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jueves, 27 de noviembre de 2014

La guerra de Granada



La Guerra de Granada fue el conjunto de campañas militares que tuvieron lugar entre 1482 y 1492, emprendidas por la reina Isabel I de Castilla y su esposo el rey Fernando II de Aragón en el interior del reino nazarí de Granada, que culminaron con la Capitulaciones de Granada del rey Boabdil, quien había oscilado entre la alianza, el doble juego, la contemporización y el enfrentamiento abierto con ambos bandos y que tuvo como consecuencias la integración en la Corona de Castilla del último reino musulmán de la Península Ibérica finalizándose el proceso histórico de la Reconquista que los reinos cristianos habían comenzado en el siglo VIII y por el cual el papa Alejandro VI reconoció a Isabel y Fernando con el título de Reyes Católicos en 1496.



Los diez años de guerra no fueron un esfuerzo continuo: solía marcar un ritmo estacional de campañas iniciadas en primavera y detenidas en el invierno.


Además, el conflicto estuvo sujeto a numerosas vicisitudes bélicas y civiles. En el bando cristiano fue decisiva la capacidad de integración en una misión común que emprendió principalmente la Corona de Castilla apoyada por la nobleza castellana y el imprescindible impulso del clero bajo la autoridad de la emergente Monarquía Católica.

La participación de la Corona de Aragón fue de menor importancia: aparte de la presencia del propio rey Fernando, consistió en la colaboración naval, la aportación de expertos artilleros y el empréstito financiero. En el bando musulmán fueron notables los enfrentamientos intestinos que favorecieron el éxito de sus contrarios.


La protocolaria entrega de las llaves de la ciudad y la fortaleza-palacio de la Alhambra, el 2 de enero de 1492 se sigue conmemorando todos los años en esa fecha con un tremolar de banderas desde el Ayuntamiento de la Ciudad de Granada.


La Guerra de Granada, a pesar de mantener muchos rasgos de la Edad Media, fue una de las primeras guerras de la Edad Moderna, por el armamento y tácticas empleadas (más que batallas en campo abierto, fueron decisivos los asedios resueltos con artillería, y las maquiavélicas maniobras políticas, aunque no faltaron ejemplos de heroísmo caballeresco, también propios de la época). Significó una etapa intermedia clave en la evolución bélica de Occidente entre la Guerra de los Cien Años y las Guerras de Italia. También era moderna la condición del ejército vencedor, al que, a pesar de su heterogénea composición, o precisamente por ella (acudieron todo tipo de fuerzas, desde las tradicionales, reunidas por los nobles, los concejos, las órdenes militares, los señoríos eclesiásticos; hasta otras como la recientemente organizada Santa Hermandad y auténticos mercenarios profesionales provenientes de toda Europa incluyendo un grupo de arqueros ingleses dirigidos por Lord Scale) se suele considerar como un precoz ejemplo de ejército moderno, permanente y profesional (para la historiografía más tradicionalista, con rasgos de ejército nacional, probablemente con abuso del término), en un momento en que se estaban definiendo las monarquías autoritarias que conformarán los estados-nación de Europa Occidental.



España, en trance de formar su unidad territorial, fue uno de los principales ejemplos tras el matrimonio de los Reyes Católicos (1469) y su victoria en la Guerra de Sucesión Castellana (1479).

La Guerra de Granada fue utilizada para asociar al Reino de Castilla y al Reino de Aragón en un proyecto común, ofreciendo a la aristocracia una actividad al mismo tiempo lucrativa para ella y útil a la monarquía, que puede ser exhibida al mismo tiempo como empresa religiosa en conformidad con la nueva forma de identidad social más combativa: el espíritu del cristiano viejo.

La Guerra de Granada, al ser la última posibilidad de expansión territorial de los reinos cristianos frente a los musulmanes en la Península Ibérica significó el fin de la Reconquista, proceso histórico de larga duración que había comenzado en el siglo VIII.


