La Guerra de Granada fue el conjunto de campañas militares que tuvieron lugar entre 1482 y 1492, emprendidas por la reina Isabel I de Castilla y su esposo el rey Fernando II de Aragón en el interior del reino nazarí de Granada, que culminaron con la Capitulaciones de Granada del rey Boabdil, quien había oscilado entre la alianza, el doble juego, la contemporización y el enfrentamiento abierto con ambos bandos y que tuvo como consecuencias la integración en la Corona de Castilla del último reino musulmán de la Península Ibérica finalizándose el proceso histórico de la Reconquista que los reinos cristianos habían comenzado en el siglo VIII y por el cual el papa Alejandro VI reconoció a Isabel y Fernando con el título de Reyes Católicos en 1496.
Los diez años de guerra no fueron un esfuerzo continuo: solía marcar un ritmo estacional de campañas iniciadas en primavera y detenidas en el invierno.
Además, el conflicto estuvo sujeto a numerosas vicisitudes
bélicas y civiles. En el bando cristiano fue decisiva la capacidad de
integración en una misión común que emprendió principalmente la Corona de
Castilla apoyada por la nobleza castellana y el imprescindible impulso del
clero bajo la autoridad de la emergente Monarquía Católica.
La participación de
la Corona de Aragón fue de menor importancia: aparte de la presencia del propio
rey Fernando, consistió en la colaboración naval, la aportación de expertos
artilleros y el empréstito financiero. En el bando musulmán fueron notables los
enfrentamientos intestinos que favorecieron el éxito de sus contrarios.
La protocolaria entrega de las llaves de la ciudad y la
fortaleza-palacio de la Alhambra, el 2 de enero de 1492 se sigue conmemorando
todos los años en esa fecha con un tremolar de banderas desde el Ayuntamiento
de la Ciudad de Granada.
La Guerra de Granada, a pesar de mantener muchos rasgos de
la Edad Media, fue una de las primeras guerras de la Edad Moderna, por el
armamento y tácticas empleadas (más que batallas en campo abierto, fueron
decisivos los asedios resueltos con artillería, y las maquiavélicas maniobras
políticas, aunque no faltaron ejemplos de heroísmo caballeresco, también
propios de la época). Significó una etapa intermedia clave en la evolución
bélica de Occidente entre la Guerra de los Cien Años y las Guerras de Italia. También
era moderna la condición del ejército vencedor, al que, a pesar de su
heterogénea composición, o precisamente por ella (acudieron todo tipo de
fuerzas, desde las tradicionales, reunidas por los nobles, los concejos, las
órdenes militares, los señoríos eclesiásticos; hasta otras como la
recientemente organizada Santa Hermandad y auténticos mercenarios profesionales
provenientes de toda Europa incluyendo un grupo de arqueros ingleses dirigidos
por Lord Scale) se suele considerar como un precoz ejemplo de ejército moderno,
permanente y profesional (para la historiografía más tradicionalista, con
rasgos de ejército nacional, probablemente con abuso del término), en un
momento en que se estaban definiendo las monarquías autoritarias que conformarán
los estados-nación de Europa Occidental.
España, en trance de formar su unidad territorial, fue uno de los principales ejemplos tras el matrimonio de los Reyes Católicos (1469) y su victoria en la Guerra de Sucesión Castellana (1479).
La Guerra de Granada fue utilizada para asociar al Reino de
Castilla y al Reino de Aragón en un proyecto común, ofreciendo a la
aristocracia una actividad al mismo tiempo lucrativa para ella y útil a la
monarquía, que puede ser exhibida al mismo tiempo como empresa religiosa en
conformidad con la nueva forma de identidad social más combativa: el espíritu
del cristiano viejo.
La Guerra de Granada, al ser la última posibilidad de
expansión territorial de los reinos cristianos frente a los musulmanes en la
Península Ibérica significó el fin de la Reconquista, proceso histórico de
larga duración que había comenzado en el siglo VIII.
