Una oscura y
tenebrosa noche cae sobre Jaén. En una de las estrechas calles del barrio de
San Juan, rompe al silencio el estrepitoso golpe del portón de madera de una
casona, de la que ha salido un joven que ha acompañado a la novia hasta su
domicilio. Ni siquiera los pasos del Sereno se escuchan por las cercanías, que
quizá se encuentre resguardado del agua en alguno de los oscuros pero cálidos
portales. El aire frío e intenso arrecia con fuerza sobre la ciudad. Sigue su
camino, con el cuerpo aterido de frío, y divisa a lo lejos una sombra que
avanza en sentido contrario por la misma calle. Piensa en la figura que ve
mientras camina. Excesivamente delgado, a su juicio, parece el caballero, que
con paso ligero se dirige hacia él. Resulta ser un sacerdote, vestido con larga
sotana negra, bien abrigado con una capa y con un gran sombrero que le protegía
del frío y de la lluvia.
El clérigo le
solicita su ayuda para realizar una celebración en la cercana capilla del Arco
de San Lorenzo, puesto que está solo y precisa de colaboración. El joven accede
de inmediato, dirigiéndose ambos hacia el mencionado edificio. Una vez entran
en la pequeña y hermosa Capilla, el sacerdote se reviste y da comienzo a la
ceremonia. En una de las genuflexiones del presbítero, el joven le ayuda
sujetándole la sotana mientras se arrodilla. En ese preciso instante aprecia el
muchacho que en lugar de dos tobillos lo que sobresale por debajo de la ropa
son las canillas de un esqueleto, comprobando que sin lugar a dudas, estaba
junto a un esqueleto parlante. Pies le faltaron para salir corriendo en cuanto
pudo reaccionar, presa del pánico. Abandonó el Arco de San Lorenzo y corrió
desesperado por las calles del barrio de la Merced buscando donde esconderse de
la fantasmal criatura. Parecía que el extraño esqueleto no le había seguido. No
obstante, prefería esconderse donde fuera.
Por fin, en su
alocada carrera, vislumbró la silueta de un hombre en la Plaza de la Merced. Se
acercó hasta él sin pensarlo dos veces, en busca de protección. Resultó ser un
sacerdote, que escuchó boquiabierto el relato que el joven le narró. El cura,
asombrado por el nerviosismo y la excitación del muchacho, con un ligero
destello de burla en su mirada, se alzó la sotana. En ese momento le preguntó
que si los tobillos que había visto eran como los de él, mostrándole al
aterrorizado joven unas horribles canillas descarnadas y sin vida.
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