La "Reconquista" es un término ideológico dotado de una carga semántica poco neutral, y debe entenderse en sus justos términos: no había significado una continuidad de hostilidades en todo el periodo; y de hecho, desde la crisis del siglo XIV se había detenido (se han contabilizado 85 años de paz por 25 de guerra en el periodo 1350-1460), conformándose el Reino de Castilla, el único con frontera frente a los musulmanes, con el control del Estrecho de Gibraltar y el mantenimiento del Reino de Granada como un estado vasallo y tributario en cuya política interior se intervenía en ocasiones. En momentos de debilidad castellana, ocurría al contrario, que los nazaríes ejercían sus propias iniciativas, suspendiendo los pagos, incendiando y saqueando localidades (algunas tan lejanas como Villarrobledo) o recuperando algún pequeño territorio (Cieza y Carrillo en 1477), a veces en connivencia con alguna de las facciones que dividían Castilla (las disputas entre el Marqués de Cádiz y el Duque de Medina Sidonia llevaron a este último a aliarse con los granadinos, que arrebataron el castillo de Cardela al primero con su ayuda). La permeabilidad de la frontera en ambas direcciones también produjo la existencia de categorías sociales mixtas: los elches, o cristianos (muchas veces ex-cautivos) que se convertían al Islam y los tornadizos que eran la categoría inversa.8 Transitaban sin ningún problema por el territorio fronterizo los ejeas, intermediarios dotados de salvoconductos que negociaban los rescates de prisioneros.

Territorio del reino nazarí durante el siglo XV. En verde claro, los territorios conquistados por los reinos cristianos desde el siglo XIII incluyen Ceuta, en la costa de África.

Aunque no faltaron operaciones militares más importantes, fueron puntuales y limitadas en extensión, como la toma de Antequera (1410), que sirvió fundamentalmente para prestigiar a Fernando I de Aragón de Trastámara, que añadió el nombre de la ciudad conquistada al suyo, como los generales romanos, siéndole muy útil para su elección como rey de Aragón en el compromiso de Caspe (1412); o la batalla de La Higueruela (1431), en el reinado Juan II de Castilla, que también en este caso fue objeto de un aparato propagandístico desproporcionado en beneficio del valido Álvaro de Luna.

La construcción de un estado moderno, en el concepto que de tal cosa tenían los Reyes Católicos, no era compatible con el mantenimiento de esa singularidad en la Europa cristiana, que además quitaba libertad de movimientos a Castilla e impedía la explotación adecuada de una gran cantidad de tierras a lo largo de una extensa e insegura frontera.

La noticia de la Toma de Granada fue celebrada con festejos en toda Europa: en Roma se celebró una procesión de acción de gracias del colegio cardenalicio; en Nápoles se representaron dramas alegóricos de Jacopo Sannazaro, en los que Mahoma huía del león castellano.



El enfrentamiento entre Cristianismo e Islam dotaba al conflicto de un rasgo inequívocamente religioso, que la implicación vigorosa del clero se encargó de remarcar, incluyendo la concesión por el papado de la Bula de Cruzada. 
Terminada la guerra, Isabel y Fernando recibieron el título de Católicos (1496) por el papa valenciano Alejandro VI, de la familia Borgia, en un reconocimiento del ascenso de España como potencia europea homologable, en lo que tampoco era ajena la política de "máximo religioso" de los Reyes, que había producido la expulsión de los judíos en 1492, poco después de la toma de Granada. La presión sobre los conversos, a través de la recién instaurada Inquisición española, estaba siendo particularmente dura desde el primer auto de fe (Sevilla, 1481). Por si esto fuera poco, el Papado también les concedió el Nuevo Mundo descubierto y por descubrir (de nuevo en ese mismo año) a cambio de su evangelización, todo ello en el conjunto de documentos conocido como Bulas Alejandrinas. Las referencias a la recuperación de Jerusalén no dejaron de estar presentes como un horizonte retórico.

Desde una perspectiva más amplia, en el otro extremo del mar Mediterráneo se estaba formando el gigantesco Imperio otomano, musulmán, que había tomado la cristiana Constantinopla en 1453 y aumentaba sus dominios en los Balcanes y el Próximo Oriente, llegando incluso a ocupar temporalmente el puerto italiano de Otranto en 1480. No obstante, los granadinos debieron enfrentarse solos a los cristianos, puesto que sus posibles aliados, los sultanes de Fez, de Tremecén o de Egipto no se implicaron en la guerra.

Como proceso histórico, el avance territorial español no se detuvo con la toma de Granada y continuó de hecho durante el siglo siguiente, al seguir existiendo las fuerzas sociales que alimentaban esa necesidad expansiva. Esa expansión pudo verse en el exterior que, junto a los azares dinásticos que reunieron diversos territorios europeos, formó el Imperio español: la simultánea conquista de las Islas Canarias y la posterior Conquista de América (descubierta el 12 de octubre de 1492, en la expedición prevista en las Capitulaciones de Santa Fe firmadas por Colón y los Reyes frente a la Granada asediada); de la toma puntual de plazas del norte de África; además de la conquista del cristiano reino de Navarra en 1512.

