EL
ALBAYZÍN
El
Albaycín es el antiguo barrio árabe. Comprende la zona situada entre la colina
de la Alhambra, el cerro de San Cristóbal; el Sacromonte y la calle Elvira.
Según
algunos lingüistas debe su nombre actual a los pobladores de la ciudad de Baeza
(Jaén) llamados al-Bayyasin (pobladores de Baeza) que, desterrados de ella,
tras la batalla de Navas de Tolosa, se asentaron en esta zona de Granada, fuera
de las murallas existentes. Otros lingüistas aseguran que un topónimo viene del
árabe que significa el arrabal de los halconeros. El Albaycín constituye un
mundo aparte en el conjunto granadino. Esto se debe a la fuerte influencia
musulmana. Fue en este lugar donde se erigió la primera corte musulmana en el
siglo XI, la zirí. La ciudad descendía por San Nicolás hasta las márgenes del
río Darro, pobladas de lujosos cármenes y dotados de espléndidos baños
públicos, como muestran los del Bañuelo. El máximo momento de esplendor del
Albaycín fue en los últimos años del dominio nazarí, una población de más de
cuarenta mil habitantes y treinta mezquitas. Las calles eran muy estrechas y
las casas pequeñas y limpias, además de contar con numerosos aljibes, algunos
de los cuales han llegado a nuestros días. Tras la Conquista, a los musulmanes
se les asignó como lugar propio de residencia el barrio del Albaycín. Pero,
bien pronto la población se iba a enrarecer. Las constantes sublevaciones,
obligaron a los monarcas a expulsar del Reino a los que practicaban la religión
musulmana. Las mezquitas fueron demolidas y sobre los mismos emplazamientos se
levantaron las numerosas iglesias que hoy lo pueblan. Los moriscos dejaron sus
casas, lo que fue aprovechado por los cristianos ricos de la ciudad baja para
edificar suntuosos cármenes.
Este
es un barrio para relajarse, para recorrer todas sus callejuelas y descubrir
cosas que no vienen en guía alguna. Ninguna visita al Albaycín puede ser
completa sin admirar la panorámica del barrio desde la Alhambra; por algo los
reyes granadinos construyeron su palacio allá arriba.
El
Albaycín es un barrio para vivir el ambiente de sus bares de tapas y terrazas.
Y como punto y seguido, aquí no hay final, contemplar una puesta de sol sobre
la Alhambra, en el preciso momento en que se tiñe de rojo.
EL
ALBAYCÍN DE NOCHE
Junto
al Albaycín diurno, hay también un Albaycín de la luna con otra cara que el sol
no puede desvelar la noche, que impone su lenguaje de luces, sombras y
susurros, hace que disminuya nuestro interés por el calado histórico y
potencia, por el contrario, el imperio de los sentidos. Ayudados por la
iluminación artificial o un baño de luna, se descubren visiones imposibles
durante el día. Se huelen las fragancias puras que exhala la vegetación de los
carmenes, se reciben las brisas frescas de la noche estival y se perciben
sonidos modulados y adaptados al silencio.
Al
atardecer, el mirador de San Nicolás intensifica su carácter de foro
cosmopolita, multiétnico e internacional. Por algo, la famosa puesta de sol que
desde él se contempla, extendió su larga sombra hasta la Casa Blanca. Es como
si la voz del almuédano desde el alminar de la mezquita moderna llamando a la
última oración, congregase a todas las naciones y gentes en un microcosmos
donde caben todas las religiones y culturas. Pero la voz prolongada, monocorde,
es también un llanto lanzado al aire que trae los fantasmas del viejo Albaycín
musulmán.
San
Nicolás es el corazón de la noche albaicinera. Al oscurecer, la Alhambra
descansa de tanto ser contemplada, pero su sueño es efímero. Y cuando es sacada
de las sombras por la luz artificial, un nuevo ciclo vital comienza en el
mirador. El espectáculo atrae a una subirá marea de gente, entre la que nunca
faltan las parejas en luna de miel que conjuran su futuro de amor besándose
frente al ascua encendida de la Alhambra. También son asiduos los grupos de
jóvenes y menos jóvenes que, sentados en círculo, rasgan una guitarra y fuman
sin pudor un porro colectivo que expande sus efluvios hasta quienes no siempre
quieren recibirlos.
