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miércoles, 13 de agosto de 2014

Baños Árabes. Palacio Villadompardo.

Centro Cultural Baños Árabes

El Centro Cultural Baños Árabes le acerca a una de las principales referencias culturales y museísticas andaluzas. El valor patrimonial del edificio y la singularidad de sus colecciones hacen obligada la visita a una institución viva y dinámica situada en un enclave privilegiado del casco histórico de Jaén.

En sus sótanos se emplazan los Baños Árabes, entre los mejor conservados y de mayor extensión de Europa y, sobre ellos, el Palacio construido a fines del XVI por el que fuera Conde de Villardompardo y Virrey del Perú. Sus cimientos ocultaron y protegieron la construcción andalusí hasta ser redescubierta en 1913.

Casi un siglo más tarde se ha realizado una importante intervención arquitectónica que adapta el edificio al nuevo milenio. Actuaciones que lo han hecho accesible, poniendo en valor elementos del Palacio como la Capilla, el Coro o la Sala Lavadero generando al mismo tiempo nuevos espacios multiusos. Una joya arquitectónica que además del sitio arqueológico de los Baños, acoge al Museo de Artes y Costumbres y al Museo Internacional de Arte Naif “Manuel del Moral”, un referente internacional de este estilo artístico.

Siete plantas en las que conviven áreas museísticas y zonas funcionales y de ocio, en las que la conservación y la difusión del patrimonio van de la mano en una programación cultural abierta y variada de la que podrán disfrutar todo el año.

Palacio de Villadompardo.


Palacio de Villardompardo descansa sobre el que fuera Palacio del Primer Conde de Villardompardo y Virrey del Perú, don Fernando de Torres y Portugal, un edificio renacentista del Siglo XVI, ubicado en el mismísimo corazón del casco antiguo de la ciudad de Jaén.

Durante el siglo XVII y hasta mitad del XVIII, el Palacio fue utilizado como Banco, prueba de ello son las dos inscripciones existentes en los muros del patio central.
A finales del siglo XVIII, el edificio fue adquirido por la Junta del Real Hospicio pasando éste a la Beneficencia Provincial e instalándose en el mismo, el Hospicio de Mujeres.

A principios del siglo XIX se realizaron modificaciones al inmueble, entre las que se encuentra la remodelación de la puerta de entrada del Palacio, sustituyendo a la anteriormente existente y colocándose sobre su dintel una inscripción en mármol blanco orlada de piedra gris con el texto siguiente:
Pascentur primoneniti Pauperum, et pauperes Fiducialiter requiescent. Isaiae, c. 14,v.
(Los primogénitos de los pobres se alimentan, y los pobres descansan confiadamente).

Igualmente y, a ambos lados de esta inscripción, se situaron sendos escudos: a la derecha, el del Obispo Fray Benito Marín (1751-1769); y a la izquierda, el escudo de Castilla.

Desde principios del siglo XX, el edificio forma parte del patrimonio inmobiliario de la Diputación Provincial de Jaén, institución que entre 1901 y 1903 amplía el Hospicio, demoliendo a tal fin unas casas colindantes al Palacio. En 1970, y tras el traslado del Hospicio a un nuevo edificio, comienzan las obras de restauración de los Baños Árabes situados en los sótanos del Palacio así como la rehabilitación de todo el edificio, obras que finalizarían en 1984 y que fueron galardonadas ese mismo año con la Medalla de Honor de la Asociación Europa Nostra.

El patio central del Palacio está formado por un cuadrado de gruesos muros en el que se abren las ventanas y puertas de diferentes estancias. Dentro de este cuadrado se inscribe otro formado por una galería columnada en dos niveles, con tres columnas en cada lado y con un total de ocho columnas en cada uno de los dos niveles.