Fue experimentada en las Guerras de Granada una nueva formación militar mixta de artillería e infantería dotada de armamento combinado (picas, espingardas, más tarde arcabuces...), con utilización menor de la caballería que en las guerras medievales, y con soldados mercenarios sometidos a una disciplina diferente a la del código de honor del vasallaje feudal, y sin olvidar contingentes no combatientes, en ocasiones numerosísimos: hasta 30.000 "obreros" en 1483, encargados de recoger o quemar cosechas (las famosas talas para debilitar la economía enemiga) y realizar otras tareas con valor táctico y estratégico.



Esta innovadora unidad militar fue conocida posteriormente como tercios. A los pocos años se utilizaron con éxito en las Guerras de Italia al mando de un militar experimentado en las campañas andaluzas: Gonzalo Fernández de Córdoba o el Gran Capitán.

De todos modos, aunque se ha insistido en ello abundantemente por la historiografía, no conviene exagerar el precedente: las entrenadas tropas de choque castellanas de las Guerras de Granada seguían siendo esencialmente la caballería real y señorial, y las milicias a pie, en su mayor parte eran de reclutamiento concejil, en gran parte no combatiente, y su rendimiento fue mediocre.

Para Ladero Quesada fue la última hueste medieval de Castilla, claramente diferente de los cuerpos profesionales del siglo siguiente. Lo que sí puede considerarse una clara muestra de la forma moderna de hacer la guerra es el volumen de medios empleados: hasta 10.000 caballeros y 50.000 infantes, y más de 200 piezas de artillería construidas en Écija con ayuda de técnicos franceses y bretones. Los artilleros pasaron de ser cuatro en 1479 a 75 en 1482 y 91 en 1485, muchos de los cuales proceden de Aragón, Borgoña o Bretaña. La cantidad de animales de tiro y carga también se contaba por decenas de miles (hasta 80.000 mulas requisadas en un año).

La guerra fue casi completamente terrestre. Aunque hubo una considerable presencia naval de buques castellanos (del Atlántico andaluz, vascos y de otros puertos cantábricos) y aragoneses, no pasaron de realizar una eficaz función de bloqueo, vigilancia y corso, dificultando la relación de los granadinos con sus posibles aliados del otro lado del Estrecho, que tampoco demostraron mucho interés por intervenir.


En cuanto a los costes financieros, fueron inmensos. Ladero Quesada aventura una cifra de mil millones de maravedíes para la Corona y otro tanto para los demás agentes que intervinieron. Se consiguió recaudar, además de los ingresos ordinarios (siempre en maravedíes): 650 millones con la Bula de Cruzada, 160 millones con subsidios o décimas del clero (habitualmente exento) y 50 millones de las juderías y comunidades mudéjares. Sólo los esclavos vendidos tras la toma de Málaga significaron más de 56 millones. Siendo insuficientes, se recurrió al crédito tanto en Castilla (de forma obligatoria a concejos, a la Mesta, a las colonias de mercaderes extranjeros y a algunos nobles) como fuera de ella (16 millones en Valencia) y la emisión de juros con un interés entre el 7 y el 10%.17


Durante la Guerra de Granada la dirección de la conquista correspondió a la monarquía.


Isabel I de Castilla no dejaba de estar presente en lugares no demasiado seguros (acudió a algunos asedios, e incluso estuvo presente en el campamento real durante un terrible incendio). La famosa promesa de no cambiarse de camisa hasta no tomar la ciudad (que quizá no fuera Granada, sino Baza) es un mito de imposible verificación, que también se ha relacionado con el cierre de los baños moros, por cuestiones morales. La implicación personal de Fernando fue constante.

También correspondió a la nobleza un rol protagónico, sin minusvalorar la presencia fundamental del clero (como la del confesor real, Hernando de Talavera) y la más oscura de las clases medias (como la del secretario real Fernando de Zafra).

Ciertas familias de la aristocracia castellana destacaron por su participación en estas guerras, aunque al contrario que en las anteriores Guerras civiles castellanas, en este caso sometidas a una fuerte autoridad real.

Descolló la familia de Mendoza en la persona de Íñigo López de Mendoza y Quiñones, I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla, conocido como El Gran Tendilla, que recibió el cargo hereditario de Alcaide de la Alhambra y los de Capitán General y Virrey de Granada.

La frontera, al comienzo de la guerra, quedó militarmente a cargo de tres altos nobles: Alonso de Cárdenas, maestre de la Orden de Santiago, en el oeste, con base en Écija; Pedro Manrique III de Lara, I duque de Nájera, en el norte, con base en Jaén; y Pedro Fajardo y Chacón, adelantado de Murcia, con base en Lorca.