El
escaparate en que se convierte el monumento nazarí durante la noche encierra un
contrasentido histórico, pues la Alhambra es ante todo una fortaleza, que por
propia naturaleza se construyó para ahuyentar y rechazar al que se acercase a
ella. Los primeros muros de la Alhambra se levantaron a la luz de las
antorchas, porque durante el día sus moradores estaban ocupados en defenderla
de un ejército que la asediaba. La fosforescencia de las almenas creciendo en
la oscuridad, debió impactar tanto a los sitiadores que desde entonces le
llamaron el Castillo Rojo, pues no otra cosa significa al-Qala´al-Hamra.
Aquellos andaluces de entonces no pudieron imaginar que mil años después, el
fuego de las antorchas sería sustituido por una luz extraordinaria, mágica, que
haría que los torreones de la guerra atrajeran a peregrino de todo el mundo y
quedaran grabados en el imaginario de muchas naciones.
Esta
estampa se ha convertido en el principal símbolo de nuestra ciudad y es, en
esencia, la imagen congelada que de Granda se llevan quienes nos visitan. Para
ellos todas las calles de Albaycín nocturno llevan a San Nicolás y con
frecuencia ni siquiera caminan, porque llegan en taxis, cazan la Alhambra en
sus retinas y cámaras digitales para volver raudos al hotel. Uno puede
preguntarse que concepto se hacen del monumento. Es de suponer que esos minutos
extraordinarios no son para pensar en asedios de rudos ejércitos medievales o
en castillos en los que el poder asentaba y sentía seguro; y los guías
turísticos, con frecuencia muchachas
jóvenes y hermosas, se encargan de que la Alhambra sensualice la prosaica realidad
cotidiana y se lleven un mito inolvidable de su visita a Granada.
Por ello, el Castillo Rojo no es la
residencia de Marte, dios de la guerra, sino
la de Venus, diosa del amor; amor real, erótico y sexual. En sus
palacios vivieron sultanes permanentemente entregados a los placeres del harén,
sus torres fueron escenarios de amores traicionados regados en sangre y por sus
jardines, ocultos a toda mirada, paseaban huríes de esplendidos atributos.
Para
un visitante foráneo nada desvía su atención de la Alhambra, pero el granaino
que sube a esta singular atalaya gusta desparramar otras miradas sobre la
ciudad nocturna que se extiende a sus pies. Granada es dispersada por una
siembra de farolas bajo las que se intuye la vida, y desde hace unas décadas
cerrada por un anillo de luciérnagas que se mueven por la carretera de la
Circunvalación. Entre tanto, se escuchan los murmullos de los bares cercanos
abiertos en la plaza y atestados de gente. El silencio no es absoluto, pero
permite que lleguen con nitidez los acordes musicales del Generalife en época
de festivales.
También,
buscamos en San Nicolás sacudirnos el calor de la ciudad estival en las
terrazas de ocio y restaurantes que siembran sus alrededores. Y en el mismo
lugar, la gloria trasnochada del alminar de San Juan de los Reyes, es otra de
las miradas que pueden descubrirse desde la sorprendente corona de un viejo
torreón.
El
mirador y los restaurantes con vistas de antología están pensados para
inmovilizar al visitante, pero el Albaycín vedado a los automóviles, es también
por la noche un espacio idóneo para caminar. Al margen de miedos sociales y
leyendas urbanas, hay todo un paseo silencioso y desértico por descubrir. Con
la luz de la luna es mucho mas necesario leer los letreros de las calles para
no perdernos, entonces los nombres nos parecen mas evocadores de pasados
fabulados y de realidades prosaicas que ya se fueron con el tiempo: mujeres que
se levantan sus largas faldas para poder transitar en la cuesta de las
Arremangadas, una pasión fugaz en el callejón del Beso, una dama aristocrática
recién peinada saliendo del palacio de los Porras o un magistrado calvo y con
negra capa circulando en la penumbra por la calle Oidores.
