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sábado, 30 de noviembre de 2013

Manitas de Cerdo a la Alhambra

Manitas de Cerdo a la Alhambra

Ingredientes:
4 Manitas de Cerdo cortadas en 4 trozos
5 dientes de ajo
150 gr de almendras
2 pimientos coloraos secos
2 rebanada de pan
2 guindillas
1 chorreón de vinagre
Aceite
Sal

Preparación:
Cocer las manitas  durante 10 minutos, ir quitando la espuma que va saliendo mientras se concina, sacarlas y tirar el agua, lavar las manitas con agua. Volver a poner en agua las manitas y cocer durante 30 minutos, se le añade la sal, esta vez se hacen en olla rápida, o bien durante 90 minutos a fuego medio.

Para el sofrito: se pone aceite en la sartén, una vez caliente se añaden los ajos, pimientos coloraos, almendras y el pan, Ir sacando según la fritura de cada uno de ellos. Cuando están fritos se van sacando y se van añadiendo al vaso de la batidora, se bate todo con un poco de agua para poder batirlo mejor y se deja hasta que se terminen de cocer las manitas.


Una vez tierna las manos se vuelca el sofrito que se ha reservado en la olla con las manitas, y se dejan cocer de 15 a 30 minutos mas, en este caso sin olla rápida.
 
Hay que dejarlo cociendo a fuego lento mínimo durante 20 minutos mas, y cuando estén tiernas, sacarlas y a disfrutar.

Acompañar con papas fritas, aunque ya os lo he dicho antes, a mi me gusta mojar pan. Al gusto de cada cual.



 

 

El Lagarto de la Magdalena


Hace muchos años, muchísimos años, en la misteriosa cueva de la que nacía el agua de la Magdalena, que todavía hoy sigue manando, tenia su refugio una fiera que parecía un grande y monstruoso lagarto, de fauces enormes e insaciables.

Las pobres gentes de Jaén, sobre todo las de los parajes próximos a aquella cueva del agua, padecían continuamente los estragos que el lagarto ocasionaba. Cuando este sentía hambre, cosa muy habitual, salía de su cueva y no paraba hasta devorar algún animal de los mas grandes o varios pequeños que encontrara a su paso. El ganado menguaba alarmantemente y si el lagarto, por mala fortuna, se encontraba en su camino a alguna persona, se lanzaba sobre ella, la descoyuntaba entre sus horribles y potentísimas mandíbulas y se la tragaba en un santiamén. Solo con el estomago lleno, satisfecho y atiborrado de carne, ya fuera animal o humana, aquel lagarto regresaba a su cueva y dejaba en paz el entorno hasta que digería la carga de su enorme estomago.

Únicamente cuando se extendía la noticia de que el lagarto había logrado devorar una nueva pieza, los aterrorizados habitantes se atrevían a salir de sus casas o refugios para realizar sus labores o sacar a pastar a sus animales.

El temor era tan inmenso que nadie se atrevía ya a enfrentarse al lagarto porque, cada vez que alguien lo había intentado, el lagarto se lo había comido.

Las perdidas eran muy considerables entre los hatos de ganado que pastaban por los feraces parajes verdes de los alrededores y cuyos pastores no se percataban del tiempo trascurrido desde la ultima fechoría. El lagarto salía de improviso, sorprendía al pastor y su ganado, se abalanzaba sobre su presa, y con su ágil y fortísima cola, golpeaba alguna otra a la que devoraba después.

Así estaban las cosas hasta que, un día, un joven pastor, cuyo viejo padre, por sus achaques y torpeza, ya no salía con el ganado, y al que el lagarto había sorprendido una fría mañana de invierno y le había devorado varios corderos, se propuso enfrentarse y matar al lagarto. Hablo en casa de lo que iba a hacer. Su padre se opuso, su madre se abrazo a él desconsolada y diciéndole que nadie que se había puesto delante del lagarto había salido con vida. El muchacho estaba decidido y había preparado una trampa en la que esperaba que el monstruo cayera. Al final, dejando a su madre desesperada de dolor y de miedo y al padre con una paralizante duda sobre el éxito de la aventura, nuestro joven héroe se dirigió a las proximidades de la cueva del agua. Hacía varios días que el lagarto no había salido, de modo que su voracidad lo tendría a punto de aparecer.

El pastor había sacrificado una oveja, le había sacado las tripas y, en su lugar, había puesto yesca y pólvora con una mecha, había vuelto a coser el vientre y, con ella a cuestas, a una distancia prudencial, aguardaba pacientemente y no sin cierto miedo, a que el lagarto asomara.

Cuando así lo hizo, nada mas aparecer la enorme cabeza por el agujero de la cueva, nuestro joven dio voces, mostro su oveja en alto y caminó rápidamente hacia las casas. El lagarto que lo vio de inmediato, se dirigió pesadamente hacia él, tal vez confiado en que su presa estaba segura y no tendría escape. Aumentó la velocidad al ver que el muchacho se alejaba y, poco a poco, se le fue acercando. Todas las puertas y ventanas de las calles por las que pasaba estaban cerradas y aseguradas con retrancas. Nadie se atrevía siquiera a mirar por alguna rendija. Lo que esperaban y temían era el golpetazo de las quijadas al cerrarse en torno a la victima y el pesado arrastrarse del lagarto de regreso a su cueva.

Cuando el pastor observó que la boca se abría peligrosamente tras él, aprovechó la ocasión y, tras encender la mecha, le lanzó dentro la oveja muerta. El lagarto cerró sus mandíbulas y se trago el cebo en un periquete; el tiempo justo que aprovechó el pastor para alejarse otra vez un trecho y vuelto hacia el lagarto, volvió a llamarlo. Como la oveja le parecía poca cosa para su comida y allí estaba el pastor, el lagarto continuó su persecución, aunque ya no iba tan rápido como al principio.

