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domingo, 9 de febrero de 2014

La Cruz del Pósito.


Llego a Jaén un apuesto capitán, Diego de Osorio, por el que suspiraban todas las jóvenes casaderas de la localidad. El soldado se enamoró perdidamente de Beatriz de Uceda, pero ella no le correspondía  porque su corazón pertenecía a otro hombre. Con el tiempo, y ante la insistencia del caballero, la dama consintió y se celebró una boda por todo lo alto porque ambas familias poseían grandes fortunas.

Al principio el matrimonio vivió momentos felices, y aunque ella seguía suspirando por aquel amor de juventud, hizo todo lo posible por ser una buena esposa. Pero Don Diego de Osorio cambió su carácter. El juego y todo tipo de vicios comenzaron a ser frecuentes, se volvió hosco, huraño y peleón y su fortuna se resintió hasta el punto de verse obligado a pedir préstamos.

El caballero se encontraba en medio de uno de sus juegos y necesitaba dinero. Mandó a un sirviente a su casa para que exigiera a Beatriz la joya que le había entregado en señal de matrimonio. Ella se negó en rotundo a darle la joya al sirviente, y mando al sirviente de vuelta con el siguiente mensaje; “dígale a mi esposo, Don Diego, que si quiere esta joya, tendrá que venir y pedírmela él personalmente”. Cuando el sirviente llego a donde se encontraba Don Diego y le dio el mensaje de Beatriz. Los señores que estaban en la mesa de juego comenzaron a burlarse y reírse de Don Diego por el mensaje que había recibido, él, lleno de furia por las burlas que estaba recibiendo del resto de jugadores, fue a su casa que se encontraba en la Plaza del Pósito, una vez dentro fue en busca de Beatriz, sus ojos estaban llenos de ira, por lo que ella al verlo se estremeció de miedo. Don Diego le pidió que le entregara la joya, a lo que ella se negó. En ese momento le soltó una bofetada tirándola al suelo, se abalanzo sobre ella y le quito la joya. Los ojos de Don Diego estaban enrojecidos por la sangre que le hervía dentro de sí. Beatriz se levantó y salió a la calle a pedir auxilio, pero a pocos metro de su casa, en la Cruz del Pósito, la prendió y sin terciar ninguna palabra, saco la espada y le dio muerte en el acto.

Pero un hombre, Don Lope de Haro, el amor de juventud de la desdichada Beatriz, presencio tan horrendo crimen y retó en duelo al capitán, este accedió. Se colocaron uno en frente del otro, uno con la espada aún ensangrentada del horrible crimen que había cometido, y Don Lope, con lágrimas en sus ojos, viendo a su amada muerta bajo la cruz. En un movimiento inesperado del capitán y a traición quiso asestar un golpe mortal a Don Lope, este anduvo raudo y esquivo el metal, se abalanzo sobre el capitán y de un golpe certero, le clavo su espada en mitad del corazón.

Cuentan los vecinos del barrio, que desde entonces, el día señalado de la muerte de su amada, el apenado fantasma de Don Lope vuelve hasta la Cruz del Pósito a rezar por el alma de su dama.

Por eso, si alguna noche veis a un hombre llorando en la Cruz del Pósito rezando y llorando, no os asustéis, puede ser Don Lope.

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