La "Reconquista" es un término ideológico dotado
de una carga semántica poco neutral, y debe entenderse en sus justos términos:
no había significado una continuidad de hostilidades en todo el periodo; y de
hecho, desde la crisis del siglo XIV se había detenido (se han contabilizado 85
años de paz por 25 de guerra en el periodo 1350-1460), conformándose el Reino
de Castilla, el único con frontera frente a los musulmanes, con el control del
Estrecho de Gibraltar y el mantenimiento del Reino de Granada como un estado
vasallo y tributario en cuya política interior se intervenía en ocasiones. En
momentos de debilidad castellana, ocurría al contrario, que los nazaríes
ejercían sus propias iniciativas, suspendiendo los pagos, incendiando y
saqueando localidades (algunas tan lejanas como Villarrobledo) o recuperando
algún pequeño territorio (Cieza y Carrillo en 1477), a veces en connivencia con
alguna de las facciones que dividían Castilla (las disputas entre el Marqués de
Cádiz y el Duque de Medina Sidonia llevaron a este último a aliarse con los
granadinos, que arrebataron el castillo de Cardela al primero con su ayuda). La
permeabilidad de la frontera en ambas direcciones también produjo la existencia
de categorías sociales mixtas: los elches, o cristianos (muchas veces
ex-cautivos) que se convertían al Islam y los tornadizos que eran la categoría
inversa.8 Transitaban sin ningún problema por el territorio fronterizo los
ejeas, intermediarios dotados de salvoconductos que negociaban los rescates de
prisioneros.
Territorio del reino nazarí durante el siglo XV. En verde
claro, los territorios conquistados por los reinos cristianos desde el siglo
XIII incluyen Ceuta, en la costa de África.
Aunque no faltaron operaciones militares más importantes,
fueron puntuales y limitadas en extensión, como la toma de Antequera (1410),
que sirvió fundamentalmente para prestigiar a Fernando I de Aragón de
Trastámara, que añadió el nombre de la ciudad conquistada al suyo, como los
generales romanos, siéndole muy útil para su elección como rey de Aragón en el
compromiso de Caspe (1412); o la batalla de La Higueruela (1431), en el reinado
Juan II de Castilla, que también en este caso fue objeto de un aparato
propagandístico desproporcionado en beneficio del valido Álvaro de Luna.
La construcción de un estado moderno, en el concepto que de
tal cosa tenían los Reyes Católicos, no era compatible con el mantenimiento de
esa singularidad en la Europa cristiana, que además quitaba libertad de
movimientos a Castilla e impedía la explotación adecuada de una gran cantidad
de tierras a lo largo de una extensa e insegura frontera.
La noticia de la Toma de Granada fue celebrada con festejos
en toda Europa: en Roma se celebró una procesión de acción de gracias del
colegio cardenalicio; en Nápoles se representaron dramas alegóricos de Jacopo
Sannazaro, en los que Mahoma huía del león castellano.
El enfrentamiento entre Cristianismo e Islam dotaba al conflicto de un rasgo inequívocamente religioso, que la implicación vigorosa del clero se encargó de remarcar, incluyendo la concesión por el papado de la Bula de Cruzada.
Terminada la guerra, Isabel y Fernando recibieron el título de
Católicos (1496) por el papa valenciano Alejandro VI, de la familia Borgia, en
un reconocimiento del ascenso de España como potencia europea homologable, en
lo que tampoco era ajena la política de "máximo religioso" de los
Reyes, que había producido la expulsión de los judíos en 1492, poco después de
la toma de Granada. La presión sobre los conversos, a través de la recién
instaurada Inquisición española, estaba siendo particularmente dura desde el
primer auto de fe (Sevilla, 1481). Por si esto fuera poco, el Papado también
les concedió el Nuevo Mundo descubierto y por descubrir (de nuevo en ese mismo
año) a cambio de su evangelización, todo ello en el conjunto de documentos
conocido como Bulas Alejandrinas. Las referencias a la recuperación de
Jerusalén no dejaron de estar presentes como un horizonte retórico.
Desde una perspectiva más amplia, en el otro extremo del mar
Mediterráneo se estaba formando el gigantesco Imperio otomano, musulmán, que
había tomado la cristiana Constantinopla en 1453 y aumentaba sus dominios en
los Balcanes y el Próximo Oriente, llegando incluso a ocupar temporalmente el
puerto italiano de Otranto en 1480. No obstante, los granadinos debieron
enfrentarse solos a los cristianos, puesto que sus posibles aliados, los
sultanes de Fez, de Tremecén o de Egipto no se implicaron en la guerra.