Así llegaron junto a la iglesia de San Idelfonso, que por entonces tenia una verja alrededor y, en aquel lugar, con una horrible explosión, reventó el lagarto de la Magdalena, entre la alegría del pastor y de los vecinos, que tímidamente al principio y en oleadas después, tras oír el enorme ruido y las risas y gritos del héroe salvador, fueron apareciendo por el lugar.

Los trozos de la durísima piel del lagarto quedaron adheridos a los hierros de la verja y los vecinos recogieron pedacitos de ella que, durante muchos años, guardaron las familias de Jaén como recuerdo del reventón del lagarto y de la hazaña de aquel valiente y listo pastor que los libró de las matanzas del lagarto de la Magdalena.





viernes, 29 de noviembre de 2013

Albaycin II. Desde Plaza Nueva hasta la Carrera del Darro.

Comencemos nuestro paseo por Plaza Nueva, es lugar señero de la ciudad de Granada. 


En esta plaza vienen a darse la mano, en armoniosa convivencia, lo musulmán y lo cristiano, el árabe y el renacimiento, la medina albaicinera y la ciudad moderna. Y hasta el rio Darro se deja cubrir en este recorrido, para establecer un "puente de relación" que parece querer borrar aquellos enfrentamientos e intolerancias de antaño.
Plaza Nueva es una plaza especial por los edificios que la componen; el Palacio de la Chancilleria, hoy sede de la Presidencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. Se instalo en Granada en 1505 llevando una vida precaria hasta 1526 Carlos V lo ubicó en lo que eran las casas señoriales del Patriarca de las Indias. 

El arquitecto Francisco del Castillo concluyo la magnifica fachada en 1587, el mecenas de esta obra fue Fernando Niño de Guevara, un gran admirador de todo lo Renacentista. Por debajo de la plaza va embovedado el rio Darro, después de no muchas inundaciones, se decidió al fin por llevarlo por debajo de gran parte de Granada centro.

Junto al rio Darro se encuentra la Iglesia de San Gil y Santa Ana, Diego se Siloe fue su diseñador, de estilo Renacentista.


Construida sobre una antigua mezquita, como muchas del Albaycin. Se termino en el siglo XVI. En esta iglesia contrajo matrimonio Mariana Pineda. Esta iglesia esta catalogada como monumento nacional.

En la Plaza de Santa Ana, se encuentra el Pilar del Toro, se le puso este nombre, porque al comienzo de hacer esta plaza, se organizaban corridas de toros. Esta obra de Diego de Siloe, datada entre 1550-1559, estuvo situada en la calle de Elvira siendo trasladada a este lugar en 1941.


Tomando, a mano izquierda, al final de Plaza Nueva, por el callejón de los Pisas, hayamos la Casa-Museo de los Pisas. Es una casa señorial, perteneciente a los señores García de Pisa, familia que aparece como conquistadora de Granada, procedentes de Almagro. 

Esta casa acogió a San Juan de Dios en sus últimos días de vida, y aquí murió en 1550. A raíz de esto la casa paso a ser propiedad de la orden de San Juan de Dios.

Continuaremos a la derecha por la calle Convalecencia y giraremos a la izquierda por la cuesta de los Aceituneros para llegar a la Plaza de Santa Inés. Bajaremos por la cuesta de Santa Inés y a la izquierda tomamos la calle Carnero

Al final de esta calle llegaremos a la Portería de la Concepción, donde se encuentra el Convento de la Concepción, fundación de doña Leonor Ramírez en 1523 para las terciarias franciscanas.


Continuaremos nuestro paseo por la calle Portería de la Concepción hasta llegar a la calle Zafra, en ella encontraremos el Palacio de don Hernando de Zafra. 

Giramos a la izquierda por la cuesta y llegamos a la Plaza Escuelas y en ella encontramos la iglesia de San Juan de los Reyes

Es la primera iglesia que se sacraliza en Granada al ser mezquita de los convertidos y toma el nombre de la protección que hacia ella tuvieron los Reyes Católicos.

Continuaremos por la calle San Juan de los Reyes y al final nos encontraremos con las Escuelas del Ave María, representan uno de los ejemplos mas sabios y abnegados de finales del siglo XIX por integrar a una población depauperada, carente de educación, por parte del padre Manjón que residía en el Sacromonte y que durante mucho tiempo fue recordado como un pedagogo austero y ejemplar.


Bajaremos por hacia la derecha por la Cuesta de Chapíz en la cual encontraremos el Palacio de los Córdova, actualmente funciona como Archivo Municipal de Granada, precediendo al palacio se encuentran unos jardines con valor ambiental. 


El edificio fue residencia de don Álvaro de Bazán y estuvo situado en la Plaza de las Descalzas. Fue derribado en 1919 y reconstruido posteriormente en su actual emplazamiento, gracias a los dibujos que de él hizo don Manuel Gómez-Moreno, es uno de los mejores ejemplos palaciegos del siglo XVI.

Llegamos al Paseo de los Tristes. Ofrece unas vistas impresionantes a la Alhambra y comienza a partir del punto donde se cruza el Puente de los Chirimías (las chirimías son una especie de flautas que se tocaban desde un balconcillo o mirador construido para tal uso) hasta el Puente del Rey Chico. Aunque oficialmente se llama Paseo del Padre Manjón, se le conoce como Paseo de los Tristes porque era el lugar de por donde pasaban los cortejos fúnebres camino del cementerio. Llamado antiguamente Paseo de la Puerta de Guadix, el Paseo de los Tristes fue, hasta el siglo XIX uno de los mas concurridos y en él se celebraban fiestas de toros y cañas, para lo cual se cubría con andamiaje el cauce del rio Darro.


Se realizo en 1609, sobre unos terrenos cedidos por los señores de Castril, y aun se conserva el pequeño edificio cuadrado con su cuerpo alto de forma de torrecilla, y en cuya fachada aparecen los escudos de Granada, elevado sobre el Puente de los Chirimías. La fuente que ocupa el Paseo de los Tristes se hizo en 1609.