Recorrer
las calles por el Albaycín en sombras agudiza más nuestros sentidos que si lo
hacemos por cualquier otro barrio de Granada. El silencio, las angosturas, la
trama dislocada de calles hacen casi imposible que caminemos con indiferencia
hacia lo que nos rodea. El murciélago que aletea sobre nuestras cabezas, el
gato que se encarama imperceptible por una tapia, el chucho que levanta la pata
sobre una esquina desconchada o los perfúmenes
súbitos de un jazmín colgante, quedan inmediatamente recogidos en
nuestro archivo de sensaciones. Nos fijamos, como no haríamos en otros paseos,
en los transeúntes que circulan en dirección contraria a la nuestra o en la
mujer que cierra la puerta de su casa cuando pasamos junto a ella. Es difícil
resistirse a la tentación de mirar por el ventanuco abierto de un patio y
descubrir una parte de su intimidad.
La
noche en este Albaycín desértico enfatiza el pasado de muchos de sus rincones.
En la calle san José, el alminar iluminado emerge como un faro solitario de
cuyo interior fluye un resplandor silencioso que inevitablemente rememora la
Granada que fue y ya no es. En otros lugares, la luz que alumbra el brocal de
un aljibe o el sonido cantarín de un pilar, condensan en un instante
transhistórico el eco de mujeres de otros tiempos repostando agua domestica;
las hornacinas con estampas de santos incitan a la devoción de los mas
incrédulos y las torres incandescentes de las iglesias reclaman una
espiritualidad perdida. Y cuando pasamos junto a los conventos, llega la imagen
invisible de la monja enclaustrada y espiritualizada tras las celosías, tan
cercana a nosotros en la distancia como alejada de la realidad social de hoy.
Entonces es casi inevitable el contraste con el Albaycín revolucionario,
anarquista, de la Segunda República, con el tumulto de aquellas noches de fuego
devastador y pasión por cambiar el mundo por otro nuevo, en el que no cabían
los privilegiados o la vida mística y contemplativa.
El
contraste de este Albaycín poco transitado durante la noche está al pie de la
colina, en la Carrera del Darro. La regulación del tráfico la ha convertido en
un río de gente que camina en ambas direcciones hasta el Paseo de los Tristes.
Su magia radica en que es un oasis de fresco en las tórridas noches de la
ciudad baja. La corriente del río es muy delgada y su rumor imperceptible, pero
viene acompañada de una relente que antes ha circulado entre alamedas, fresnos
y zarzamoras para finalmente acariciar a las personas y a las torres encendidas
del Palacio Rojo.
Cuando
los focos que iluminan la Alhambra se apagan, se anuncia la definitiva hora del
descanso. El Albaycín también debe dormir, descansar de tanta historia
enfrentada. Albaycín que nunca llega a descubrirse plenamente, que es universal
y pueblerino, musulmán y cristiano, clerical y revolucionario. Albaycín de
navajas y sangre lorquianas, Albaycín, en fin, origen y destino de Granada.
Calle Elvira
El
nombre de la calle tiene su origen en la puerta de entrada al recinto-arrabal
del Albaycín: puerta Elvira. Y este nombre se debe, a su vez, a la
orientación-guía de la puerta hacia Sierra Elvira y a la fortaleza que allí
establecieron los musulmanes tras la conquista del territorio de la vega:
Ilvira.
Puerta
Elvira fue construida en el siglo XI reinando Habbus (1019-38) de la dinastía
zirí. En el siglo XIV, con los nazaritas en el poder, Puerta Elvira fue
reconstruida y los restos de esa construcción son los que han llegado hasta
nosotros.
Defendía
su entrada un fuerte muro con tres puertas. La puerta principal se encuentra en
un torreón. Esta puerta daba acceso a otras dos: la de Cava que lleva al
Albaycín y la que conduce a la calle Elvira. La imagen de nuestra señora de las
Mercedes está colocada sobre la puerta principal.