Para la construcción de la galería del nivel o planta inferior, el Orden elegido fue el Toscano aplicando arcos de medio punto muy ligeramente rebajados. Sobre las cuatro columnas de las esquinas descansan cuatro arcos: los dos mayores, forman el ángulo de la galería; los dos menores, están unidos al muro perimetral convirtiéndose en columnas “en palmera”, solución que había sido utilizada por el constructor musulmán que había realizado la gran Sala Templada de los Baños Árabes subyacentes. De igual modo, el arquitecto del Palacio utilizó una estructura constructiva idéntica a la utilizada en los Baños: para las columnas y los capiteles emplea la piedra y para los arcos y las enjutas el material elegido fue el ladrillo.
En cuanto a la galería del nivel o planta superior, aunque presenta un esquema similar al de la planta inferior, presenta modificaciones, ya que se eligió una variante del Orden Toscano. Tanto las columnas como los arcos son de menor altura que los situados en el nivel inferior. Actualmente, los intercolumnios de este nivel se cierran con una barandilla abalaustrada de madera.

Baños Árabes

Historia. Fueron construidos en el siglo XI, en 1002, aprovechando los restos de una casa o baño romano con pórtico. Posiblemente reformados en el siglo XII, debido a la presencia de restos de decoración almohade que se conservan en algunas de sus salas.
Tras la conquista de la ciudad en 1246 por Fernando III, El Santo, se siguieron utilizando durante los primeros años de dominio cristiano. Entre los siglos XIV y XV desaparece su función como baño al establecer los cristianos en sus salas unas tenerías, cuyos restos permanecen aún en las Salas Templada y Caliente. Y acabaron llenos de escombros para servir de cimiento al actual Palacio.

A finales del siglo XVI Don Fernando de Torres y Portugal, I Conde de Villardompardo y VII Virrey del Perú, edificó su Palacio sobre los Baños, quedando estos enterrados y ocultos entre los cimientos y sótanos durante los siglos XVIII y XIX, lo que resultó esencial para su mantenimiento.

A principios del siglo XX, el Palacio pasa a formar parte del patrimonio inmobiliario de la Diputación Provincial de Jaén, que, entre 1901 y 1903, libera el espacio para construir una Capilla para el Hospicio de Mujeres. En 1913, se descubrieron parte de los Baños durante la realización del Catálogo Monumental de Jaén. Cuatro años más tarde los arqueólogos proponen que el edificio se declarase Monumento Nacional, hecho que se produjo en 1931, adjudicándose con el número de Registro General 528.

En 1936, comienzan las obras de restauración bajo la dirección de los arquitectos Leopoldo Torres Balbás y Luis Berges Martínez. Estas obras se verieron interrumpidas por el comienzo de la Guerra Civil. En 1970, la Dirección General de Bellas Artes retoma la restauración del edificio encargándosela al arquitecto don Luis Berges Roldán, hijo del anterior, completándose en 1984. La Asociación Europa Nostra otorgó la Medalla de Honor de ese año a la restauración de los Baños Árabes.

En el año 2008, sirven como escenario en la película La conjura de El Escorial del director Antonio del Real.

Salas.

El vestíbulo  (al-bayt al-maslaj) de ingreso es una sala transversal de 14 metros de longitud por 3,80 metros de anchura, con alcobas en ambos extremos separadas del resto de la sala por arcos de herradura sobre medias columnas, esquema que se irá repitiendo en todas las demás salas.

A ambos lados de la entrada se ubican sendas tacas.
La sala está cubierta por bóveda de medio cañón y cuenta con 18 luceras estrelladas.
El suelo estuvo revestido de mármol blanco y las paredes enlucidas y pintadas con decoración de arquerías en color rojo sobre fondo blanco.

Sala Fría(al-bayt al-barid). Contigua y muy similar a la anterior aunque de menor tamaño (11,4 m x 3,50 m.), esta sala también está cubierta por bóveda de medio cañón en la que se sitúan 12 luceras.
La alcoba situada en el extremo derecho está cubierta con cúpula con 5 luceras.

Sala Templada (al-bayt al-wastani). Consiste en un gran salón cuadrado de 11´30 m x 11,30 m que, a su vez, encierra otro cuadrado central, éste cubierto por una gran cúpula de casquete semiesférico sobre pechinas.
La cúpula no descansa sobre muros macizos sino sobre arcos de herradura soportados por ocho columnas. En las cuatro esquinas del gran salón quedan otras cuatro cúpulas menores, y los espacios restantes se cubren con cuatro bóvedas de medio cañón con 3 luceras en cada una de ellas.