A la izquierda del Paseo de los Tristes, por debajo de la Alhambra, se extendía el barrio de los Axares, que significaba "de salud y deleite", al que también llamaban hospital de África, por su hermosura y templanza de su clima. 


También vemos el Hotel Reuma, cruzando por el Puente de los Chirimías, es de una arquitectura inédita en Granada, al representar un modelo historicista de origen francés, formando parte de una visita romántica de la ciudad bajo la torre de Comares de la Alhambra. Recientemente ha sido adquirido por el Patronato de la Alhambra y Generalife para su reconstrucción.

Continuaremos nuestro paseo por la Carrera del Darro.

El rio Darro ejerce, en Granada, un papel de atracción para el asentamiento de grupos humanos en sus inmediaciones, por eso es difícil disociar rio-ciudad. Granada-Darro han ido siempre y van íntimamente ligados. En aventuras y desventuras, en tiempos de guerra y paz, en el progreso o estancamiento, en lo económico, en lo literario, etc.

Sobre el encanto del lugar pueden ilustrarnos las palabras de Andrea Navagiero, embajador de la Republica de Venezia en España, que visito Granada en 1535 y escribió del Darro; "sus riberas son muy sombrías, altas y cubiertas de verdura y muy apacibles, pobladas a uno y otro lado de multitud de casas pequeñas con sus jardincitos medio ocultos entre los arboles que forman bosques"


Es obligado mencionar dos puentes que unen ambas orillas del rio: el Cabrera, mas próximo a Santa Ana y el de Espinosa. Ambos relacionan el arrabal del Albaycin con los barrios de Almanzora-Gomérez y la Churra. Fueron construidos tras la conquista.

En la Carrera nos encontraremos en dirección a Plaza Nueva, el Convento de San Bernardo, datado a principios del siglo XIX, fue realizado por José Contreras bajo la dirección de Juan Puchol.


Nos encontramos con la Iglesia de San Pedro y San Pablo, imponente por su escala y variedad de soluciones arquitectónicas, del siglo XVI. Fue trazada por Juan de Maena, el conjunto de cubiertas de madera fue realizado por el carpintero Juan de Vílchez. 


En el interior hay una serie de obras representativas de los mejor del arte granaino: Pablo de Rojas, José de Mora, Duque Cornejo, Niño de Guevara, Juan de Sevilla y Jaime de Folch.
La portada renacentista, debida a Pedro de Orea en 1589, es un magnífico ejemplar del renacimiento andaluz de fines del siglo XVI. En ella se abre una hornacina con las imágenes labradas en piedra de San Pedro y San Pablo, con arco de medio punto entre pares de columnas corintias.
La fachada lateral, trazada por Juan de Maeda, y realizada por Sebastián de Linaza, fue terminada en 1568; dicho lateral es coronado por una estatua de la Inmaculada Concepción de la escuela de Alonso de Mena.
La torre, algo maciza pero aligerada por el retranqueo del cuerpo de campanas, el saliente del alero y, sobre todo, por el excepcional encaje en el paisaje dialoga con la entrada principal, desde donde se puede contemplar una bella perspectiva del llamado Tajo de la Alhambra y de las torres de la Alcazaba.
El templo de planta en cruz latina, presenta crucero, enfatizando la capilla mayor, el altar, y las diez capillas.
Los artesonados mudéjares cubren la nave central, el crucero y de la capilla mayor, con decoración de máscaras y serafines de arrocabe y una techumbre renacentista en la primera de las capillas, todos ellos realizados por Juan Vilchez. Además de las pechinas, realizadas por Diego de Pesquera.
Cabe destacar la presencia del órgano barroco, ubicado sobre el coro situado sobre la entrada del templo, restaurado recientemente por los organeros del Taller de organería de Granada.

Enfrente esta la Casa de Castril, actual Museo Arqueológico y Etnológico de Granada. Vivienda señorial del nieto de don Hernando de Zafra, ahora señor de la villa de Castril, que exhibe así su nuevo linaje en la ciudad.


La casa se halla enclavada en la Carrera del Darro, en el antiguo barrio árabe de Ajsaris, sede a partir del siglo XVI de parte de la nobleza granadina, como muestran sus construcciones blasonadas. La Casa de Castril es uno de los mejores ejemplos de palacios renacentistas de Granada y perteneció a la familia de Hernando de Zafra, secretario de los Reyes Católicos que participó activamente en la reconquista de la ciudad a los musulmanes y en sus Capitulaciones. En lo alto de la fachada está grabada la fecha de su construcción: 1539. Esta obra ha sido atribuida a Sebastián de Alcántara, uno de los más destacados discípulos de Diego de Siloé. En 1917 se adquirió la Casa del Castril a los herederos del insigne arabista Leopoldo Eguílaz y Yanguas para ubicar definitivamente el citado Museo. 
Además, sobre el edificio recae una vieja leyenda, de cuando era habitado en época árabe, la cual se refiere a una misteriosa dama de blanco que se aparece de vez en cuando, fruto de un desencuentro entre el padre de una bella muchacha que habitaba el edificio y su supuesto amante, que desencadenaron la furia del padre y posteriormente su ahorcamiento y emparedamiento en el balcón lateral del edificio. Sobre este Balcón ciego se puede leer una consigna que dice: "Esperando la del cielo", lo que podría referirse a "esperando la justicia del cielo", que probablemente tuviese relación con las palabras que el supuesto amante pronunció antes de ser ahorcado.

Siguiendo nos encontramos con el Convento de Zafra, del siglo XVI. El conjunto tiene sabor Gótico, pero todos sus elementos son
Clasicistas.


Camino de Plaza Nueva nos encontramos la Puerta de los Tableros, son restos de una torre con el arranque de un arco. Se trata del punto en que comunicaba la muralla que unía la Alhambra con la alcazaba de Cadima, salvando el rio mediante su arco.