San
José representa uno de los pocos ejemplos en que se respeta la construcción
árabe. Gracias a ello podemos disfrutar del alminar o torre de la mezquita de
los Morabitos, sobre la que se construyó la Iglesia, y aunque la torre hubo de
adaptarse para campanario, la conjunción de estilos árabe y cristiano es
llamativa.
También
hemos de mencionar la conservación del aljibe (los aljibes fueron mucho más
respetados por necesarios y porque su existencia no entrañaba ningún reto de
poder como ocurría en el caso de mezquitas o palacios).
El
lugar donde está la iglesia de San José estuvo ocupado por la mezquita de los
Morabitos; tras la conquista, se procedió a la bendición cristiana. La
ceremonia la llevó a cabo el primer arzobispo fray Hernando de Talavera, el 7
de marzo de 1492. Se erigió en parroquial en 1501 y fue demolida en 1517 para
construir el templo cristiano. Próximas a la mezquita de los Morabitos existían
unas mazmorras árabes en las que se torturaba y enterraba a los cristianos. En
este lugar, los Reyes Católicos ordenaron la construcción de una ermita,
dedicada a San Gregorio, uno de los obispos de la Ilíberis, de quien era devoto
el arzobispo Talavera.
La
ermita fue cedida a una congregación de clérigos menores de San Francisco que
desde 1686 se hicieron cargo de la misma.
En
los últimos años del siglo XVII se había convertido en templo y posteriormente
se le agregó la capilla mayor y la torre.
A
finales del XIX se cedió a las monjas del Santo Espíritu, y tras los graves
problemas del periodo de la II República, fue restaurado por el Ayuntamiento y
cedido a las monjas clarisas, que previamente se habían unificado con las del
Santo Espíritu.
El
propio nombre de «Santa Isabel la Real» nos muestra el interés de la reina
Católica en el lugar y en la fundación del convento. En principio se pensó
instalarlo en la propia Alhambra pero, al fin, y por fortuna, la Real Cédula de
15 de septiembre de 1501 ordenó su erección en este lugar de antiguos palacios
de los reyes moros, pese a que estos edificios-solares ya habían sido otorgados
al secretario de los reyes Hernando de Zafra. No hubo problema, ya que el
secretario fue muy proclive a la cesión a cambio de otros terrenos edificios en
la Carrera del Darro (Casa de Castril e inmediaciones).
Puerta
Elvira, símbolo y origen del nombre de la calle, vivió hechos importantes de la
Historia, entre los que destacamos:
*
La entrada de Mohammad Aben Alahmar, que ocuparía el palacio del Gallo del
Viento y crearía la dinastía nazarí.
*
Por Puerta Elvira salió un poderoso ejército para reconquistar Jaén, que había
caído en poder de las tropas cristianas en los primeros años del siglo XV.
*
Por aquí deambulaba el sultán Muley Hacen cuando perdió la ciudad de Alhama de
Granada.
*
Los Reyes Católicos hicieron su entrada triunfal en Granada por esta puerta el
día 6 de enero del año 1492.
Comencemos
el recorrido:
La
conocemos así, aunque el nombre de pila de esta callecita muy animada es la
Calle de la Calderería Nueva. Ya no se arreglan calderas en esta callejuela,
pero sí se calienta el ambiente los sábados por la noche, cuando los
estudiantes granadinos invaden sus teterías. Quizás la mejor manera de
adentrarse en el Albaycín sea por esta calle, en su punto de encuentro con la
Calle de Elvira, siguiendo después su prolongación, la Cuesta de San Gregorio,
al principio de la cuesta se encuentra la iglesia de San Gregorio, un templo
conmemorativo y de alto contenido simbólico, muy vinculado a las tradiciones
cristianas de la Granada romana e islámica, que fue habitualmente utilizado por
los Reyes Católicos para fundamentar la conquista de Granada.