Esta gran sala da paso, mediante dos arcos de herradura, a otra sala de 11,30m x 2,80 m que preside todo el conjunto y que está cubierta mediante bóveda de medio cañón; teniendo, sendas alcobas en los extremos cubiertas con cúpulas con luceras.

Sala Caliente (al-bayt al-sajum). Con unas dimensiones de 15,90 m de longitud por 3,30 m de anchura, la sala caliente es muy similar a las salas anteriores. Está cubierta con bóveda de medio cañón con 15 luceras y con sendas alcobas en los extremos con 5 luceras cada una de ellas. Esta sala está situada junto a las calderas donde se calentaba el agua. Sus muros están recorridos por chimeneas ocultas por las que circulaba el aire caliente.


En el centro de la sala, un gran arco abocinado la separa del lugar donde estaba la caldera. A ambos lado de este arco central, dos pequeñas estancias, contienen: una, un baño cuadrado de asiento y la otra, dos tinajas.

Bajo su suelo de piedra, toda la estancia está hueca: numerosos pequeños pilares de ladrillo lo soportan, permitiendo que circule el aire caliente que, por su tendencia natural, sube y se adhiere al suelo, calentándolo.

sábado, 9 de agosto de 2014

Plato Alpujarreño


Ingredientes:
(para 4 personas)

1/2 kg de patatas
1 cebolla
3 pimientos verdes
1 morcilla
1 longaniza
1/4 jamón serrano
4 huevos
2 dientes de ajo
sal 
aceite de oliva virgen extra

Elaboración:

Se pelan y lavan las patatas, se cortan en rodajas de medio centimetro de grosor. Igualmente se pelan las cebollas y se cortan también en rodajas con el mismo grosor que las patatas. Pelas los dientes de ajos. Lavas los pimientos, los cortas y le quitas todas las pepitas del interior, luego los partes en juliana grande.

En una sarten pon aceite y lo pones a fuego medio, agregas los ajos, cuando empiecen a estar dorados a echas las patatas y la cebolla con un poco de sal, lo dejas cocinando a fuego medio para que la patata se poche junto con la cebolla.

En otra sarten pones los pimientos a freir a fuego medio tambíen, cuando casi esten echos le echas la sal y subes el fuego antes de retirarlos para que se frian bien. Los sacas y los reservas.

En esta misma sarten, fries primero la longaniza y la reservas. Después la morcilla y también la reservas.

Cuando veas que las patatas esten tiernas, sube el fuego para que se doren un poco, y ya están.
 
Pones la sarten de los huevos fritos a calentar, y frie los huevos.

Y ya es la hora de emplatar. Todo debe ir en un mismo plato, Patatas con su cebolla, Pimientos fritos, Longaniza, Morcilla, Huevo frito y por supuesto unas lonchas de Jamón de la Alpujarra.
Un plato para comer con un buen trozo de pan y un vino mosto de la tierra.


jueves, 7 de agosto de 2014

El Ronquío de Jaén

Eso del ronquío era una costumbre que ya está casi perdida. Cuando una persona le contaban algo increíble o le pedían una cosa muy costosa o que no quería dar; cuando se quería algo así como "A mi no me engañas" o "Anda ya"... en lugar de responder con palabras o menospreciar con otros gestos, el de Jaén soltaba una especie de gruñido o de ronquido: "¡jrrr!" y se quedaba tan pancho el tío. Por usar frecuentemente en estos pagos ese sonido , con esa significación, es por lo que se le dijo la frase de Jaén es la tierra del ronquío.

Y según dice la leyenda, a principios del siglo XV, en Jaén, que era cristiano desde el año de 1246, las cosas no estaban muy tranquilas. La frontera con los moros de Granada era insegura y las correrías y razias, las expediciones de castigo y de arrasamiento de campos y aldeas eran muy frecuentes. Hay que pensar que la frontera estaba muy cerca de la ciudad, Cambil era ya de los moros y, desde tan cerca, por el valle del río Guadalbullón, las algaradas islámicas se metían en las puertas de la ciudad sin ser vistas. Las gentes de la vega y de las inmediaciones de Jaén procuraban defenderse, pero con frecuencia, eran sorprendidos y asesinados o apresados sin darles tiempo a pedir ayuda.

