Hace muchísimos años de esto.
Como que Granada era musulmana y se la llamaba la perla más
rica de Bassora, la ciudad de las mil torres y la sultana de Occidente.
Y como en estos dichos no había exageración, á pesar de ser
andaluces, aunque moros, sus propaladores, resultaba que todos querían
habitarla y gozar de la hermosura de su cielo y de sus flores.
Y como las hadas, por más que sean hembras, tienen un gusto
exquisito, aconteció que muchas dejaron los jardines de Alejandría y las amenas
riberas de la soberbia Stambul, para venir á fijarse en los valles granadinos y
tomar posesión de sus pintorescos y bellísimos cármenes.
Nada les costó el viaje, pues como seres impalpables, con
sus alas de pintada mariposa y sus velos del mismo azul de los cielos, según
afirman sabios autores que las han contemplado en esta forma, por supuesto,
entre sueños, tomaron el camino, y con su corte de silfos y algún que otro
genio que más valía se quedara por allá, pues se ha incrustado en el de cierta
señorita que no nombro por prudencia, se posesionaron del Albaicín, de la
Alhambra, del Generalife, de los Alijares y de cuantos sitios deliciosos
encerraba este nuevo paraíso.
No hubo lugar para todas, pues la hadas abundan, y aunque no
comen, ni gastan vestidos, cada una quiere tener su casita, bien en el tronco
de un espinoso rosal, bien entre las tupidas ramas de los laureles, ó ya, las
más calurosas, entre los límpidos cristales de alguna escondida fuente.
A estas últimas pertenecía el hada objeto de nuestra
narración. Cuando no se transformaba en blanca paloma, reflejando en su plumaje
los rayos solares; cuando no se escondía entre las hojas de los claveles
figurando un lindísimo insecto, ó cuando haciendo de legítima hada no se
presentaba como una hechicera huri, impalpable, invisible á los ojos de la
materia, pero no á los del alma, colocada, ya en el cáliz de una rosa, ya á la
entrada de una amena gruta, causando el eterno penar de los que la
contemplaban, que se enamoraban como locos, pues no hay otro remedio para el
que ve ó cree haber visto una hada que despepitarse por ella; entonces,
decimos, se mostraba en forma corpórea como una bellísima joven algo morena,
pero ostentando copiosos rizos negros, unos ojos pardos que hacían más víctimas
que algunos pronunciamientos.
Pues bien: en ese valle, que los antiguos llamaron de
Valparaíso, que después denominaron de la Salud, por sus puras y aromadas
brisas , y donde el Dauro arrastra pepitas de oro, al lado de un accidentado
barranco que, descendiendo de los cerros de la Silla del Moro, conducía sus
aguas torrenciales á mezclarse con las del río, se descubría en tiempos del
desventurado Boabdil una gruta sombreada de espesas mimbres, y á que daba
acceso una torcida vereda que empezaba en lo que hoy se llama puente de las
Cornetas.
Cuando los disturbios que tanto precipitaron el funesto
término de la denominación árabe en España daban treguas á que el pueblo
granadino gozase de un momentáneo sosiego, en las plácidas noches de verano,
gustaban algunas doncellas moras bajar del Albaicín á llenar su cántaro en un
pequeño arroyuelo que se escapaba de la gruta. ¿Era una fuente la que brotaba
misteriosa en aquel escondido recinto? ¿Eran filtraciones de las grandes
acequias que surtían del precioso líquido las casas de placer de los walíes
musulmanes?. Nadie trató de profundizar el misterio; sólo sabían que las aguas
eran puras y agradables, y que su bebida producía en las muchachas cierta sensación
inexplicable. Así es que la fama del sitio crecía rápidamente, y hasta se hizo
punto de reunión para los más constantes amadores. Pero ¡cosa extraña! Unas
veces el sabor de la corriente era amargo, otras dulce como la más exquisita
miel; ya entonaba el pecho inspirando bélicos instintos, ya una languidez
inexplicable desfallecía los más valerosos ánimos. Ora el amante motejado por
fiel entre sus compañeros, después de un sorbo del manantial, se volvía huraño
y burlador de la que antes era dueña de sus pensamientos; y otras, más de una
doncella zegrí, dura como la piedra de Macael, pronunciaba el tierno si al
siempre desdeñado Gazul que la imploraba con el búcaro lleno del agua del
extraño nacimiento.
Aquello era un pequeño caso de contradicciones y anomalías.
