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sábado, 14 de diciembre de 2013

El Castillo de Santa Catalina.


El acceso al Castillo de Santa Catalina se puede hacer en coche desde la carretera de Circunvalación en dirección al Parador de Turismo. Si os gusta el ejercicio, subís hasta la carretera y desde ella sale una trocha por la que se llega al castillo. En la boscosa parte baja se puede apreciar y pasear, entre olivos, por un buen tramo del cinturón del muro anejo al castillo.
Los primeros indicios de ocupación de Cerro de Santa Catalina se remontan a la Edad de Bronce, correspondiendo a restos cerámicos hallados en la ladera norte y en la cima, sin evidencias concretas en cuanto al tipo de hábitat.

Los primeros elementos defensivos que se advierten en el Cerro de Santa Catalina datan de la época ibérica; son restos ciclópeos situados en la ladera septentrional del cerro y correspondientes a un oppidum, y relacionado especialmente con el cercano asentamiento del Puente Tablas, del cual habría absorbido su población tras un primer de este último abandono que se aprecia en la transición entre el siglo IV a.C. y el III. La función propiamente militar del cerro se remonta a la época cartaginesa, cuando Anibal construyo una importante fortaleza para proteger la colonia cartaginesa que fundó en la ciudad, una instalación que sería mantenida y reforzada por los romanos tras la conquista.

En época islámica (a partir del siglo VIII) comienza la reconstrucción del nuevo recinto fortificado en la cumbre del cerro, que sufriría progresivas ampliaciones hasta alcanzar su máximo tamaño entre los siglos XII y XIII. Así pues, junto al Castillo de Santa Catalina, donde hoy está el Parador Nacional, existió una fortaleza anterior de origen árabe, el Alcázar Viejo, de la que aún quedan algunas evidencias.

La construcción visible actual es de origen cristiano, siendo erigida tras la conquista de la ciudad de Fernando III el Santo, en 1246 el rey Aben Alhamar de Arjona entregó pacíficamente la fortaleza. Con esta entrega y el reconocimiento de su vasallaje, Alhamar ganó la protección de Castilla y pudo fundar la dinastía nazarita de Granada, que pervivió durante dos siglos y medio.

Cuenta la leyenda que Santa Catalina de Alejandría, una de las patronas de la órdenes militares de caballería y muy venerada por los mozárabes de Jaén, se apareció una noche en sueños al rey Fernando III cuando este iba a desistir de su empeño por tomar Jaén. Santa Catalina lo animó a continuar y a los pocos días entró en la ciudad y colgó su escudo de armas sobre la torre del Alcázar Viejo. La primera decisión del rey de Castilla fue edificar un nuevo Alcázar en la zona mas próxima a la cresta rocosa del cerro. En la torre de Santa Catalina se venera la imagen de la patrona de Jaén, Santa Catalina.

Durante el siglo XV se llevaron a cabo unas reformas impulsadas por el Condestable de Castilla Miguel Lucas de Iranzo, que dio lugar a la unión del Alcázar Nuevo y el Alcázar de Abrehuy, separados hasta entonces por una explanada. Estas obras finalizarían con la construcción de la Torre del Homenaje. Aunque el Alcázar Nuevo fue mandado construir por Fernando III, fueron Alfonso X el Sabio y Fernando IV los reyes que intensificaron y culminaron las obras.

En el siglo XIX, cuando Napoleón Bonaparte entra en España y sus tropas llegan hasta la ciudad de Jaén, el Castillo de Santa Catalina fue modificado por las tropas napoleónicas, que destruirían parte del aljibe, con objeto de albergar en su interior un polvorín, donde surgirían dos habitaciones usadas como caballerizas. Un hospital sería construido por los franceses, que se asentaron con gusto en este castillo durante la ocupación francesa, de tal forma que se realizaron varias reformas dentro de las cuales están los pabellones para el gobernador, una plataforma artillera o incluso una área de oficinas. A la salida de la ciudad de los franceses volaron el castillo para que otras tropas no pudieran usarlo.

En la actualidad tan sólo se conserva el Alcázar Nuevo, así como resquicios y evidencias de otras construcciones del pasado. El 3 de Junio de 1931, se declaró mediante un Decreto Monumento Histórico Artístico. En 1948 el Ayuntamiento de Jaén compró el castillo, pasando a ser propiedad de la ciudad. Sobre los restos que ocupaban las otras dos fortalezas, se construyó en 1965 el actual Parador Nacional de Turismo, cuyas obras destruyeron irreparablemente numerosas estructuras y niveles arqueológicos, a la vez que se ocultaban otras tras refuerzos de mampostería. Como establecimiento hotelero, ha sido incluido entre los diez mejores castillos de Europa en los que hospedarse por los usuarios de TripAdvisor.

Lo primero que sorprende es su emplazamiento y el ancho paisaje que se divisa a su alrededor. Pocas fortalezas de España tienen un horizonte tan ancho y abierto. La planta ovalada de la fortaleza está flanqueada por cinco torreones y la sólida y altiva torre del Homenaje, cuyos recios muros construidos en mampostería encierran la sala de recepción y conferencias de la planta baja y la sala de audiovisuales donde cada media hora se proyecta en una pantalla de tres dimensiones una película que tiene como protagonista al Lagarto de Jaén, germen de la mas conocida de las leyendas de la capital. En la torre  de las Damas se exponen piezas arqueológicas y maquetas, mmientras que en la torre de Santa Catalina se venera la imagen de la que es la patrona de la ciudad. La torre Albarrana, separada por un arco del muro principal, acoge paneles informativos y pantallas táctiles que ilustran sobre asuntos relacionados con los muchos encantos de Jaén. La torre de la Vela o de la Guardia fue construida en el siglo XI. Tras la conquista cristiana fue integrada dentro de una torre pentagonal de mampostería separada por dos estancias. Desde sus almenas, a través de señales luminosas o de humo, se establecía comunicación con otras torres próximas al entorno. En su interior se recuerdan los años de la invsión francesa, uno de los episodios más dramaticos de la historia de España. Los franceses, que destruyeron buena parte del patrimonio de la capital, abandonaron Jaén el 17 de septiembre de 1812, no sin antes bombardear la mayor parte del Alcázar jienense. Los años de la invasión gala se recuerdan también en la prisión del castillo donde en una de las celdas está preso Pedro de Alcalde, cabecilla de un grupo de insurgentes contra el poder napoleónico.

Ubicada a la izquierda del castillo se encuentra La Cruz, en el punto más elevado de la ciudad, se observa La Cruz de Jaén, famosa si bien no por su valor intrínseco, si por ser un perenne símbolo de la ciudad. Se dice que esta cruz monumental hace memmoria a la que en aquel mismo lugar mandó colocar Fernando III el Santo tras arrebatar la fortaleza al rey AlHamar, y es que aunque este monumento se reconoce y caracteriza por sus grandes dimensiones, cuenta la leyenda que, en realidad, esta cruz había sido anteriormente de madera o piedra de unas proporciones mucho más pequeñas, frecuentemente derribada por el formidable viento tan típico de Jaén.

La Cruz actual es una donación de la familia Balguerias, existiendo una lápida de mármol gris donde se inscribe y hace referencia a la cesión de esta cruz para la ciudad de Jaén por parte de la misma. 






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