Y terminamos nuestro recorrido donde lo empezamos, Plaza Nueva.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Los primeros jienenses, pinturas rupestres.Los Iberos.

Durante el Paleolítico y Neolítico ya estuvo habitada Jaén, ello se ha constatado en numerosos yacimientos (Santa Elena, Aldeaquemada, El Centenillo, en el valle del Guadalquivir, etc.)

Muchas pinturas rupestres declaradas, Patrimonio de la Humanidad se reparten en la provincia: Santa Elena, Aldeaquemada, Pontones, Quesada, Santiago de la Espada, Santisteban del Puerto y Segura de la Sierra.

Durante la etapa Protohistórica destaca la presencia del pueblo Ibero, puesta de manifiesto en el cerro de la Plaza de Armas de Puente Tablas, un oppidum (poblaciones situadas sobre una meseta, fuertemente fortificadas, de mayor tamaño que los asentamientos levantinos que implicaría una estructura social desarrollada) que fue abandonado antes de las guerras Púnicas. Las excavaciones realizadas en este enclave han determinado la existencia de un muro escalonado, con torres avanzadas de grandes sillares en lo que se ha dado en llamar como Plaza de Armas.

Del mismo modo, en las laderas de Santa Catalina, en las proximidades del castillo, se disponían diversos poblamientos dispersos, ya que Jaén era el mas importante santuario religioso de Oretania, y lugar de peregrinación.

Oretanos significa "montañeses". Es un pueblo proveniente de la ciudad de Oretom (Ciudad Real), para el cual el culto al toro era significativo. Los turdetanos, por su parte, surgieron a partir del siglo VI a.C., después de la toma de Fenicia por los asisrios. Constituían una sociedad estructurada en castas productora metales, vino, aceite y ovejas.

Según los estudios, Oretania, región de los oretanos, se extendía desde Mengibar hasta Baeza, desde donde ocuparía la zona sur de los ríos Torres, Bedmar, Jandulilla y Guadiana Menor, y ocupando las sierras de Cazorla y Segura. En definitiva el pueblo oretano habría ocupado la parte norte de Jaén, mientras que La Bastetania, a la que pertenecían los turdetanos, debió ocupar las zonas mas al sur.

A partir de finales del siglo V, los oretanos se centralizaron en Cástulo y los turdetanos en Obulco, formando una especie de capitales de región. Es en ese momento cuando se aprecia en la zona jienense un aumento de la población como resultado de los numerosos asentamientos que se produjeron en la zona, unos asentamientos que los arqueólogos llaman oppidium. Son consideradas oppidium a las poblaciones íberas situadas sobre una meseta, normalmente fuertemente fortificadas, en las que se juntaban los pueblos íberos, a modo de ciudades que varían de tamaño. Unos con mayor territorio como Obulco, y otros menores como el de Puente Tablas, donde han sido encontrados interesantes restos arqueológicos referentes al interesante poblado ibérico.

Estos y otros restos arqueológicos encontrados muestran de alguna forma el modo de vida delos ibéricos que ocuparon la región de Jaén: el trabajo comunal, probablemente el uso de esclavos públicos, se tradujo en un excedente de producción que reinvertían en las estructuras familiares y en los propios oppidium, pero también provocaron unas fuertes diferencias sociales, que se aprecian en los distintos tipos de ajuares funerarios encontrados y en los propios restos de las oppidium, que demuestran que unos eran dominadores y otros dominados.

Los restos encontrados en el Puente Tablas revelan además la existencia de un muro escalonado, con torres de grandes sillares en lo que se ha llegado a llamar la Plaza de Armas. El poblado de Puente Tablas no llegó a romanizarse, por lo que han podido ser rescatados numerosos restos de cultura tartásica y medieval, como unos elementos hallados de cerámica de borde quebrado y vuelto de finales del siglo V y principios del IVa.C.

  
En la siguiente dirección web tenéis mas información sobre los Iberos en la provincia de Jaén. http://www.viajealtiempodelosiberos.com/


sábado, 23 de noviembre de 2013

Caracoles estilo Jaén

Ingredientes:
1 kg caracoles pequeños, o como se dicen en Jaén "chicos"
Sal
Cascara de naranja
Hierbabuena
Cominos
Cayena
1 pastilla Avecrem

Preparación:
Se lavan los caracoles con agua y sal, hay que darles por lo menos tres aclarados.

Se pone una cacerola con agua que se ira calentando a fuego medio.

Una vez limpios los caracoles, se echan al agua calentada previamente, cuando los caracoles vayan sacando las cabezas y las tengan fuera, se sube el fuego al máximo. Unos 5 minutos hirviendo, se escurren y se vuelven a limpiar con agua. Así hasta que no salga el agua turbia, que deberá ser cuando se hierban 4 o 5 veces.



Cuando el agua con los caracoles se vea clara, se incorporan los demás ingredientes; la pastilla de avecren, la cascara de naranja, los cominos, la hierbabuena, la cayena y la sal.



Se cuecen por lo menos 1/2 hora mas y ya están.

Normalmente, se suelen comer a partir de primavera, son muy típicos en Jaén tomárselo con una buena caña fresquita.




Cochinillo Estilo mi Padre Ramón

Ingredientes:
1 cochinillo
Sal
Aceite
Para el majao:
2 cabezas de ajos
Perejil
Pimienta
Orégano
Pimentón dulce
Tomillo
Especias amarillas
Mantequilla
2 vasos vino blanco


Preparación:
El cochinillo se parte en cuatro partes, se sazona, se le añade aceite y se reserva en un cacerola grande.


En un vaso de batidora se mezclan los ingredientes para el majao, ajos, perejil, pimienta, orégano, tomillo, pimentón dulce, especies amarillas, mantequilla, vino y un poco de aceite, todo esto se bate y se añade al cochinillo en la cacerola grande y se mezcla todo.

Ya mezclado se deja reposar entre 8 y 10 horas.