No pasaba jornada sin que vasijas rotas atestiguasen escenas
desapacibles entre las jóvenes mahometanas; y muchas veces, restos de negras y
suaves trenzas se descubrían entre los espinos, que protestaban no ser suyas
aquellas frutas de nueva especie, y lo que es peor, gotas y aún charcos de
sangre, mostraban vestigios de mayores desaguisados.
Hubo de intervenir el cadí. Una guardia de robustos negros
etíopes tomó posesión de la entrada de la cueva; pero cuando el sueño los
rendía, y en las más misteriosas horas de la noche, un genio maléfico, pero en
forma de una guapa hembra, se divertía á su costa, y ya amanecían trasquiladas
sus lanudas cabezas, ó atados unos con otros en las posturas más ridículas.
Fué necesario acudir á los santones. Trabajo perdido.
También los servidores del zancarrón sentían la influencia de aquellos lugares;
y en vez de predicar el Corán, escandalizaban á los buenos creyentes ensalzando
las formas voluptuosas de una sultana morena. Un alfaquí, más atrevido que los
demás y confiado en la virtud de un amuleto traído de la Meca, se atrevió á
penetrar en la cueva de donde brotaba el arroyuelo, y aún esperan su vuelta sus
discípulos. Únicamente se notó que un formidable buho graznaba melancólico
pocas noches después en la tupida copa de un moral.
¿Y cuál era la causa?. La hada, antojadiza y voluble como
las de su especie, se divertía en infiltar en la corriente sus alegrías ó sus
pesares. Cuando una lágrima de amor caía de sus dulcísimos ojos, aquello era un
venero de felicidades : pero cuando un leve contratiempo la importunaba, cuando
un rayo de sol indiscreto penetraba en su alcoba de gasa, entonces su llanto de
tristura lo ponía todo tan amargo, que sus consecuencias eran duelos y
desazones en la concurrencia.
Así es que poco á poco el sitio se fué quedando solitario, y
el líquido agridulce dejó de ser receta para los enamorados, que afirmaban que
un sér misterioso, pero maléfico, era quien hechizaba las corrientes.
Cuando el estandarte de la cruz se ostentó en el alcázar
musulmán, y la fe cristiana extendió su perfume celeste, borrando las creencias
del paganismo, hadas, genios y silfos tomaron la sabia determinación de
ausentarse, incapaces de resistir el brillo de la enseña de la Redención. Y he
aquí que la gruta quedó obstruida y deshabitada, pero las aguas continuaron
brotando, y ¡caso singular! con el último calor que las comunicara su moradora.
Puras, frescas, claras, pero un tanto agrias al paladar, tal vez por la rabieta
que le produjera su forzada marcha, ó quizá por dejar su nombre como memoria
eterna, pues según escribió el anciano morabito, que al parecer llevaba el
registro civil de aquellas señoras, la turbulenta hada se denominaba Agrilla.
¿Quién de vosotros, lectores granadinos, no ha visitado el
sitio á que me refiero? En las hermosas mañanas de Abril y Mayo, y al ponerse
el sol en las calurosas tardes de Julio y Agosto, un largo cordón formado por
gentes de todos sexos y condiciones sube la empinada cuesta que da acceso á la
Fuente del Avellano, tan poética antes y tan olvidada hoy por nuestro
Municipio.
Pero no se detienen allí: un fresco callejón sombreado de
espesos árboles los conduce á una pequeña plazoleta con un asiento en los
costados, y allí reposan en amistoso consorcio, preparándose como medicinal. Y
lo es en efecto: niñas ojerosas y pálidas se cambian á poco días en lozanas
rosas, y la cura es más cierta si el galán favorecido las acompaña en su paseo.
Otras adquieren en aquellos sitios recuerdos imperecederos, si por observar
algún efecto de luna se detienen después que las tinieblas han extendido su
manto, y no pocos compromisos resultan en los bailes que, en la era cercana á
la fuente, se mueven placenteros al són de las guitarras y bandurrias. Y es que
el agua aún conserva la bondad por un lado, y la perfidia por otro, que la
inspirara el hada, y que según la tradición durará eternamente mientras haya
jóvenes de ambos sexos que suban á solazarse en el plácido recinto de la Fuente
de Águila.
Nota: se ha respetado en todo momento la grafía del texto
original.
Afán de Ribera, Antonio J. Tradiciones, leyendas y cuentos
granadinos, Madrid: Tip. De los huérfanos, 1885