Como proceso histórico, el avance territorial español no se
detuvo con la toma de Granada y continuó de hecho durante el siglo siguiente,
al seguir existiendo las fuerzas sociales que alimentaban esa necesidad expansiva.
Esa expansión pudo verse en el exterior que, junto a los azares dinásticos que
reunieron diversos territorios europeos, formó el Imperio español: la
simultánea conquista de las Islas Canarias y la posterior Conquista de América
(descubierta el 12 de octubre de 1492, en la expedición prevista en las
Capitulaciones de Santa Fe firmadas por Colón y los Reyes frente a la Granada
asediada); de la toma puntual de plazas del norte de África; además de la
conquista del cristiano reino de Navarra en 1512.
Fue experimentada en las Guerras de Granada una nueva
formación militar mixta de artillería e infantería dotada de armamento
combinado (picas, espingardas, más tarde arcabuces...), con utilización menor
de la caballería que en las guerras medievales, y con soldados mercenarios
sometidos a una disciplina diferente a la del código de honor del vasallaje
feudal, y sin olvidar contingentes no combatientes, en ocasiones numerosísimos:
hasta 30.000 "obreros" en 1483, encargados de recoger o quemar cosechas
(las famosas talas para debilitar la economía enemiga) y realizar otras tareas
con valor táctico y estratégico.
Esta innovadora unidad militar fue conocida posteriormente como tercios. A los pocos años se utilizaron con éxito en las Guerras de Italia al mando de un militar experimentado en las campañas andaluzas: Gonzalo Fernández de Córdoba o el Gran Capitán.
De todos modos, aunque se ha insistido en ello
abundantemente por la historiografía, no conviene exagerar el precedente: las
entrenadas tropas de choque castellanas de las Guerras de Granada seguían
siendo esencialmente la caballería real y señorial, y las milicias a pie, en su
mayor parte eran de reclutamiento concejil, en gran parte no combatiente, y su
rendimiento fue mediocre.
Para Ladero Quesada fue la última hueste medieval de
Castilla, claramente diferente de los cuerpos profesionales del siglo
siguiente. Lo que sí puede considerarse una clara muestra de la forma moderna
de hacer la guerra es el volumen de medios empleados: hasta 10.000 caballeros y
50.000 infantes, y más de 200 piezas de artillería construidas en Écija con
ayuda de técnicos franceses y bretones. Los artilleros pasaron de ser cuatro en
1479 a 75 en 1482 y 91 en 1485, muchos de los cuales proceden de Aragón,
Borgoña o Bretaña. La cantidad de animales de tiro y carga también se contaba
por decenas de miles (hasta 80.000 mulas requisadas en un año).
La guerra fue casi completamente terrestre. Aunque hubo una
considerable presencia naval de buques castellanos (del Atlántico andaluz,
vascos y de otros puertos cantábricos) y aragoneses, no pasaron de realizar una
eficaz función de bloqueo, vigilancia y corso, dificultando la relación de los
granadinos con sus posibles aliados del otro lado del Estrecho, que tampoco
demostraron mucho interés por intervenir.
En cuanto a los costes financieros, fueron inmensos. Ladero
Quesada aventura una cifra de mil millones de maravedíes para la Corona y otro
tanto para los demás agentes que intervinieron. Se consiguió recaudar, además
de los ingresos ordinarios (siempre en maravedíes): 650 millones con la Bula de
Cruzada, 160 millones con subsidios o décimas del clero (habitualmente exento)
y 50 millones de las juderías y comunidades mudéjares. Sólo los esclavos
vendidos tras la toma de Málaga significaron más de 56 millones. Siendo
insuficientes, se recurrió al crédito tanto en Castilla (de forma obligatoria a
concejos, a la Mesta, a las colonias de mercaderes extranjeros y a algunos
nobles) como fuera de ella (16 millones en Valencia) y la emisión de juros con
un interés entre el 7 y el 10%.17
Durante la Guerra de Granada la dirección de la conquista
correspondió a la monarquía.
Isabel I de Castilla no dejaba de estar presente en lugares no demasiado seguros (acudió a algunos asedios, e incluso estuvo presente en el campamento real durante un terrible incendio). La famosa promesa de no cambiarse de camisa hasta no tomar la ciudad (que quizá no fuera Granada, sino Baza) es un mito de imposible verificación, que también se ha relacionado con el cierre de los baños moros, por cuestiones morales. La implicación personal de Fernando fue constante.
