CUENTA la leyenda que cuando estaba la fortaleza mora de
Abrehui, la anterior al actual castillo de Santa Catalina, al mando del capitán
Solimán, que gozaba con la confianza del rey jienense Alhamar, tuvo que sufrir
la pérdida de su esposa tras el parto de tres niñas gemelas: Aixa, Fátima y
Marien.
Conforme el tiempo pasaba aquellas niñas se convirtieron en
unas hermosas damas, de cuya belleza se hablaba fuera de las fronteras de Jaén.
Por ello, su padre, cuidaba de tenerlas en un lugar seguro, fuera de las
miradas de los hombres.
Quiso la fortuna que un buen día llegara a Jaén un emisario
del rey de Castilla, para entregar al rey moro una carta de su señor.
Alhamar dispuso que el soldado cristiano se alojara en el
castillo los días que permaneciera en la ciudad, mientras meditaba la respuesta
a la propuesta castellana.
Por tratarse de un noble caballero, pariente del rey de
Castilla, le fueron tributados toda clase de honores y deferencias, y ello hizo
que Solimán le invitara una noche a cenar. Cuando estaban sirviendo los
postres, las tres hermanas entraron jugando a la estancia y al observar el
invitado quedaron ruborizadas de tal manera que salieron del comedor con la
misma destreza que habían entrado.
No obstante, Solimán, creyó necesario dar una explicación al
comensal y presentárselas de una manera oficial, lo que provocó una gran
admiración en el caballero, que en sus días restantes de visita buscaba
afanosamente el momento para volver a ver a las tres morillas. A los cinco días
Alhamar preparó la respuesta para el monarca castellano y el enviado tuvo que
volver a Burgos, aunque con el pensamiento ocupado por aquellas muchachas que
había conocido en Jaén.
Pasaron varios meses y el caballero no pudo olvidar los
rostros de aquellas moras, y con la esperanza de volver a encontrarse con ellas
emprendió el camino hacia Yayyán.
Cuando llegó a las puertas de la ciudad pensó que la mejor
forma de acercarse a ellas era acceder a un huerto, adosado a los muros de la
parte posterior de la fortaleza, que tenía un fácil acceso. Para burlar los
centinelas incendió unos matorrales del otro extremo y aprovechando la alarma
sembrada subió por un pequeño muro que daba al huerto, donde las tres morillas,
muy asustadas, corrían a refugiarse en el castillo.
Mientras tanto, el caballero se escondió en un rincón del
huerto, a la espera de que apagaran el fuego y las tres hermanas volvieran a su
lugar de juego.
Al poco tiempo, Aixa, Fátima y Marien salieron de la
fortaleza entonando una canción: «¿Do estarás ahora hermoso galán,/que solo
pude verte un día?/¿Qué triste se tornó mi vida,/desde que te perdiste en la
lejanía!».
El caballero se acercó a ellas sigilosamente y les preguntó
si ese caballero era él, porque desde que las vio se enamoró de cada una de
ellas.
Aixa, con lágrimas en los ojos, le dijo que su amor era
imposible porque su padre les había desposado con un poderoso señor de Granada,
pariente del rey Alhamar, y que ella misma también había sufrido su amor por
él.
En ese preciso momento las hermanas, entre gemidos,
decidieron entrar en el castillo y el caballero cristiano al intentar seguirlas
fue localizado por la guardia que le apresó y fue conducido ante Solimán, que
al reconocerle le preguntó por el motivo de su visita inesperada, a lo que el
doncel no respondió, provocando la ira en Solimán, que no la reprendió contra
él porque recordó que era pariente del rey de Castilla, y de esta manera quedó
pendiente de la decisión de Alhamar.
A los pocos días llegó el monarca nazarí y se entrevistó con
el caballero cristiano, que le contó lo que le había ocurrido. El rey decidió
conocer a las tres moras y después convocó al pariente granadino, que pretendía
casarse con ellas, al caballero cristiano y a Solimán.
Alhamar se dirigió primero a su capitán y le dijo que los
tres hombres allí presentes estaban enamorados de sus hijas. Que como el
caballero cristiano tiene preferencia por Aixa, quedaría Fátima y Marien, «y
deberán ellas mismas decidir con quién de nosotros dos quieren casarse», indica
el rey moro.
Solimán confundido le dice a su señor que si tuviera cien
hijas, las cien se las entregaría, pero si solo desea una que por supuesto no
se va a negar. Tampoco puede hacerlo con tu primo al que anteriormente le había
concedido las tres, «pero mi corazón se acongoja al tener que dar mi Aixa a un
cristiano, no por su religión, porque sé que es buen caballero, de hombría y
linaje, sino porque se irá lejos y no volveré a verla jamás».
Resuelto este escollo por el propio caballero, prometiendo
que le visitaría, al menos, una vez al año, decidieron que Fátima y Marien
eligieran a sus esposos.
Al día siguiente, el rey moro envió un despacho a Fernando
III dándole cuenta de todo lo que había acontecido y rey cristiano, que estaba
en Úbeda, le comunicó que deseaba apadrinar la boda del caballero y Aixa.
Se trasladaron a la ciudad de Úbeda, donde se celebró el
bautizo de la bella mora y a continuación los desposorios.
Romance compuesto sobre esta leyenda, incluso cantado por Federico García Lorca.
Tres moricas me enamoran
en Jaén:
Aixa, Fátima y Marién.
Tres moricas tan garridas
iban a coger olivas,
y hallábanlas cogidas
en Jaén:
Aixa, Fátima y Marién.
Y hallábanlas cogidas
y tornaban desmaídas
y las colores perdídas
en Jaén:
Aixa, Fátima y Marién.
Tres moricas tan lozanas,
iban a coger manzanas
hallábanlas tomadas
en Jaén:
Aixa, Fátima y Marién.
Díjeles: ¿Quién sois, señoras,
de mi vida robadoras?
Cristianas, que éramos moras
en Jaén:
Aixa, Fátima y Marién.
Falla puso música a este romance en "Tres canciones españolas"
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