Una vez ya macerado se saca y se incorpora a una bandeja de horno, el horno tiene que haber sido calentado antes a 220ºC. Se introduce en el horno y se deja aproximadamente unas dos horas, depende del tipo de horno que se tenga, a la mitad de tiempo se da la vuelta al cochinillo.

Espero que os guste, mi padre me lo enseño y quiero compartirlo con todos vosotros.

Albaycin I. Desde Puerta Elvira hasta el Mirador de San Nicolás.

EL ALBAYZÍN



El Albaycín es el antiguo barrio árabe. Comprende la zona situada entre la colina de la Alhambra, el cerro de San Cristóbal; el Sacromonte y la calle Elvira.

Según algunos lingüistas debe su nombre actual a los pobladores de la ciudad de Baeza (Jaén) llamados al-Bayyasin (pobladores de Baeza) que, desterrados de ella, tras la batalla de Navas de Tolosa, se asentaron en esta zona de Granada, fuera de las murallas existentes. Otros lingüistas aseguran que un topónimo viene del árabe que significa el arrabal de los halconeros. El Albaycín constituye un mundo aparte en el conjunto granadino. Esto se debe a la fuerte influencia musulmana. Fue en este lugar donde se erigió la primera corte musulmana en el siglo XI, la zirí. La ciudad descendía por San Nicolás hasta las márgenes del río Darro, pobladas de lujosos cármenes y dotados de espléndidos baños públicos, como muestran los del Bañuelo. El máximo momento de esplendor del Albaycín fue en los últimos años del dominio nazarí, una población de más de cuarenta mil habitantes y treinta mezquitas. Las calles eran muy estrechas y las casas pequeñas y limpias, además de contar con numerosos aljibes, algunos de los cuales han llegado a nuestros días. Tras la Conquista, a los musulmanes se les asignó como lugar propio de residencia el barrio del Albaycín. Pero, bien pronto la población se iba a enrarecer. Las constantes sublevaciones, obligaron a los monarcas a expulsar del Reino a los que practicaban la religión musulmana. Las mezquitas fueron demolidas y sobre los mismos emplazamientos se levantaron las numerosas iglesias que hoy lo pueblan. Los moriscos dejaron sus casas, lo que fue aprovechado por los cristianos ricos de la ciudad baja para edificar suntuosos cármenes.

Este es un barrio para relajarse, para recorrer todas sus callejuelas y descubrir cosas que no vienen en guía alguna. Ninguna visita al Albaycín puede ser completa sin admirar la panorámica del barrio desde la Alhambra; por algo los reyes granadinos construyeron su palacio allá arriba.
El Albaycín es un barrio para vivir el ambiente de sus bares de tapas y terrazas. Y como punto y seguido, aquí no hay final, contemplar una puesta de sol sobre la Alhambra, en el preciso momento en que se tiñe de rojo.


EL ALBAYCÍN DE NOCHE



Junto al Albaycín diurno, hay también un Albaycín de la luna con otra cara que el sol no puede desvelar la noche, que impone su lenguaje de luces, sombras y susurros, hace que disminuya nuestro interés por el calado histórico y potencia, por el contrario, el imperio de los sentidos. Ayudados por la iluminación artificial o un baño de luna, se descubren visiones imposibles durante el día. Se huelen las fragancias puras que exhala la vegetación de los carmenes, se reciben las brisas frescas de la noche estival y se perciben sonidos modulados y adaptados al silencio. 
  
Al atardecer, el mirador de San Nicolás intensifica su carácter de foro cosmopolita, multiétnico e internacional. Por algo, la famosa puesta de sol que desde él se contempla, extendió su larga sombra hasta la Casa Blanca. Es como si la voz del almuédano desde el alminar de la mezquita moderna llamando a la última oración, congregase a todas las naciones y gentes en un microcosmos donde caben todas las religiones y culturas. Pero la voz prolongada, monocorde, es también un llanto lanzado al aire que trae los fantasmas del viejo Albaycín musulmán.

San Nicolás es el corazón de la noche albaicinera. Al oscurecer, la Alhambra descansa de tanto ser contemplada, pero su sueño es efímero. Y cuando es sacada de las sombras por la luz artificial, un nuevo ciclo vital comienza en el mirador. El espectáculo atrae a una subirá marea de gente, entre la que nunca faltan las parejas en luna de miel que conjuran su futuro de amor besándose frente al ascua encendida de la Alhambra. También son asiduos los grupos de jóvenes y menos jóvenes que, sentados en círculo, rasgan una guitarra y fuman sin pudor un porro colectivo que expande sus efluvios hasta quienes no siempre quieren recibirlos.

El escaparate en que se convierte el monumento nazarí durante la noche encierra un contrasentido histórico, pues la Alhambra es ante todo una fortaleza, que por propia naturaleza se construyó para ahuyentar y rechazar al que se acercase a ella. Los primeros muros de la Alhambra se levantaron a la luz de las antorchas, porque durante el día sus moradores estaban ocupados en defenderla de un ejército que la asediaba. La fosforescencia de las almenas creciendo en la oscuridad, debió impactar tanto a los sitiadores que desde entonces le llamaron el Castillo Rojo, pues no otra cosa significa al-Qala´al-Hamra. Aquellos andaluces de entonces no pudieron imaginar que mil años después, el fuego de las antorchas sería sustituido por una luz extraordinaria, mágica, que haría que los torreones de la guerra atrajeran a peregrino de todo el mundo y quedaran grabados en el imaginario de muchas naciones.

Esta estampa se ha convertido en el principal símbolo de nuestra ciudad y es, en esencia, la imagen congelada que de Granda se llevan quienes nos visitan. Para ellos todas las calles de Albaycín nocturno llevan a San Nicolás y con frecuencia ni siquiera caminan, porque llegan en taxis, cazan la Alhambra en sus retinas y cámaras digitales para volver raudos al hotel. Uno puede preguntarse que concepto se hacen del monumento. Es de suponer que esos minutos extraordinarios no son para pensar en asedios de rudos ejércitos medievales o en castillos en los que el poder asentaba y sentía seguro; y los guías turísticos,  con frecuencia muchachas jóvenes y hermosas, se encargan de que la Alhambra sensualice la prosaica realidad cotidiana y se lleven un mito inolvidable de su visita a Granada. 