También correspondió a la nobleza un rol protagónico, sin
minusvalorar la presencia fundamental del clero (como la del confesor real,
Hernando de Talavera) y la más oscura de las clases medias (como la del secretario
real Fernando de Zafra).
Ciertas familias de la aristocracia castellana destacaron
por su participación en estas guerras, aunque al contrario que en las
anteriores Guerras civiles castellanas, en este caso sometidas a una fuerte
autoridad real.
Descolló la familia de Mendoza en la persona de Íñigo López
de Mendoza y Quiñones, I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla, conocido
como El Gran Tendilla, que recibió el cargo hereditario de Alcaide de la
Alhambra y los de Capitán General y Virrey de Granada.
La frontera, al comienzo de la guerra, quedó militarmente a
cargo de tres altos nobles: Alonso de Cárdenas, maestre de la Orden de
Santiago, en el oeste, con base en Écija; Pedro Manrique III de Lara, I duque
de Nájera, en el norte, con base en Jaén; y Pedro Fajardo y Chacón, adelantado
de Murcia, con base en Lorca.
El ya nombrado Gonzalo Fernández de Córdoba alcanzó un protagonismo especial y un futuro mucho más importante que el que parecía reservarle su posición de nacimiento, que si bien era en la alta nobleza (la casa de Aguilar y Córdoba) no era más que un hijo segundón. La capacidad de movilidad social ascendente no era imposible, pero estaban bien delimitadas las formas de acceder a ella: Gonzalo fue un ejemplo de cómo era necesaria una buena combinación de cuna, buena suerte, capacidad y esfuerzo personal para destacar en aquella turbulenta ocasión. Su ocasión llegó como consecuencia de su especial habilidad para contactar con los musulmanes, especialmente con el rey Boabdil que le consideraba amigo personal desde que éste estuvo preso en el castillo de Lopera. Tras demostrar su ingenio y capacidad militar y organizativa, logró la alcaidía de una fortaleza importante (Íllora) y sus buenos oficios fueron trascendentales en el fin de la guerra.
También se produjeron ennoblecimientos de soldados de valor
destacado, la última oportunidad de tal ascenso social, tanto por acabarse el
territorio peninsular a reconquistar como por la mutación fundamental que se
estaba produciendo en el concepto mismo de la guerra y de la función militar de
la nobleza.
En cuanto a la consecución de gloria individual, puede
citarse a Hernán Pérez del Pulgar, el alcaide de las Hazañas, que terminó
luciendo en su escudo once castillos por las plazas tomadas (destacando Málaga
y Baza) y uno más por un temerario golpe de mano nocturno en que clavó a las
puertas de la Mezquita Mayor de Granada un Ave María e incendió la Alcaicería
(1490).
Si la búsqueda de la fama póstuma era uno de los principios
que más animaba al hombre del Renacimiento, también lo consiguieron los menos
afortunados Martín Vázquez de Arce, el Doncel de Sigüenza y Juan de Padilla, el
Doncel de Fresdeval, con su tempranas muertes en batalla y sus extraordinarias
tumbas, respectivamente, en la Catedral de Sigüenza y el monasterio de
Fresdelval.
En el Privilegio rodado de Asiento y Capitulación para la
entrega de la ciudad de Granada, de 30 de diciembre de 1491, se enumeran un
total de 48 confirmantes de la entrega de Granada, los más altos nobles laicos
y eclesiásticos que tomaron parte en la guerra de Granada hasta su capitulación.
La guerra tuvo mucho que ver con el hecho de que, al mismo
tiempo que los reinos cristianos se habían pacificado y reorganizado, el reino
de Granada se enfrentaba a la crisis dinástica de los últimos sultanes nazaríes
(habitualmente referidos como "reyes" en las fuentes cristianas),
concretada por la lucha de poder entre estos tres personajes emparentados
(entre paréntesis se indican sus periodos de gobierno efectivo):
-Abu-l-Hasan «Alí Muley Hacén» (1464-1482 y 1483-1485).
-Abu Abd-Alah, Mohámed XII «Boabdil» también llamado el Chico (1482-1483 y 1486-1492), hijo del anterior. Es el más implicado con los Reyes Católicos, con los que había acordado la entrega de Granada si se le garantizaba un señorío en las Alpujarras.