Aquí la vemos desde
arriba, con el campanario de la Catedral en el fondo, y unas granadas maduras
desbordando del muro blanco...
Un
poco más arriba, y al final de un retorcido callejón, se encuentra La Casa de
Porras, un palacete del siglo XVI que era la propiedad de una familia del mismo
nombre. Fue restaurado para ser un centro cultural, muy conocido en Granada por
sus exposiciones de pintura y sus cursos de baile. Enfrente está el Carmen de
los Cipreses. Fue el escenario muy romántico de las tertulias de los poetas y
artistas granadinos de la época de Ángel Ganivet, Manuel de Falla y Federico
García Lorca.
La
calle San José une los dos núcleos referidos (San Miguel y San José) que ya
fueran, en tiempos pasados, lugares preferidos de muchos jerarcas árabes.
Destaca en las inmediaciones la placeta del Alminar (torre árabe).
En la Plaza
San José se encuentra la iglesia que da nombre a la plaza, Iglesia San José,
construida en 1525 sobre la mezquita de los Morabitos (ermitaños), es la única
parroquia del Albaycín con una capilla mayor de propiedad nobiliaria para uso
funerario.
Cerca de esta se encuentra la Plaza del Almirante con unas vistas
magnificas de la Catedral.
Iglesia
San Miguel Bajo, esta iglesia y su plaza llevan el nombre de "bajo"
porque hay otro templo dedicado a San Miguel, en un cerro que domina la ciudad,
y que es aún más "alto" que su tocayo en el Albaycín. Esta iglesia
tiene, en su muro lateral, un aljibe moro, pues era, antes de la conquista, una
mezquita. Sus dos columnitas de mármol blanco son romanas. El crucifijo que se
alza en el lado meridional de la plaza es conocido por las lañas de hierro que
sujetan sus piernas y brazos.
El Cristo fue arrastrado y destruido por los
soldados republicanos cuando estalló la Guerra Civil, pero los vecinos
ocultaron los fragmentos en sus casas, después reconstruyéndolos con las
grapas, y llamándolo, desde entonces, el Cristo de las Lañas. La plaza se ha puesto muy de moda, entre los
visitantes y los granadinos también, por sus tabernas al aire libre.
Fundado
por la reina Isabel tras conquistar Granada, el Monasterio de Santa Isabel la
Real se levantó junto al palacio de Dar Al-Horra. Se encuentra en el centro del
Albaycín, en el Camino Nuevo de San Nicolás que recorre el barrio de norte a
sur. Su iglesia es de una sola nave, con una capilla principal y en la que
destaca su magnífica portada que diseño Enrique Egas en estilo gótico
flamígero, también llamado isabelino por su extensivo uso en aquel
reinado.
Podemos ver símbolos de los Reyes
Católicos en su portada, como el yugo y las flechas. Su campanario es de estilo
morisco y se sitúa encima de un torreón.
La pila de agua bendita y la cubierta son ejemplos del legado andalusí,
y ésta última goza de una bella decoración con pinturas platerescas. El claustro es muy llamativo y tras ser
restaurado se permite la visita a éste y a su hermoso patio. Las monjas que
viven el monasterio cantan a diario por las tardes y los domingos a la mañana y
son excelentes reposteras.
La
calle Almirante enlaza Oidores con la plaza de San José. Debe su nombre a Juan
de Almirante, repartidor real en la parroquia de San José; vivió a finales del
siglo XVI y principios del XVII.
En
la calle Oidores vivieron muy destacadas personalidades de la vida judicial de
los cristianos. Está al oeste y paralela a San José, y debe el nombre de
Oidores a que en este lugar se estableció, en el año 1508, el Tribunal de la
Cancillería, hasta que en 1528 se trasladó a la casa del Patriarca de las
Indias. En esta calle siguieron residiendo muchos oidores de la Cancillería.
La
placeta de la Cruz Verde acoge cármenes tan interesantes como el de la Media
Luna y el de Las Angustias.