Por ello, el Castillo Rojo no es la residencia de Marte, dios de la guerra, sino  la de Venus, diosa del amor; amor real, erótico y sexual. En sus palacios vivieron sultanes permanentemente entregados a los placeres del harén, sus torres fueron escenarios de amores traicionados regados en sangre y por sus jardines, ocultos a toda mirada, paseaban huríes de esplendidos atributos.



Para un visitante foráneo nada desvía su atención de la Alhambra, pero el granaino que sube a esta singular atalaya gusta desparramar otras miradas sobre la ciudad nocturna que se extiende a sus pies. Granada es dispersada por una siembra de farolas bajo las que se intuye la vida, y desde hace unas décadas cerrada por un anillo de luciérnagas que se mueven por la carretera de la Circunvalación. Entre tanto, se escuchan los murmullos de los bares cercanos abiertos en la plaza y atestados de gente. El silencio no es absoluto, pero permite que lleguen con nitidez los acordes musicales del Generalife en época de festivales.

También, buscamos en San Nicolás sacudirnos el calor de la ciudad estival en las terrazas de ocio y restaurantes que siembran sus alrededores. Y en el mismo lugar, la gloria trasnochada del alminar de San Juan de los Reyes, es otra de las miradas que pueden descubrirse desde la sorprendente corona de un viejo torreón.

El mirador y los restaurantes con vistas de antología están pensados para inmovilizar al visitante, pero el Albaycín vedado a los automóviles, es también por la noche un espacio idóneo para caminar. Al margen de miedos sociales y leyendas urbanas, hay todo un paseo silencioso y desértico por descubrir. Con la luz de la luna es mucho mas necesario leer los letreros de las calles para no perdernos, entonces los nombres nos parecen mas evocadores de pasados fabulados y de realidades prosaicas que ya se fueron con el tiempo: mujeres que se levantan sus largas faldas para poder transitar en la cuesta de las Arremangadas, una pasión fugaz en el callejón del Beso, una dama aristocrática recién peinada saliendo del palacio de los Porras o un magistrado calvo y con negra capa circulando en la penumbra por la calle Oidores.

Recorrer las calles por el Albaycín en sombras agudiza más nuestros sentidos que si lo hacemos por cualquier otro barrio de Granada. El silencio, las angosturas, la trama dislocada de calles hacen casi imposible que caminemos con indiferencia hacia lo que nos rodea. El murciélago que aletea sobre nuestras cabezas, el gato que se encarama imperceptible por una tapia, el chucho que levanta la pata sobre una esquina desconchada o los perfúmenes  súbitos de un jazmín colgante, quedan inmediatamente recogidos en nuestro archivo de sensaciones. Nos fijamos, como no haríamos en otros paseos, en los transeúntes que circulan en dirección contraria a la nuestra o en la mujer que cierra la puerta de su casa cuando pasamos junto a ella. Es difícil resistirse a la tentación de mirar por el ventanuco abierto de un patio y descubrir una parte de su intimidad.

La noche en este Albaycín desértico enfatiza el pasado de muchos de sus rincones. En la calle san José, el alminar iluminado emerge como un faro solitario de cuyo interior fluye un resplandor silencioso que inevitablemente rememora la Granada que fue y ya no es. En otros lugares, la luz que alumbra el brocal de un aljibe o el sonido cantarín de un pilar, condensan en un instante transhistórico el eco de mujeres de otros tiempos repostando agua domestica; las hornacinas con estampas de santos incitan a la devoción de los mas incrédulos y las torres incandescentes de las iglesias reclaman una espiritualidad perdida. Y cuando pasamos junto a los conventos, llega la imagen invisible de la monja enclaustrada y espiritualizada tras las celosías, tan cercana a nosotros en la distancia como alejada de la realidad social de hoy. Entonces es casi inevitable el contraste con el Albaycín revolucionario, anarquista, de la Segunda República, con el tumulto de aquellas noches de fuego devastador y pasión por cambiar el mundo por otro nuevo, en el que no cabían los privilegiados o la vida mística y contemplativa.

El contraste de este Albaycín poco transitado durante la noche está al pie de la colina, en la Carrera del Darro. La regulación del tráfico la ha convertido en un río de gente que camina en ambas direcciones hasta el Paseo de los Tristes. Su magia radica en que es un oasis de fresco en las tórridas noches de la ciudad baja. La corriente del río es muy delgada y su rumor imperceptible, pero viene acompañada de una relente que antes ha circulado entre alamedas, fresnos y zarzamoras para finalmente acariciar a las personas y a las torres encendidas del Palacio Rojo.

Cuando los focos que iluminan la Alhambra se apagan, se anuncia la definitiva hora del descanso. El Albaycín también debe dormir, descansar de tanta historia enfrentada. Albaycín que nunca llega a descubrirse plenamente, que es universal y pueblerino, musulmán y cristiano, clerical y revolucionario. Albaycín de navajas y sangre lorquianas, Albaycín, en fin, origen y destino de Granada.


Calle Elvira

El nombre de la calle tiene su origen en la puerta de entrada al recinto-arrabal del Albaycín: puerta Elvira. Y este nombre se debe, a su vez, a la orientación-guía de la puerta hacia Sierra Elvira y a la fortaleza que allí establecieron los musulmanes tras la conquista del territorio de la vega: Ilvira.



Puerta Elvira fue construida en el siglo XI reinando Habbus (1019-38) de la dinastía zirí. En el siglo XIV, con los nazaritas en el poder, Puerta Elvira fue reconstruida y los restos de esa construcción son los que han llegado hasta nosotros.