El ya nombrado Gonzalo Fernández de Córdoba alcanzó un protagonismo especial y un futuro mucho más importante que el que parecía reservarle su posición de nacimiento, que si bien era en la alta nobleza (la casa de Aguilar y Córdoba) no era más que un hijo segundón. La capacidad de movilidad social ascendente no era imposible, pero estaban bien delimitadas las formas de acceder a ella: Gonzalo fue un ejemplo de cómo era necesaria una buena combinación de cuna, buena suerte, capacidad y esfuerzo personal para destacar en aquella turbulenta ocasión. Su ocasión llegó como consecuencia de su especial habilidad para contactar con los musulmanes, especialmente con el rey Boabdil que le consideraba amigo personal desde que éste estuvo preso en el castillo de Lopera. Tras demostrar su ingenio y capacidad militar y organizativa, logró la alcaidía de una fortaleza importante (Íllora) y sus buenos oficios fueron trascendentales en el fin de la guerra.

También se produjeron ennoblecimientos de soldados de valor destacado, la última oportunidad de tal ascenso social, tanto por acabarse el territorio peninsular a reconquistar como por la mutación fundamental que se estaba produciendo en el concepto mismo de la guerra y de la función militar de la nobleza.

En cuanto a la consecución de gloria individual, puede citarse a Hernán Pérez del Pulgar, el alcaide de las Hazañas, que terminó luciendo en su escudo once castillos por las plazas tomadas (destacando Málaga y Baza) y uno más por un temerario golpe de mano nocturno en que clavó a las puertas de la Mezquita Mayor de Granada un Ave María e incendió la Alcaicería (1490).

Si la búsqueda de la fama póstuma era uno de los principios que más animaba al hombre del Renacimiento, también lo consiguieron los menos afortunados Martín Vázquez de Arce, el Doncel de Sigüenza y Juan de Padilla, el Doncel de Fresdeval, con su tempranas muertes en batalla y sus extraordinarias tumbas, respectivamente, en la Catedral de Sigüenza y el monasterio de Fresdelval.

En el Privilegio rodado de Asiento y Capitulación para la entrega de la ciudad de Granada, de 30 de diciembre de 1491, se enumeran un total de 48 confirmantes de la entrega de Granada, los más altos nobles laicos y eclesiásticos que tomaron parte en la guerra de Granada hasta su capitulación.

La guerra tuvo mucho que ver con el hecho de que, al mismo tiempo que los reinos cristianos se habían pacificado y reorganizado, el reino de Granada se enfrentaba a la crisis dinástica de los últimos sultanes nazaríes (habitualmente referidos como "reyes" en las fuentes cristianas), concretada por la lucha de poder entre estos tres personajes emparentados (entre paréntesis se indican sus periodos de gobierno efectivo):

-Abu-l-Hasan «Alí Muley Hacén» (1464-1482 y 1483-1485).



-Abu Abd-Alah, Mohámed XII «Boabdil» también llamado el Chico (1482-1483 y 1486-1492), hijo del anterior. Es el más implicado con los Reyes Católicos, con los que había acordado la entrega de Granada si se le garantizaba un señorío en las Alpujarras.

-Mohámed XIII «el Zagal» (1485-1486), hermano del primero y tío del segundo.



Cid Hiaya el-Nayyar (o Sidi Yahya), primo de Boabdil y cuñado de El Zagal, que actuaba como virrey o walí en Almería, Guadix y Baza, era partidario de la alianza con los castellanos, y terminó por entregar Baza y bautizarse con el nombre de Pedro de Granada (1489), iniciando la poderosa familia de los Granada Venegas.

Aparte de los enfrentamientos dentro de la familia real, la aristocracia granadina presentaba otras divisiones, como la rivalidad que adquirió tintes legendarios entre la familia de los zegríes (fronterizos o defensores de la frontera) y la de los abencerrajes (Banu Sarray, o sea, hijos del talabartero). También se registraron enfrentamientos entre los Alamines, los Venegas y los Abencerrajes en 1412. Estos últimos se sublevaron en Málaga en 1473 y fueron duramente reprimidos por Muley Hacén (incluyendo, según la leyenda, una matanza a traición en un salón de la Alhambra). Muchos huyeron a Castilla.



Se distinguieron cuatro etapas en la Guerra de Granada.