Tras
visitar el aljibe de Trillo, nos incorporamos a la cuesta del mismo nombre. En
donde hoy está el llamado aljibe de Trillo hubo, en tiempo musulmán, una rábita
y aljibe. Por la Cuesta llagamos a la placeta del Comino, en la que hay un
aljibe.
Carril,
Callejón y Cuesta de las Tomasas son vías que rodean el área por el sudeste. El
de «Las Tomasas» es nombre popular, referido a Santo Tomás de Villanueva,
patrón del convento de monjas fundado aquí.
El cenobio está adosado a uno de
los torreones de la antigua muralla de la Alcazaba. En un principio fue
beaterio de las Agustinas Recoletas y se elevó al rango de convento el año
1635. Un edificio de corte modesto y que fue fácil pasto de las llamas en uno
de los muchos incendios provocados en 1933. Se reconstruyó al finalizar la
guerra civil española, en 1939.
La
plaza del Abad ocupa el lugar donde estuvo el hospital general de los moriscos,
hasta 1569. Demolido el edificio se construyó aquí el convento de los agustinos
descalzos. No es extraño que la Plaza tomase el nombre del Abad del monasterio.
Antes se llamó, como la puerta, Bibalbonud.
Uno
de los enclaves más importantes del área Alhacaba-Plaza Larga-Panaderos, es el
existente al final de la vía, en su unión con la Cuesta de Chapiz. Nos
referimos a San Salvador.
Sin salir de este enclave podemos hacer un provechoso
recorrido por una rica historia, desde los romanos hasta nuestros días. Fue este
lugar, de ubicación de la mezquita Mayor de la antigua medina (por donde pasaba
la muralla, con su célebre puerta de Bibalbonud), donde los cristianos
erigieron la iglesia de San Salvador y donde, en todo tiempo, se condensó la
historia artística y humana albaicinera.
La
plaza de Aliatar recibe ese nombre en memoria del que fuera alcaide árabe de
Loja, cuya ciudad defendió heroicamente cuando fue atacada por los Reyes
Católicos en 1482.
Ortegas
es una placeta-ensanche de la calle Pagés. Aquí vivieron los miembros de una
prestigiosa familia de conquistadores que participaron en acciones de guerra en
Málaga y Alhama, entre otras.
La
pequeña plaza Aljibe del Polo lleva a la calle Panaderos. En la placeta hay un
aljibe. El nombre específico de Polo puede deberse a uno de los conquistadores
que acompañaron a los Reyes Católicos, que es citado por los historiadores y
que consiguió, como recompensa de su colaboración, ser Alcaide de Caniles y sus
Castillos, en 1482.
La
calle del Agua es una de las más importantes del Albaycín, en nuestros días.
Une la Plaza Larga con la prolongación de la Cuesta de Chapiz, en la plaza de
Carniceros.
El nombre del Agua obedece a los muchos baños existentes en ella,
de los que muy pocos se conservan. Sí hay casas moriscas en las que se
reproduce la riqueza arquitectónica de la Granada musulmana: artesonados,
yeserías, cenadores, arcos... En las proximidades de esta calle está la casa de
los Mascarones, nombre justificado por los que decoran la fachada de la casa.
A
esta zona de San Cristóbal los árabes la llamaron Saria o Xarea; en castellano
Explanada.
Aquí elevaron su mezquita principal y
también construyeron su aljibe. Y sobre la mezquita, como siempre, se levantó
la Iglesia. El aljibe es del siglo XII y de bastante profundidad para
aprovechar las aguas de la acequia que corría por allí. En la calle Larga de
San Cristóbal otro aljibe más indica la existencia de una mezquita,
desaparecida.
La
calle Panaderos, antes se llamó de San Salvador. En sus inmediaciones todavía
existen hornos-panaderías que justifican el nombre.
Muy visitado y de
incansable observación es el Mirador de San Nicolás desde el que se contempla
un extraordinario panorama, con la Alhambra al frente y sin que, al decir de
ilustres granadinos, sepamos elegir si es más atractivo en los ardores del
verano, los gélidos días de invierno, los vitales de la primavera o los
nostálgicos otoñales.