Defendía su entrada un fuerte muro con tres puertas. La puerta principal se encuentra en un torreón. Esta puerta daba acceso a otras dos: la de Cava que lleva al Albaycín y la que conduce a la calle Elvira. La imagen de nuestra señora de las Mercedes está colocada sobre la puerta principal.



San José representa uno de los pocos ejemplos en que se respeta la construcción árabe. Gracias a ello podemos disfrutar del alminar o torre de la mezquita de los Morabitos, sobre la que se construyó la Iglesia, y aunque la torre hubo de adaptarse para campanario, la conjunción de estilos árabe y cristiano es llamativa.

También hemos de mencionar la conservación del aljibe (los aljibes fueron mucho más respetados por necesarios y porque su existencia no entrañaba ningún reto de poder como ocurría en el caso de mezquitas o palacios).

El lugar donde está la iglesia de San José estuvo ocupado por la mezquita de los Morabitos; tras la conquista, se procedió a la bendición cristiana. La ceremonia la llevó a cabo el primer arzobispo fray Hernando de Talavera, el 7 de marzo de 1492. Se erigió en parroquial en 1501 y fue demolida en 1517 para construir el templo cristiano. Próximas a la mezquita de los Morabitos existían unas mazmorras árabes en las que se torturaba y enterraba a los cristianos. En este lugar, los Reyes Católicos ordenaron la construcción de una ermita, dedicada a San Gregorio, uno de los obispos de la Ilíberis, de quien era devoto el arzobispo Talavera.
La ermita fue cedida a una congregación de clérigos menores de San Francisco que desde 1686 se hicieron cargo de la misma.

En los últimos años del siglo XVII se había convertido en templo y posteriormente se le agregó la capilla mayor y la torre.

A finales del XIX se cedió a las monjas del Santo Espíritu, y tras los graves problemas del periodo de la II República, fue restaurado por el Ayuntamiento y cedido a las monjas clarisas, que previamente se habían unificado con las del Santo Espíritu.

El propio nombre de «Santa Isabel la Real» nos muestra el interés de la reina Católica en el lugar y en la fundación del convento. En principio se pensó instalarlo en la propia Alhambra pero, al fin, y por fortuna, la Real Cédula de 15 de septiembre de 1501 ordenó su erección en este lugar de antiguos palacios de los reyes moros, pese a que estos edificios-solares ya habían sido otorgados al secretario de los reyes Hernando de Zafra. No hubo problema, ya que el secretario fue muy proclive a la cesión a cambio de otros terrenos edificios en la Carrera del Darro (Casa de Castril e inmediaciones).

Puerta Elvira, símbolo y origen del nombre de la calle, vivió hechos importantes de la Historia, entre los que destacamos:

* La entrada de Mohammad Aben Alahmar, que ocuparía el palacio del Gallo del Viento y crearía la dinastía nazarí.

* Por Puerta Elvira salió un poderoso ejército para reconquistar Jaén, que había caído en poder de las tropas cristianas en los primeros años del siglo XV.

* Por aquí deambulaba el sultán Muley Hacen cuando perdió la ciudad de Alhama de Granada.

* Los Reyes Católicos hicieron su entrada triunfal en Granada por esta puerta el día 6 de enero del año 1492.


Comencemos el recorrido:



La conocemos así, aunque el nombre de pila de esta callecita muy animada es la Calle de la Calderería Nueva. Ya no se arreglan calderas en esta callejuela, pero sí se calienta el ambiente los sábados por la noche, cuando los estudiantes granadinos invaden sus teterías. Quizás la mejor manera de adentrarse en el Albaycín sea por esta calle, en su punto de encuentro con la Calle de Elvira, siguiendo después su prolongación, la Cuesta de San Gregorio, al principio de la cuesta se encuentra la iglesia de San Gregorio, un templo conmemorativo y de alto contenido simbólico, muy vinculado a las tradiciones cristianas de la Granada romana e islámica, que fue habitualmente utilizado por los Reyes Católicos para fundamentar la conquista de Granada. 


Aquí la vemos desde arriba, con el campanario de la Catedral en el fondo, y unas granadas maduras desbordando del muro blanco...

Un poco más arriba, y al final de un retorcido callejón, se encuentra La Casa de Porras, un palacete del siglo XVI que era la propiedad de una familia del mismo nombre. Fue restaurado para ser un centro cultural, muy conocido en Granada por sus exposiciones de pintura y sus cursos de baile. Enfrente está el Carmen de los Cipreses. Fue el escenario muy romántico de las tertulias de los poetas y artistas granadinos de la época de Ángel Ganivet, Manuel de Falla y Federico García Lorca.

La calle San José une los dos núcleos referidos (San Miguel y San José) que ya fueran, en tiempos pasados, lugares preferidos de muchos jerarcas árabes. Destaca en las inmediaciones la placeta del Alminar (torre árabe). 
En la Plaza San José se encuentra la iglesia que da nombre a la plaza, Iglesia San José, construida en 1525 sobre la mezquita de los Morabitos (ermitaños), es la única parroquia del Albaycín con una capilla mayor de propiedad nobiliaria para uso funerario. 



Cerca de esta se encuentra la Plaza del Almirante con unas vistas magnificas de la Catedral.
Iglesia San Miguel Bajo, esta iglesia y su plaza llevan el nombre de "bajo" porque hay otro templo dedicado a San Miguel, en un cerro que domina la ciudad, y que es aún más "alto" que su tocayo en el Albaycín. Esta iglesia tiene, en su muro lateral, un aljibe moro, pues era, antes de la conquista, una mezquita. Sus dos columnitas de mármol blanco son romanas. El crucifijo que se alza en el lado meridional de la plaza es conocido por las lañas de hierro que sujetan sus piernas y brazos. 