-Mohámed XIII «el Zagal» (1485-1486), hermano del primero y
tío del segundo.
Cid Hiaya el-Nayyar (o Sidi Yahya), primo de Boabdil y cuñado de El Zagal, que actuaba como virrey o walí en Almería, Guadix y Baza, era partidario de la alianza con los castellanos, y terminó por entregar Baza y bautizarse con el nombre de Pedro de Granada (1489), iniciando la poderosa familia de los Granada Venegas.
Aparte de los enfrentamientos dentro de la familia real, la
aristocracia granadina presentaba otras divisiones, como la rivalidad que
adquirió tintes legendarios entre la familia de los zegríes (fronterizos o
defensores de la frontera) y la de los abencerrajes (Banu Sarray, o sea, hijos
del talabartero). También se registraron enfrentamientos entre los Alamines,
los Venegas y los Abencerrajes en 1412. Estos últimos se sublevaron en Málaga
en 1473 y fueron duramente reprimidos por Muley Hacén (incluyendo, según la
leyenda, una matanza a traición en un salón de la Alhambra). Muchos huyeron a
Castilla.
Se distinguieron cuatro etapas en la Guerra de Granada.
-Primera fase, de 1482 a 1487
Una primera etapa se desarrolló en la conquista de la parte
occidental del reino (actual provincia de Málaga, Loja y la Vega de Granada),
aunque las conquistas territoriales se hicieron esperar hasta 1485, tras unos primeros
años de improvisación.
Hasta entonces, las treguas entre Castilla y Granada se
habían renovado regularmente (en 1475, 1476 y 1478). No obstante, los
incidentes fronterizos no eran extraños, y la inestabilidad del reino musulmán
empujó a una acción poco meditada: a finales del año 1481, como represalia por
hostigamientos puntuales de parte cristiana, los musulmanes tomaron Zahara. Eso
dio una excusa plausible para una operación de más envergadura el 28 de febrero
de 1482: la toma de Alhama, a cargo de Rodrigo Ponce de León y Núñez, II
marqués de Cádiz, autorizado por Diego de Merlo, representante real en Sevilla.
Enrique Pérez de Guzmán y Fonseca, II duque de Medina Sidonia, aristócrata
enemigo del de Cádiz (en un ejemplo de sumisión a las órdenes reales y
coordinación en un proyecto común) acudió a reforzar las posiciones recién
ganadas. En abril fue el mismo Fernando el que llegó a Alhama. Esta plaza fue
objeto de una especial atención durante el resto de la guerra, y confiada como
un honor a personajes importantes (desde 1483 al conde de Tendilla). Si bien
mantener una plaza avanzada y aislada era un disparate desde el punto de vista
estratégico, se hicieron todos los esfuerzos necesarios para mantenerla
abastecida y relevadas periódicamente las tropas de su guarnición, funcionando
como uno de los elementos propagandísticos movilizadores de la guerra.
Las siguientes operaciones significaron un fracaso para los
cristianos: en el fallido ataque a Loja (julio de 1482) murió el maestre de la
Orden de Calatrava, Rodrigo Téllez Girón, y en la primavera siguiente tampoco
se consiguió tomar Málaga ni Vélez Málaga, cayendo prisioneros importantes
nobles, como Juan de Silva, III conde de Cifuentes.
En abril de 1483, en medio de las disensiones internas, y
con el fin de adquirir prestigio, Boabdil intentó sin éxito tomar Lucena con
700 jinetes y 9.000 soldados, pero fue derrotado por el Conde de Cabra cayendo
prisionero. El destino del Rey Chico fue dabatido en un consejo celebrado en
Córdoba. El Marqués de Cádiz era consciente de las implicaciones en la política
interior granadina.
Los Reyes Católicos hicieron una jugada que demostró ser decisiva: lo liberaron tras asegurarse su alianza, incluyendo el pago de tributos. Desde Almería, hizo la guerra a su padre el sultán Muley Hacén. Al poco tiempo (en otoño), Zahara, la plaza que había originado el conflicto, volvió a manos cristianas. También tuvo importancia la toma de Tájara durante una vasta expedición de aprovisionamiento a Alhama y de tala de la vega granadina dirigida por el propio Fernando. Su situación frente a Loja la hizo clave en la fase siguiente.
