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domingo, 22 de febrero de 2015

La Romia de Granada



Martínez de la Rosa escribió una interesante novela en la que dice, que la favorita de Muley Hassan fue hija del comendador Sancho de Jiménez de Solís, alcaide de Martos, y que en la noche de sus bodas con D. Alfonso Venegas, asaltado el castillo por los árabes, en el momento de arrodillarse la doncella para pedir la bendición nupcial, fue capturada por los invasores que la condujeron a presencia del Soberano, el cual, prendado de su juventud y belleza, la hizo esposa.

Según Müller, la leyenda es la siguiente: ciertos almogárabes moros quisieron entrar a saltear en la tierra de los cristianos y el aladid que los llevaba era natural de Aguilar, que es un lugar muy cerca de Córdoba y ocurrió que un sábado en la noche, porque el siguiente día era domingo y las gentes no salían al trabajo y el campo estaría vacío, solo salieron unos niños a dar agua a sus animales, los raptaron y entre ellos iba una mozuela de unos diez a doce años, los cuales fueron vendidos en Granada, la niña fue comprada por el Harén del rey y solo la tenían para barrer la cámara y las dependencias reales.

Estando pues ella en el Harén, esta fue llevada a escondidas por un eunuco a los aposentos del rey, noche tras noche. Las doncellas de la Reina Fátima descubrieron que esta era llevada a los aposentos del rey, traicionando a la reina, y sin más remordimientos una noche la esperaron a la vuelta y con los chanclos de sus pies le dieron una gran paliza hasta que quedo casi muerta.

Muley Hassan muy resentido de los hechos ocurridos, pensó que había sido por mandato de la reina Fátima, al día siguiente por la mañana envió un paje para que la condujera a dicho palacio lo que es ahora el monasterio de Santa Isabel la Real y envió a llamar al Mezuar que era el guarda mayor de su reino y persona de más confianza y le mando que los sastres, joyeros y sederos hacer ropas y joyas para aquella chiquilla, blanca como la nieve, con unos ojos negros, grandes y relucientes, con una boca dulce como la miel. Para cualquier mortal, Isabel era como una flor de un jardín.

El rey Muley Hassan se enamoró de ella, se casó y la hizo reina de Granada, tuvo dos hijos infantes de Granada, llamado el uno Saád y el otro Nasr, que después se bautizaron con los nombres de D. Alonso y D. Juan de Granada. Desde aquel momento, se entregó por completo al placer de contemplar a la cristiana la Romia. Desentendido de los negocios de estado, paso semanas y semanas en los palacios de la Alhambra rendido a los pies de Isabel.

La Romia nombre que significa en árabe La Cristiana, no se contentó con suplantar a la reina Fátima en el lecho conyugal. Que además, quiso que sus hijos heredasen el trono de Granada, pero para ello había de suprimir a los de Fátima, es decir, a Muley Abú Abdillah Mohammad, hijo de Muley Hassan y de la sultana Fátima, que llegaría a ser rey de la hermosa y bella Granada.

Bibliografia: José Espinosa, Paseando por el Albaycín



sábado, 27 de diciembre de 2014

El Caso de la Cruz Roja



La antigua sede de la Cruz Roja en Granada, lleva siendo desde hace tiempo escenario de todo tipo de fenómenos extraños. Apariciones fantasmales, psicofonías, voces inexplicables...


A veces se da un contraste interesante. Edificios que de día parecen absolutamente normales. Que incluso muestran una actividad frenética pero que cuando las sombras comienzan a cernirse sobre la ciudad y la gente empieza a abandonar las calles, todo cambia.


Esto es lo que al parecer sucede en la actual sede de la Cruz Roja de Granada, sita en un enclave que se ha caracterizado por albergar sucesos trágicos y extraños a lo largo de toda su historia.



Lo saben bien los vecinos del barrio, en especial, los niños. Entre los muchachos de la zona, el edificio ha tenido tradicionalmente fama de ser una casa encantada. Eran habituales las apuestas entre los chavales que acudían al lugar a ver fantasmas y, según muchos, los veían. Si no fantasmas, al menos cosas extrañas, como luces inexplicables en las ventanas del edificio entonces desocupado. Los más afortunados llegaron a ver lo que definen como un aura con forma levemente humana. Ante semejante aparición lo normal era que salieran corriendo.



Este edificio era una fábrica de telas en los años cuarenta del siglo pasado; ya entonces de decía que ocurrían hechos insólitos y que en ella habitaba un espectro que vagaba por el jardín. Cuando la fábrica cerro, los mayores prohibían a los niños jugar en aquel lugar y les advertían de no entrar, sobre todo, en el desván. El edificio ha tenido múltiples usos a lo largo de su historia: hospital, establecimiento militar y, finalmente, sede de Cruz Roja.



Sin embargo, con el paso del tiempo la fenomenología extraña fue remitiendo hasta desaparecer. Un voluntario de Cruz Roja murió en accidente a finales de los 80 y sus compañeros decidieron recurrir a la guija para ponerse en contacto con su espíritu. A partir de ese desafortunado momento comenzaron a ocurrir toda suerte de hechos anormales: golpes, ruidos en la noche, taquillas y muebles que se mueven, incluso un sonido como si alguien estuviera apedreando las ventanas... Se escuchaba el sonido de los cristales quebrándose, incluso el ruido de la piedra rebotando en el suelo, pero cuando los voluntarios acudían a comprobar lo sucedido, se encontraban con que todas las ventanas estaban intactas.