Ante tal situación, decidieron establecer unos turnos de vigilancia, tanto de día como de noche, con grupos de hombres armados, lanceros y ballesteros, mandados por un militar, para que velaran por la seguridad de sus convecinos. Su misión era la de vigilar y más que defender los pasos o caminos, encender una buena hoguera que fuera vista desde el alcázar de Jaén y diera tiempo a preparar la defensa o de acoger a las gentes de extramuros. Si los asaltantes no eran muchos, entonces sí les  hacían frente y procuraban ahuyentarlos o vencerlos.

Estas pequeñas milicias los formaban, como decía, grupos de unos veinte vecinos. Eran trabajadores del campo o albañiles o humildes menestrales que, de ese modo, aportaban su tiempo, y en algunos casos sus vidas, al común de la ciudad. Siempre los mandaba un militar o un caballero y, desde luego, en estas partidas no participaban los viejos.

Especial riesgo corrían los que debían hacer el turno de noche. Una táctica de los moros era la de, aprovechando la oscuridad, aproximarse en celada hasta el farallón de San Cristóbal donde los jaeneses establecían la guardia y, sorprendiéndolos, evitar el aviso a la ciudad. De esa manera, al amanecer, podían llevar impunemente su ataque hasta los mismos muros, no sin apresar o descabezar a los desprevenidos campesinos que salían a trabajar con el alba.

En una de esas ocasiones, esa especie de pequeña milicia urbana compuesta por una decena de amigos, amén de otros pocos que se les unieron para completar el número necesario, que habían constituido una fraternal unión entre ellos y sus familias y que, para evitar suspicacias de otros grupos de carácter religioso, fueron de los primeros en prestarse a velar por la seguridad de la ciudad.

La jornada había sido de gran trabajo para todos y al caer el sol, se reunieron en el arrabal para, juntos, ordenada y disciplinadamente, dirigirse hacia el cerro a relevar al grupo que había cumplido la misión durante el día.

Al frente de aquella partida que a pesar de la diferencia de colores y tejidos de sus jubones y capotes para defenderse del relente, en nada parecía una patulea, caminaba el alférez Rafael Campos. Todo el grupo lo seguía al completo. Entre ellos el albañil Miguel de Torres, Francisco del Moral, Diego de la Fuente, Joaquín Mirlo, los hermanos Domenech, Juan Comenero, Juan Ferrándiz y Garcia de Carmona mas otra docena mas de vecinos.

Llegaron al farallón que ya conocían, dieron el santo y seña, pues ya las sombras se habían cerrado sobre el lugar, y relevaron al pelotón que no les dio mas novedad que la del aburrimiento.

Rafael, después de sortear las guardias, distribuyó los puestos y comprobó el estado y la abundancia de la leña que en caso necesario, habría que ser prendida para dar aviso. Eran cinco los puestos y los cubrían en turnos de una hora. Mientras libraban, en la parte central, junto a la leña, descansaban los que quedaban frescos.

Todos estaban muy cansados, pero, al menos durante los tres primeros turnos, nadie se durmió. El quinto relevo, en una noche sin luna, en la que sólo las estrellas se ofrecían como distracción de los guardianes, ya fue imposible aguantar. Uno a uno, sin poder remediarlo, fueron cayendo en el sueño los imaginarias. Primero entraron en una especie de inmovilidad, luego de vacío, después de pesadez de los párpados y finalmente llegaron a esa reconocible dulzura que nos envuelve antes de dormirnos. Arriba, el dosel de zafiro repintado de negro dejaba pasar la inmensidad de puntos luminosos entre los que se echaba de menos la luna. El silencio de aquella cerrada y oscura noche sólo estaba roto a jirones por culpa de la cansina canción de los grillos.