-Primera fase, de 1482 a 1487

Una primera etapa se desarrolló en la conquista de la parte occidental del reino (actual provincia de Málaga, Loja y la Vega de Granada), aunque las conquistas territoriales se hicieron esperar hasta 1485, tras unos primeros años de improvisación.

Hasta entonces, las treguas entre Castilla y Granada se habían renovado regularmente (en 1475, 1476 y 1478). No obstante, los incidentes fronterizos no eran extraños, y la inestabilidad del reino musulmán empujó a una acción poco meditada: a finales del año 1481, como represalia por hostigamientos puntuales de parte cristiana, los musulmanes tomaron Zahara. Eso dio una excusa plausible para una operación de más envergadura el 28 de febrero de 1482: la toma de Alhama, a cargo de Rodrigo Ponce de León y Núñez, II marqués de Cádiz, autorizado por Diego de Merlo, representante real en Sevilla. Enrique Pérez de Guzmán y Fonseca, II duque de Medina Sidonia, aristócrata enemigo del de Cádiz (en un ejemplo de sumisión a las órdenes reales y coordinación en un proyecto común) acudió a reforzar las posiciones recién ganadas. En abril fue el mismo Fernando el que llegó a Alhama. Esta plaza fue objeto de una especial atención durante el resto de la guerra, y confiada como un honor a personajes importantes (desde 1483 al conde de Tendilla). Si bien mantener una plaza avanzada y aislada era un disparate desde el punto de vista estratégico, se hicieron todos los esfuerzos necesarios para mantenerla abastecida y relevadas periódicamente las tropas de su guarnición, funcionando como uno de los elementos propagandísticos movilizadores de la guerra.

Las siguientes operaciones significaron un fracaso para los cristianos: en el fallido ataque a Loja (julio de 1482) murió el maestre de la Orden de Calatrava, Rodrigo Téllez Girón, y en la primavera siguiente tampoco se consiguió tomar Málaga ni Vélez Málaga, cayendo prisioneros importantes nobles, como Juan de Silva, III conde de Cifuentes.

En abril de 1483, en medio de las disensiones internas, y con el fin de adquirir prestigio, Boabdil intentó sin éxito tomar Lucena con 700 jinetes y 9.000 soldados, pero fue derrotado por el Conde de Cabra cayendo prisionero. El destino del Rey Chico fue dabatido en un consejo celebrado en Córdoba. El Marqués de Cádiz era consciente de las implicaciones en la política interior granadina.



Los Reyes Católicos hicieron una jugada que demostró ser decisiva: lo liberaron tras asegurarse su alianza, incluyendo el pago de tributos. Desde Almería, hizo la guerra a su padre el sultán Muley Hacén. Al poco tiempo (en otoño), Zahara, la plaza que había originado el conflicto, volvió a manos cristianas. También tuvo importancia la toma de Tájara durante una vasta expedición de aprovisionamiento a Alhama y de tala de la vega granadina dirigida por el propio Fernando. Su situación frente a Loja la hizo clave en la fase siguiente.

El resentimiento contra Boabdil repuso a su padre en el trono de Granada y le valió una fatwa o condena por un tribunal compuesto de los más prestigiosos cadíes, muftíes, imanes y profesores el 17 de octubre de 1483, que a pesar de citar gravísimas consecuencias fundamentadas en el Corán, también dejó prudentemente un margen para la reconciliación.

Si hasta entonces, los dos primeros años de la Guerra de Granada habían sido no muy distintos a la forma medieval de la guerra, en adelante, el ataque cristiano adquirió una intensidad y continuidad que demostraban la voluntad de suprimir definitivamente la existencia independiente del reino de Granada. A partir de entonces y sucesivamente, cayeron Ronda (mayo de 1485), Marbella (sin combatir), Loja (mayo de 1486, con un uso decisivo de la artillería pesada), gran parte de la Vega de Granada (fortalezas de Íllora, Moclín, Montefrío y Colomera), y en la costa Vélez Málaga y la propia Málaga (19 de agosto de 1487). Esta plaza era especialmente significativa por ser el principal puerto y por la reducción a esclavitud de la mayoría de sus 8.000 habitantes (los que no reunieron un rescate de 20 doblas) y de los 3.000 gomeres de su guarnición, de procedencia norteafricana, dirigidos por Hamet el Zegrí.