Esto les llevo a aumentar el número de improvisadas sesiones de espiritismo, lo que provocaba que los fenómenos crecieran en intensidad y frecuencia.



La fenomenología comenzó a extenderse a otras zonas de las dependencias, como los almacenes. Allí ocurrió más de una vez que una vez ordenado e inventariado todo el material, se escuchaba un estruendo y los voluntarios se encontraban desparramado por el suelo todo lo que antes había sido dejado en perfecto orden.



Un día, uno de los voluntarios se encontró con un hombre mayor y vestido con traje militar, aunque sin ninguna insignia ni identificación, que pidió visitar el centro porque había sido un antiguo mando del lugar y le gustaría rememorar aquellos días así como comprobar los cambios que se habían introducido en el edificio. También le pregunto por un tal capitán Martínez. El voluntario respondió que hacía años que no trabajaba allí, pero que en el archivo podrían estar sus señas. Ambos se dirigieron al archivo, pero solo uno de ellos llego ya que por el camino el visitante se esfumo en el aire como por arte de magia. AL principio el voluntario Sevilla no le dio mayor importancia al incidente, hasta que, tiempo después, vio en la sala de juntas un retrato que coincidía con él. Se trataba del comandante Ballesteros, que ya llevaba tiempo fallecido. Al parecer, el fallecido Ballesteros se convirtió en asiduo del lugar y fueron muchos los que lo vieron.

Autor: http://misterioenlared.blogspot.com.es

sábado, 18 de octubre de 2014

El judío rico

Allá por los años de 1364, en el barrio que los árabes llamaban Garantía al-Jehud, vivía un anciano judío al que decían conocerlo como Abraham.

Entre los más ricos era este mercader, y su fortuna superaba su avaricia y queriendo evitar el pago de impuestos que le imponía los moros, vendió sus telas y sus joyas, cerró la tienda de la Alcaicería y seguido de su esclavo mudo, se trasladó al Albaycin a una casa situada en una callejuela estrecha y sin salida cerca de la ermita del Cristo de las Azucenas.

A todo el mundo, e incluso a sus amigos, el judío aseguraba que se hallaba en la más completa de las ruinas, pero nadie creía en sus quejas. Encorvado, harapiento, salía por la mañana a comprar provisiones tan mezquinas que a ojos vista eran insuficientes para alimentar a dos personas. Y, lo tremendo, es que ejercía a gran escala la usura, empeñando toda clase de objetos y prendas de lo que obtenía enormes ganancias. Nada satisfacía su sed de riqueza y se justificaba con que había de participar en las necesidades del rey Mohamad V para chupar como una sanguijuela al desgraciado que se acercaba a su cuchitril. El esclavo murió a poco, de la enfermedad de hambre, lo que aumentó su reputación de miserable.

Sin embargo, la fama de millonario le llevó ante el tribunal de los Siete Jueces, pero nadie pudo encontrar rastro de sus tesoros. Tanta maldad no podía quedar sin castigo, y ése no tardó en llegar.

Un pobre labrador, ante una desgracia familiar, tuvo que acudir a Abraham y empeñar su corta hacienda, pero asustado ante la cuenta que le presentó el judío, abandono la finca a su reoacidad y el usurero, contra su gusto, se convirtió en propietario. Situada la hacienda fuera de la cerca de don Gonzalo. Dando vista a Valparaíso, sitio apartado, triste y muy solidario, era ideal para un ave de rapiña.

Él, que tenía oro como para comprar un pueblo, se dedicó a cultivar la tierra y a custodiar la escasa fruta de los árboles de aquel raquítico terreno.

El viejo judío, gozaba en cambio, de una ventaja singular. Delante de una de las cuevas que utilizaba como vivienda, brotaba una fuente de agua dulce y clara. Misteriosamente, le despertó un voraz apetito, ni su avaricia pudo impedir que comprara alimentos en cantidad, a los que daba fin de inmediato, el agua no le saciaba su sed. De esta manera y el poco tiempo, su cuerpo, se enderezo y adquirió la robustez de la juventud, lo que maravillo a sus vecinos albaycineros.

Abraham maldijo a la fuente y juro no beber su agua, pero eran tan crueles los dolores que torturaban su estómago, que corría al misterioso manantial y se hartaba del líquido, el único bálsamo capaz de calmar sus trastornos. Claro que, de paso, le despabilaba la gula y vuelta a las comilonas. Sostener tal gasto le obligo a cambiar los zequies de oro por comida y era de ver las lágrimas de coraje que derramaba. Y vuelta a los dolores de barriga y a la riquísima agua y a las hambres caninas, lo que hizo adoptar una resolución funesta. Se encerró en casa, trabajó desesperadamente en una faena secreta y, cuando la remato, ciego de enojo se colgó de una viga.

A la mañana siguiente, los recaudadores de contribuciones registraron escrupulosamente la vivienda, pero no hallaron nada en absoluto, ni dinero, ni joyas, ni muebles.

Si alguien duda de esta leyenda, puede dirigir sus pasos al cerro de San Miguel, hasta las cuevas del Rabal. Que pruebe el agua que allí brota y observara como su apetito crece desmesuradamente, ya que el líquido, después de tantos siglos conserva parte de la extraña virtud que sirvió para castigar al viejo judío.

Y, si aún dudas sube de nuevo al Albaycin, detente frente al aljibe del rey y, un oculto rincón, advertirás los restos de una casa a la que llaman del Tesoro, donde hace más de cien años unos vecinos se hicieron riquísimos de la noche a la mañana.

Autor José Espinosa, Historia, leyendas y poesia del Albaycín.