El resentimiento contra Boabdil repuso a su padre en el
trono de Granada y le valió una fatwa o condena por un tribunal compuesto de
los más prestigiosos cadíes, muftíes, imanes y profesores el 17 de octubre de
1483, que a pesar de citar gravísimas consecuencias fundamentadas en el Corán,
también dejó prudentemente un margen para la reconciliación.
Si hasta entonces, los dos primeros años de la Guerra de
Granada habían sido no muy distintos a la forma medieval de la guerra, en
adelante, el ataque cristiano adquirió una intensidad y continuidad que
demostraban la voluntad de suprimir definitivamente la existencia independiente
del reino de Granada. A partir de entonces y sucesivamente, cayeron Ronda (mayo
de 1485), Marbella (sin combatir), Loja (mayo de 1486, con un uso decisivo de
la artillería pesada), gran parte de la Vega de Granada (fortalezas de Íllora,
Moclín, Montefrío y Colomera), y en la costa Vélez Málaga y la propia Málaga
(19 de agosto de 1487). Esta plaza era especialmente significativa por ser el
principal puerto y por la reducción a esclavitud de la mayoría de sus 8.000
habitantes (los que no reunieron un rescate de 20 doblas) y de los 3.000 gomeres
de su guarnición, de procedencia norteafricana, dirigidos por Hamet el Zegrí.
En el aspecto interior de la política granadina, las luchas
intestinas eran no menos violentas e incluso más decisivas para la suerte final
de la guerra. En 1485 el Zagal parecía haber derrotado a sus parientes,
destronando a su hermano Muley Hacén (que murió poco después) y expulsando a su
sobrino de las zonas que ocupaba. Boabdil se vio forzado a recuperar la imagen
de guerrero islámico con una nueva ofensiva contra los cristianos, aunque en el
transcurso de esta volvió a caer prisionero de Castilla. No obstante, el hecho
no le fue desfavorable, ya que fue excusa suficiente para sellar un nuevo trato
con los Reyes Católicos, poniéndose al frente de un ejército cristiano-musulmán
que tomó Granada para Boabdil en 1487. Quedaba para el Zagal buena parte del
resto del territorio, incluyendo ciudades asediadas, como Baza.
-Segunda fase, de 1488 a 1490
Esta fase de la Guerra de Granada consistió en la conquista
de la parte oriental del reino (actual provincia de Almería) y el resto del
territorio, excepto la capital.
Las campañas militares se vieron frenadas en 1488 como
consecuencia de varios factores: una epidemia de peste por toda Andalucía, la
convocatoria de Cortes en los reinos de la Corona de Aragón, que requería la
atención de Fernando y el cansancio propio de los años transcurridos de guerra.
También existieron razones de política exterior, pues la cuestión sucesoria de
Bretaña, que involucraba al reino de Navarra, proporcionaba una oportunidad que
no podía desaprovecharse. Aunque la campaña dirigida contra el rey de Francia
fue un fracaso militar, la jugada supuso un éxito diplomático y proporcionó la
base de la futura invasión de Navarra e incluso de la alianza con Maximiliano
de Habsburgo, al que apoyaron en una coyuntura apurada.
Trasladada la base de operaciones a Murcia, se produjeron
unas primeras conquistas relativamente sencillas (Vera, Vélez Blanco y Vélez
Rubio). No obstante, localidades mejor defendidas, como Baza y Almería, se
resistieron firmemente, en lo que significó la campaña más dura de toda la
guerra (1489). La toma de Baza, asediada de junio a diciembre de 1489, llevó en
poco tiempo a la capitulación de Almería, Guadix, Almuñécar y Salobreña,
mientras el Zagal se rendía a los Reyes Católicos, pasando a su servicio desde
su señorío de Andarax. Granada quedaba totalmente aislada. Más tarde (1491) se
retiró a África, donde el sultán de Fez, por sugerencia de su sobrino Boabdil,
le encarceló y cegó.
-Tercera fase, de 1490 a 1492
En la última fase de la Guerra de Granada las operaciones se
limitaron al asedio de la ciudad, dirigido desde el campamento-ciudad de Santa
Fe. Con más intrigas que acontecimientos militares, los Reyes Católicos
exigieron a Boabdil la entrega de la ciudad en cumplimiento de sus tantas veces
renovados pactos.