En el aspecto interior de la política granadina, las luchas intestinas eran no menos violentas e incluso más decisivas para la suerte final de la guerra. En 1485 el Zagal parecía haber derrotado a sus parientes, destronando a su hermano Muley Hacén (que murió poco después) y expulsando a su sobrino de las zonas que ocupaba. Boabdil se vio forzado a recuperar la imagen de guerrero islámico con una nueva ofensiva contra los cristianos, aunque en el transcurso de esta volvió a caer prisionero de Castilla. No obstante, el hecho no le fue desfavorable, ya que fue excusa suficiente para sellar un nuevo trato con los Reyes Católicos, poniéndose al frente de un ejército cristiano-musulmán que tomó Granada para Boabdil en 1487. Quedaba para el Zagal buena parte del resto del territorio, incluyendo ciudades asediadas, como Baza.

-Segunda fase, de 1488 a 1490

Esta fase de la Guerra de Granada consistió en la conquista de la parte oriental del reino (actual provincia de Almería) y el resto del territorio, excepto la capital.

Las campañas militares se vieron frenadas en 1488 como consecuencia de varios factores: una epidemia de peste por toda Andalucía, la convocatoria de Cortes en los reinos de la Corona de Aragón, que requería la atención de Fernando y el cansancio propio de los años transcurridos de guerra. También existieron razones de política exterior, pues la cuestión sucesoria de Bretaña, que involucraba al reino de Navarra, proporcionaba una oportunidad que no podía desaprovecharse. Aunque la campaña dirigida contra el rey de Francia fue un fracaso militar, la jugada supuso un éxito diplomático y proporcionó la base de la futura invasión de Navarra e incluso de la alianza con Maximiliano de Habsburgo, al que apoyaron en una coyuntura apurada.

Trasladada la base de operaciones a Murcia, se produjeron unas primeras conquistas relativamente sencillas (Vera, Vélez Blanco y Vélez Rubio). No obstante, localidades mejor defendidas, como Baza y Almería, se resistieron firmemente, en lo que significó la campaña más dura de toda la guerra (1489). La toma de Baza, asediada de junio a diciembre de 1489, llevó en poco tiempo a la capitulación de Almería, Guadix, Almuñécar y Salobreña, mientras el Zagal se rendía a los Reyes Católicos, pasando a su servicio desde su señorío de Andarax. Granada quedaba totalmente aislada. Más tarde (1491) se retiró a África, donde el sultán de Fez, por sugerencia de su sobrino Boabdil, le encarceló y cegó.

-Tercera fase, de 1490 a 1492

En la última fase de la Guerra de Granada las operaciones se limitaron al asedio de la ciudad, dirigido desde el campamento-ciudad de Santa Fe. Con más intrigas que acontecimientos militares, los Reyes Católicos exigieron a Boabdil la entrega de la ciudad en cumplimiento de sus tantas veces renovados pactos.



El desenlace se demoró no tanto por resistencia de Boabdil, cuanto por su falta de control interno efectivo, que los cristianos tampoco deseaban erosionar en exceso. Las últimas negociaciones secretas incluyeron el respeto a la religión islámica de los que decidieran quedarse, la posibilidad de emigrar, una exención fiscal por tres años y un perdón general por los delitos cometidos durante la guerra. Se negociaron tres documentos entre los emisarios de los Reyes Católicos, Gonzalo Fernández de Córdoba y el secretario real Fernando de Zafra y el emisario de Boabdil, Abul Kasim (el Muleh o el Malih).

El 25 de noviembre de 1491 fueron firmadas las Capitulaciones de Granada, que concedieron además un plazo de dos meses para la rendición. No hubo necesidad de agotarlo, porque los rumores difundidos entre el pueblo granadino de lo pactado causaron tumultos, sofocados tanto por los cristianos como por los fieles a Boabdil, que acabó por entregar Granada el 2 de enero de 1492.



Boabdil comenzó retirándose a las tierras alpujarreñas que le garantizaban los Reyes, pero finalmente (noviembre de 1493, tras una fuerte indemnización), optó por cruzar el Estrecho, como la mayor parte de la élite andalusí. Otros, como la familia Abén Humeya, se convirtieron al cristianismo y fueron recompensados con la conservación e incluso el incremento de su estatus social (señorío de Válor).

