos de cultivo, producían en
abundancia los frutos de que son capaces. Esto trae consigo el fomento de la
industria y aplicación de las demás artes; y se sabe que en los siglos XIV y XV
habían paños de todas clases y colores, y de otras telas, como bayetas, sargas,
frisos y cordeletes".
La ciudad medieval tenía un fuerte carácter
defensivo. Se construye el nuevo castillo de Abrehuy y el recinto amurallado se
amplía para acoger al barrio de San Ildefonso. Además del recinto amurallado y el
alcázar, existían otros núcleos defensivos: Otíñar, Pegalajar, Torredelcampo,
El Burrueco...
La estructura urbana se divide en collaciones, que
se distinguían por los oficios de sus moradores: en la de Santa María se
afincaría la nobleza local y los hidalgos, abundando también los clérigos. En
las de Santiago y San Lorenzo destacarían los aguadecimileros, batihojas,
sombrereros, bordadores y oficios relacionados con el cuero y los paños.
No fueron los judíos ajenos la prosperidad económica
de la ciudad. Por eso, cuando en la segunda mitad del siglo XV se desataron
persecuciones contra ellos encontraron la protección del Condestable Lucas de
Iranzo.
La ciudad se extendía de forma alargada por la falda
del cerro del castillo, con una longitud aproximada de 1.200 metros y 400 de
ancho, sin llegar a superar las 50 hectáreas.
Precisamente el Condestable emprendió diversas obras
que, si bien no tendrían carácter monumental, sí indicarían el carácter de un
regidor preocupado por el aspecto de la ciudad. Sus intervenciones revelan su
doble concepción como fortaleza y al tiempo, como lugar de habitación y
esparcimiento, escenario urbano cotidiano y también adecuado para los momentos
de celebraciones y fiestas.
Las actuaciones de la época son: Consolidación de la
muralla, fortificación de las tres fortalezas y demolición de las partes
ruinosas. Conservación de la primitiva estructura, con la excepción de ligeros
claros ante las iglesias utilizadas como cementerio y mercado.
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