De los cinco vigías, el último en cerrar los ojos fue García, a quien el cielo estrellado le sugería ideas que por aquellos años, no se podían decir en voz alta.¿como era posible pelearse entre los hombres porque al creador de aquellas maravillosas vistas de luces unos lo llamaran Dios, otros Alá otros Yavé? Para mayor comodidad en su contemplación, se había dejado recostar sobre un buen macizo de romero. Admiró las estrellas, luego se puso a contarlas, después se incorporó e intentó escrudiñar la impenetrable oscuridad del entorno. Nada parecía moverse, nada sonaba, sino el canto de los grillos y un lejano y suave murmullo del agua del arroyo que jugaba con las piedras de su lecho. Se recostó de nuevo. Pensó en los moros, en el riesgo de estar allí. Si estuvieran cerca, algo sonaría. Se le cerraron los parpados.

Casi en el centro de la breve meseta, en una especie de corro, dormían confiados los restantes componentes del grupo. Uno de ellos, Rafael, soñaba con una heroica batalla en la que cabalgaba junto al rey. Su sueño era profundo. En uno de sus movimientos, que tal vez lo provocara alguna acción de ensoñamiento, se quedó boca arriba y comenzó, como solía, a roncar suavemente.

Una partida de moros de Cambil, que habían estado observando, desde la tarde, el emplazamiento, el relevo, y los puestos de los cristianos, se había aproximado sigilosamente hasta ellos. El único acceso practicable a la mesetilla que ocupaban estaba guardado por dos vigías. Si caían sobre ellos y los eliminaban en silencio, la sorpresa estaba asegurada y muy difícil lo tendrían los otros dieciocho, que seguían durmiendo.

Seis moros, como silenciosas y astutas serpientes, iban de avanzada a eliminar a los vigías. Cuando oyeron el ronquío de Rafael, se alegraron. Caerían sobre aquellos dos primeros, que eran Garcia y Torres, y de inmediato con el apoyo de los otros pasarlos a todos por el cuchillo.

Ya veían el bulto de los dormidos y estaban dispuestos a degollarlos.

De pronto, inopinada y sorprendentemente, una especie de trueno los dejó paralizados y despertó a los centinelas. Rafael, en su roncar, había perdido la respiración por unos instantes y como reacción, sus pulmones quisieron introducir tanto aire que el ronquido fue descomunal, pareció un redoble de tambor.

Todos se despertaron y uno de los moros mas próximos, el inmediato a Miguel, se traicionó y éste lo vio. De seguida dio la voz de alarma, al tiempo que le atravesaba el pecho.

La reacción de García fue también instintiva y como su compañero, derribó con su lanza al mas cercano.

Los que descansaban en el centro, al unísono, se dirigieron hacia la brecha de acceso para apoyar a sus dos compañeros. Los cuatro moros de la avanzada que quedaban, mientras retrocedían con desventaja, por estar en un plano más bajo, intentaban defenderse de las bravas acometidas de los dos centinelas quienes, sabiéndose respaldados por sus amigos y sin ningún posible franco descubierto, los hostigaban sin miedo.

Todo estaba organizado de tal modo que, simultneamente a la formación de la línea de defensa, Francisco, prendía fuego a la pira de leños para iluminar el entorno y avisar de la asonada a los de la alcazaba de la ciudad. La defensa del lugar no era complicada. Perseguidos y muertos o heridos los de la avanzada enemiga, y comprobadas las otras centinelas, la posible entrada, un tanto angosta y en un favorable declive, se prestaba a un cierre fácil. Lo único que había que cuidar, y todos los sabían, era el no ofrecer la propia silueta contra la luz del fuego. En tal caso, una flecha enemiga podía atravesar al incauto.

Al resplandor de la hoguera, comprobaron que, al menos hasta el arroyo, no había enemigos. También observaron que allá arriba, en la torre del homenaje del castillo, la aureola luminosa de otro fuego respondía al mensaje que ellos les habían enviado. Ya no habría sorpresa. Los planes enemigos habían sido frustrados.

De día ya, una expedición exploro los alrededores y comprobó que habían abandonado las posiciones.

La anécdota del ronquido se corrió de boca en boca entre todos los vecinos de Jaén y desde entonces, cualquier hecho o palabra o frase que a un jienense le mereciera menosprecio, le hacía emitir un ronquido.

Bibliografia: Te voy a contar ...los cuentos de Jaén, autor José García García