No obstante, las conversiones fueron muy minoritarias entre la población musulmana, que quedó sometida al dominio cristiano —categoría social que durante la Edad Media venían recibiendo el nombre de mudéjares—. Dicha población estaba constituida fundamentalmente por campesinos sometidos a un duro régimen señorial, ahora con señores cristianos. Se calcula en casi mil el número de mercedes, que en este caso eran transferencias de propiedad a grandes señores, militares destacados o clérigos importantes, e incluso musulmanes aliados. Algunas serán incluso devoluciones parciales de tierras confiscadas durante la guerra, como la Merced a Fernando Enríquez Pequeñí (converso cuyo nombre árabe era Mohamed el Pequeñí), regidor de Granada, de parte de la hacienda de su yerno Mohamed Alhaje Yuçef, muerto en el combate de Andarax cuando luchaba contra las tropas reales. En la práctica totalidad eran señoríos de pequeñas dimensiones, con la excepción del marquesado del Cenete, que se formará con la concesión hecha al Cardenal Mendoza. Se puede decir que desde antes de acabar la conquista se está diseñando una colonización, planificada en buena parte por Fernando de Zafra, no exenta de contradicciones.

La población mudéjar pasó en poco tiempo de ser tratada con una inicial política de apaciguamiento, como correspondía a las condiciones de la capitulación, dirigida en lo religioso por fray Hernando de Talavera, confesor de la reina y primer arzobispo de la ciudad; a otra de mayor firmeza a partir de la visita del nuevo confesor, el cardenal Cisneros (1499).

Como resultado, se obtiene un incremento de las "conversiones", pero también un motín en el Albaicín (arrabal granadino que había pasado a ser el ghetto islámico de la ciudad, mientras la antigua medina pasaba a ser remodelada y ocupada por repobladores cristianos) y una sublevación en las Alpujarras. Tales desórdenes fueron considerados como una ruptura de las condiciones de la capitulación por la parte islámica, con lo que, libres de toda cortapisa, los reyes emitieron la Pragmática de 11 de febrero de 1502, que obligaba al bautismo o al exilio de los musulmanes. En la práctica los bautismos fueron masivos, con una coerción poco disimulada. Más que un remedio, se originó un problema de integración, incluyendo la rebelión de las Alpujarras (1568-1571, considerada una nueva Guerra de Granada), su dispersión por los territorios castellanos del interior (siendo sustituidos por colonos cristianos viejos, en perjuicio de una agricultura tradicional extraordinariamente adaptada a un entorno natural muy delicado) y, con el tiempo, su expulsión (1609), junto con los moriscos de la Corona de Aragón.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Los Conventos de Jaén

De todos los conventos que se levantaron en la ciudad, el más antiguo es el de Santa Clara, regentado por monjas franciscanas, situado en la calle Santa Clara nº7. Se fundó poco después de la conquista por Fernando III en un edificio situado entre las calles Abades y Pilarillos. En 1945 se trasladaron al lugar que ocupan en la actualidad. Entonces el solar era más reducido, pero después lo ampliaron al incorporarle el quemadero, donde la Inquisición realizaba los autos de fe, y la iglesia de Santa Cruz. En el interior destaca la iglesia, de una sola nave con artesonado mudéjar y bóveda estrellada en la capilla, un claustro renacentista con doble galería de arcos y numerosas piezas artísticas que van desde el Cristo de Bambú, talla del siglo XVI, otras barrocas, varios oleos de los siglos XVI al XVIII o las pinturas del siglo XVI.

El convento de los dominicos que fundaron en 1382 por voluntad del rey Juan I, situado en la calle Santo Domingo nº23. Su carácter docente lo convirtió en uno de los colegios más importantes de Andalucía. La fachada principal es obra de Alonso Barba, discípulo de Andrés de Vandelvira. Se concluyó en 1582 y está dividida en dos pisos, contrastando la sencillez del orden toscano del primero con la decoración del segundo. En el interior destaca el patio de planta cuadrada con galería de arcos de medio punto que descansan en columnas pareadas. En los cuatro ángulos las columnas son triples. Los arcos van reforzados con molduras de bocel y en las enjutas se acoplan tallas en punta de diamante. Sobre la clave de los arcos centrales figuran los escudos de armas de los Austrias, las de la Orden de Santo Domingo, las del obispo de Tucamán, fray Francisco de Victoria, que consagro la iglesia y las del regidor Juan de Cerezo mecenas de los Estudios Generales. Este piso inferior data del siglo XVI; el superior es más tardío y está diseñado con una alternancia de vanos, puertas y ventanas que se corresponden con cada uno de los arcos inferiores. Otra estancia es la iglesia construida en el siglo XVI. Después de la desamortización, la Diputación Provincial, su nueva propietaria, lo utilizo como hospicio de hombres y como colegio, y desde 1990 es la sede del Archivo Histórico Provincial.