El desenlace se demoró no tanto por resistencia de Boabdil, cuanto por su falta de control interno efectivo, que los cristianos tampoco deseaban erosionar en exceso. Las últimas negociaciones secretas incluyeron el respeto a la religión islámica de los que decidieran quedarse, la posibilidad de emigrar, una exención fiscal por tres años y un perdón general por los delitos cometidos durante la guerra. Se negociaron tres documentos entre los emisarios de los Reyes Católicos, Gonzalo Fernández de Córdoba y el secretario real Fernando de Zafra y el emisario de Boabdil, Abul Kasim (el Muleh o el Malih).
El 25 de noviembre de 1491 fueron firmadas las
Capitulaciones de Granada, que concedieron además un plazo de dos meses para la
rendición. No hubo necesidad de agotarlo, porque los rumores difundidos entre
el pueblo granadino de lo pactado causaron tumultos, sofocados tanto por los
cristianos como por los fieles a Boabdil, que acabó por entregar Granada el 2
de enero de 1492.
Boabdil comenzó retirándose a las tierras alpujarreñas que
le garantizaban los Reyes, pero finalmente (noviembre de 1493, tras una fuerte
indemnización), optó por cruzar el Estrecho, como la mayor parte de la élite
andalusí. Otros, como la familia Abén Humeya, se convirtieron al cristianismo y
fueron recompensados con la conservación e incluso el incremento de su estatus
social (señorío de Válor).
No obstante, las conversiones fueron muy
minoritarias entre la población musulmana, que quedó sometida al dominio
cristiano —categoría social que durante la Edad Media venían recibiendo el
nombre de mudéjares—. Dicha población estaba constituida fundamentalmente por
campesinos sometidos a un duro régimen señorial, ahora con señores cristianos.
Se calcula en casi mil el número de mercedes, que en este caso eran
transferencias de propiedad a grandes señores, militares destacados o clérigos
importantes, e incluso musulmanes aliados. Algunas serán incluso devoluciones
parciales de tierras confiscadas durante la guerra, como la Merced a Fernando
Enríquez Pequeñí (converso cuyo nombre árabe era Mohamed el Pequeñí), regidor
de Granada, de parte de la hacienda de su yerno Mohamed Alhaje Yuçef, muerto en
el combate de Andarax cuando luchaba contra las tropas reales. En la práctica
totalidad eran señoríos de pequeñas dimensiones, con la excepción del
marquesado del Cenete, que se formará con la concesión hecha al Cardenal
Mendoza. Se puede decir que desde antes de acabar la conquista se está
diseñando una colonización, planificada en buena parte por Fernando de Zafra,
no exenta de contradicciones.
La población mudéjar pasó en poco tiempo de ser tratada con
una inicial política de apaciguamiento, como correspondía a las condiciones de
la capitulación, dirigida en lo religioso por fray Hernando de Talavera,
confesor de la reina y primer arzobispo de la ciudad; a otra de mayor firmeza a
partir de la visita del nuevo confesor, el cardenal Cisneros (1499).
Como
resultado, se obtiene un incremento de las "conversiones", pero
también un motín en el Albaicín (arrabal granadino que había pasado a ser el
ghetto islámico de la ciudad, mientras la antigua medina pasaba a ser
remodelada y ocupada por repobladores cristianos) y una sublevación en las
Alpujarras. Tales desórdenes fueron considerados como una ruptura de las
condiciones de la capitulación por la parte islámica, con lo que, libres de
toda cortapisa, los reyes emitieron la Pragmática de 11 de febrero de 1502, que
obligaba al bautismo o al exilio de los musulmanes. En la práctica los
bautismos fueron masivos, con una coerción poco disimulada. Más que un remedio,
se originó un problema de integración, incluyendo la rebelión de las Alpujarras
(1568-1571, considerada una nueva Guerra de Granada), su dispersión por los
territorios castellanos del interior (siendo sustituidos por colonos cristianos
viejos, en perjuicio de una agricultura tradicional extraordinariamente
adaptada a un entorno natural muy delicado) y, con el tiempo, su expulsión
(1609), junto con los moriscos de la Corona de Aragón.
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