El Cristo fue arrastrado y destruido por los soldados republicanos cuando estalló la Guerra Civil, pero los vecinos ocultaron los fragmentos en sus casas, después reconstruyéndolos con las grapas, y llamándolo, desde entonces, el Cristo de las Lañas.  La plaza se ha puesto muy de moda, entre los visitantes y los granadinos también, por sus tabernas al aire libre.

Fundado por la reina Isabel tras conquistar Granada, el Monasterio de Santa Isabel la Real se levantó junto al palacio de Dar Al-Horra. Se encuentra en el centro del Albaycín, en el Camino Nuevo de San Nicolás que recorre el barrio de norte a sur. Su iglesia es de una sola nave, con una capilla principal y en la que destaca su magnífica portada que diseño Enrique Egas en estilo gótico flamígero, también llamado isabelino por su extensivo uso en aquel reinado. 


Podemos ver símbolos de los Reyes Católicos en su portada, como el yugo y las flechas. Su campanario es de estilo morisco y se sitúa encima de un torreón.  La pila de agua bendita y la cubierta son ejemplos del legado andalusí, y ésta última goza de una bella decoración con pinturas platerescas.  El claustro es muy llamativo y tras ser restaurado se permite la visita a éste y a su hermoso patio. Las monjas que viven el monasterio cantan a diario por las tardes y los domingos a la mañana y son excelentes reposteras.

La calle Almirante enlaza Oidores con la plaza de San José. Debe su nombre a Juan de Almirante, repartidor real en la parroquia de San José; vivió a finales del siglo XVI y principios del XVII.

En la calle Oidores vivieron muy destacadas personalidades de la vida judicial de los cristianos. Está al oeste y paralela a San José, y debe el nombre de Oidores a que en este lugar se estableció, en el año 1508, el Tribunal de la Cancillería, hasta que en 1528 se trasladó a la casa del Patriarca de las Indias. En esta calle siguieron residiendo muchos oidores de la Cancillería.

La placeta de la Cruz Verde acoge cármenes tan interesantes como el de la Media Luna y el de Las Angustias.



Tras visitar el aljibe de Trillo, nos incorporamos a la cuesta del mismo nombre. En donde hoy está el llamado aljibe de Trillo hubo, en tiempo musulmán, una rábita y aljibe. Por la Cuesta llagamos a la placeta del Comino, en la que hay un aljibe.

Carril, Callejón y Cuesta de las Tomasas son vías que rodean el área por el sudeste. El de «Las Tomasas» es nombre popular, referido a Santo Tomás de Villanueva, patrón del convento de monjas fundado aquí. 
El cenobio está adosado a uno de los torreones de la antigua muralla de la Alcazaba. En un principio fue beaterio de las Agustinas Recoletas y se elevó al rango de convento el año 1635. Un edificio de corte modesto y que fue fácil pasto de las llamas en uno de los muchos incendios provocados en 1933. Se reconstruyó al finalizar la guerra civil española, en 1939.




La plaza del Abad ocupa el lugar donde estuvo el hospital general de los moriscos, hasta 1569. Demolido el edificio se construyó aquí el convento de los agustinos descalzos. No es extraño que la Plaza tomase el nombre del Abad del monasterio. Antes se llamó, como la puerta, Bibalbonud.

Uno de los enclaves más importantes del área Alhacaba-Plaza Larga-Panaderos, es el existente al final de la vía, en su unión con la Cuesta de Chapiz. Nos referimos a San Salvador.

Sin salir de este enclave podemos hacer un provechoso recorrido por una rica historia, desde los romanos hasta nuestros días. Fue este lugar, de ubicación de la mezquita Mayor de la antigua medina (por donde pasaba la muralla, con su célebre puerta de Bibalbonud), donde los cristianos erigieron la iglesia de San Salvador y donde, en todo tiempo, se condensó la historia artística y humana albaicinera.

La plaza de Aliatar recibe ese nombre en memoria del que fuera alcaide árabe de Loja, cuya ciudad defendió heroicamente cuando fue atacada por los Reyes Católicos en 1482.


Ortegas es una placeta-ensanche de la calle Pagés. Aquí vivieron los miembros de una prestigiosa familia de conquistadores que participaron en acciones de guerra en Málaga y Alhama, entre otras.

La pequeña plaza Aljibe del Polo lleva a la calle Panaderos. En la placeta hay un aljibe. El nombre específico de Polo puede deberse a uno de los conquistadores que acompañaron a los Reyes Católicos, que es citado por los historiadores y que consiguió, como recompensa de su colaboración, ser Alcaide de Caniles y sus Castillos, en 1482.

La calle del Agua es una de las más importantes del Albaycín, en nuestros días. Une la Plaza Larga con la prolongación de la Cuesta de Chapiz, en la plaza de Carniceros.


El nombre del Agua obedece a los muchos baños existentes en ella, de los que muy pocos se conservan. Sí hay casas moriscas en las que se reproduce la riqueza arquitectónica de la Granada musulmana: artesonados, yeserías, cenadores, arcos... En las proximidades de esta calle está la casa de los Mascarones, nombre justificado por los que decoran la fachada de la casa.
A esta zona de San Cristóbal los árabes la llamaron Saria o Xarea; en castellano Explanada.

Aquí elevaron su mezquita principal y también construyeron su aljibe. Y sobre la mezquita, como siempre, se levantó la Iglesia. El aljibe es del siglo XII y de bastante profundidad para aprovechar las aguas de la acequia que corría por allí. En la calle Larga de San Cristóbal otro aljibe más indica la existencia de una mezquita, desaparecida.
La calle Panaderos, antes se llamó de San Salvador. En sus inmediaciones todavía existen hornos-panaderías que justifican el nombre.

Muy visitado y de incansable observación es el Mirador de San Nicolás desde el que se contempla un extraordinario panorama, con la Alhambra al frente y sin que, al decir de ilustres granadinos, sepamos elegir si es más atractivo en los ardores del verano, los gélidos días de invierno, los vitales de la primavera o los nostálgicos otoñales.