En el Siglo XVI, los mercedarios, Orden que desde hacía tres siglos estaba instalada en la iglesia de San Sebastián, construyeron su convento en la Plaza de la Merced. Es un edificio de grandes proporciones, distribuidas entre la iglesia, el claustro y las dependencias de los Padres del Corazón de María, que desde 1885 regentan el convento, convertido en parroquia en 1970.
El claustro es la parte más antigua, posiblemente del siglo XVI. Fue restaurado, conservando en buen estado tres de sus lienzos distribuidos en dos pisos con pilastras toscanas y vanos adintelados. En 1727 tuvo lugar la inauguración del  templo. Por entonces imperaba el modelo constructivo de los jesuitas, de modo que la construcción responde a los esquemas jesuíticos: planta de tres naves don testero plano, la central, más elevada que las laterales, se cubre con bóveda de medio cañón; en las laterales se distribuyen capillas hornacinas y sobre ellas corre una galería en la que se abren vanos en línea con los arcos del piso inferior; al fondo, un gran arco carpenal sostiene el coro; el crucero se cubre con bóveda de media naranja. Se accede al templo por dos portadas, la principal, en la plaza que da nombre al convento, es una composición barroca. Una hornacina acoge la Virgen de la Merced interrumpe el frontón curvo. Por la calle Merced Alta se abre la otra portada, compuesta en un simple orden toscano. En el ángulo en que se unen las dos fachadas por donde se ingresa en el templo se eleva una torre en la que destaca el último cuerpo por el remate ochavado que la corona con ladrillo visto. Se apoya en un cuerpo cuadrado recorrido por dobles pilastras construido en 1878.

En 1615, Francisco Palomino Ulloa y su mujer Juana de Quesada fundaron el convento de Carmelitas Descalzas. El edificio, que se encuentra en la Carrera de Jesús, fue construido y costeado en 1673 por Eufrasio López de Rojas, que tenía a dos hijas como profesas en el convento. Siguiendo las normas de la austeridad carmelitana, el templo se organiza en una sola nave cubierta con bóveda de cañón y media naranja en el presbiterio. En la portada, la puerta y la hornacina que muestra la imagen de Santa Teresa de Jesús están enmarcados con el dibujo cruciforme que caracteriza la obra de Rojas. En el interior destacan dos retablos que albergan oleos y esculturas de gran interés, así como el manuscrito del Cantico Espiritual de San Juan de la Cruz y la campana que utilizaba Santa Teresa de Jesús para llamar a las Madres Carmelitas.

En 1616, Melchor de Soria, obispo de Troya y auxiliar de Toledo, que había sido prior de San Idelfonso, fundo el convento de la Concepción franciscana. Actualmente está regido por religiosas Franciscanas Descalzas, conocidas popularmente por las Bernardas. Situado junto a la Puerta del Ángel, cercano en su totalidad por un gran muro, ocupa el solar que en 1575 dejaron los capuchinos, y para su construcción derribaron lienzos de muralla. La iglesia, posiblemente construida en el siglo XVII, presenta una portada de orden dórico organizada por dos cuerpos y un ático. La planta es de cruz latina con el crucero cubierto por bóveda de media naranja sobre pechinas en la que figuran los escudos del obispo de Troya sostenido por águilas. La nave central se cubre con bóveda de medio cañón con lunetos. A sus pies, el coro se cubre con bóveda elíptica sobre arco carpanel. La portada de entrada al convento es obra de Juan Aranda. Construida también en el siglo XVII, consta de dos monumentales pilastras toscanas rematadas en frontón triangular que acogen el vano de entrada enmarcado por un arco de medio punto sobre el que luce una hornacina con la imagen de la Purísima y los escudos de armas del fundador a los lados.

Entre las calles Compañía, Montero Moya y Moreno Castelló queda ubicado el amplio recinto que fue la residencia de los jesuitas desde 1614 hasta su expulsión en 1767. Por la calle Moreno Castelló una portada compuesta por pilastras, medallones y un nicho central servía de acceso. Actualmente está cegada. Junto a ella se eleva una torre en la que se abren ventanas geminadas. Por la calle Compañía se entra a la que fue iglesia de San Eufrasio. Sólo un arco de medio punto con un escudo de Carlos III en su clave decora la fachada. Por la misma calle, en el siglo XIX se abrió otra portada centrada por una gran balaustrada sobre un arco de medio punto y bajo un frontón con escudo y pináculos decorativos. Después de la expulsión de los jesuitas el edificio tuvo distintos destinos: fue sede de varios centros de enseñanza, del Museo de Pinturas y de la Biblioteca Pública. Después de ser restaurado, actualmente acoge el Conservatorio Oficial de Música.

Autora: Mª José Sánchez Lozano, Breve historia de Jaén.