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jueves, 21 de noviembre de 2013

Nuestro Padre Jesús "El Abuelo"

 
 
De entre todas las devociones arraigadas desde siglos en Jaén, cobra una especial relevancia la de Nuestro Padre Jesús Nazareno, o mejor dicho "el Abuelo" de Jaén.
 
A mi me lo conto mi abuelo, quien, a su vez, lo había oído del suyo, que hace ya muchos años, por el siglo XVI o XVII, en una casería que se encontraba a las afueras de Jaén y que se llamaba de Jesús, estaban los dueños en una tarde, en la puerta de su casa tomando el fresco:
 
- Estoy cansado, le decía Alfonso a su mujer.
- Es que te has dado un buen tute de podar y escamujar los olivos. Y encima, llevando toda la leña hasta el corral. ¿Por que no llamaste a tu hijo? Él es joven y tendrá que darse cuenta de que esta finca será para él, tu ya estas demasiado mayor para estas cosas.
- Anda, anda, mujer eres una exagera. El día que no pueda ni escamujar el ramón, mas valdrá que me quede en la casa sin salir. No puedo ver a otro trabajando a mi lado y quedarme quieto.
- Pero si acabas de decirme que estas muy cansado.
- Si es verdad, estoy cansado, fatigado por las labores del campo. Pero creo que eso es bueno, trabajar me ayuda a vivir y estar ágil aunque tenga ya unos cuantos años.

El matrimonio , sentado cada uno en un sillón, dejaba que el crepúsculo se les aproximara y los envolviera en la placidez de la tarde de un veranillo anticipado, como suele ocurrir en Jaén.

- ¡Padre! - oyeron a su hijo desde no muy lejos.

El muchacho apareció por la esquina de la casa seguido de un desconocido. El hombre tenia un aspecto envejecido, andar parsimonioso, una ligera encorvadura e iba vestido humilde pero aseada. Cuando se acercaron, a la luz que aun quedaba, notaron que aquel extraño miraba con una imponderable dulzura, sus ojos, en vez de provocar ninguna reacción de rechazo, de desconcierto o de curiosidad, sólo producían un efecto como de atracción, y al mirarlo, una paz interior, como un descanso ilimitado, inundaba el espíritu.

- A la paz de Dios- saludo el anciano.
- A la paz de Dios- respondió Alfonso- ¿Qué se le ofrece a vuesa merced?
- Pues verán, vengo de muy lejos y aún tengo mucho camino por delante, pero como se acerca la noche y estoy muy cansado, al divisar esta casería, me he dicho: me acercare hasta esa casa y pediré por Dios si me dejan descansar en ella.
- ¿Va muy lejos? - pregunto la mujer.
- Si señora, muy lejos; estoy a mucha distancia de mi casa. Pero con paciencia y perseverancia nada hay que no se logre.
- Siéntese y sea bienvenido a nuestra casa- le dijo Alfonso al recién llegado, al tiempo que le indicaba uno de los poyos de la lonja, el mas cercano a donde el matrimonio se encontraba. Y, dirigiéndose a su hijo le dijo -. Traéle a nuestro amigo un vaso de agua para que pueda refrescarse.

Entablaron una breve conversación acerca de la cosecha del año, sobre las labores del olivar que necesitaba en ese tiempo antes de la floración. La mujer, cuando ya empezaba a oscurecer, se levanto, entro en la casa y salió al rato con unos candiles para rellenar los cuencos con aceite, colgó uno y entró en la casa para preparar la cena.

- Dentro de un ratillo cenaremos, y después cuando vuesa merced quiera, mi hijo lo acompañara a un cuarto en el que podrá dormir las noches que quiera, ya solo nos queda este hijo en casa, por lo que tenemos dos cuartos con cama sin utilizar.
- Dios se lo pagara, buen hombre - dijo el anciano.

Se aprestaban a entrar para cenar cuando el viejo hablo de nuevo.

- No se si os habréis dado cuenta de que llevo un rato mirando ese tronco que esta delante. Tal vez creáis que desvarío, pero pienso que de él se podría hacer una imagen preciosa.

Alfonso, sorprendido por su huésped, no supo que decir, su hijo, en silencio, se quedo mirándolos a los dos.

- No os extrañéis -dijo el  viejo- soy una especie de escultor y he creado muchas obras. Si queréis de este tronco, os hare un nazareno. Sólo os pido que, como yo no puedo con él, me lo llevéis al cuarto que me asignáis, me deis una hogaza de pan y un jarro con agua y , por ninguna causa, entréis a esa habitación. Me encerrare con el tronco y, si cumplís lo que os digo, en un día tallare la imagen.

Era tal el gesto con el que los miraba, que a pesar de lo extravagante de la petición, padre e hijo quedaron convencidos de que debían hacer lo que el viejo le sugería. Subieron el tronco con bastante esfuerzo, le llevaron el pan y la jarra, y le dejaron un candil encendido. El viejo, al pasar por delante de la mujer, le dio las gracias, las buenas noches y le pidió que lo disculpara por no cenar con ellos. Le comento que tenia una cosa mas importante que hacer. Ella ante la serena mirada de aquellos ojos, no supo que decir, sólo asintió con la cabeza y balbuceo un entrecortado buenas noches.  

Se encerró el anciano e, inmediatamente, los dueños se pusieron a cenar.

- Padre - ¿se ha fijado en que no lleva ni herramientas ni equipaje? ¿Cómo va a trabajar el tronco?
- No lo sé, hijo, no lo sé, pero a mi me ha parecido que nos decía la verdad, que no nos engañaba cuando hablaba. Con esos ojos. Parece que no sea como nosotros.
- ¡Ay, Señor! -dijo su mujer- Es que piensas que sea....
- No se que pensar, mujer, no se que pensar, y el caso es que estoy muy tranquilo.

Concluida la cena y cada uno en su cama, ninguno de los tres pudo dormir aquella noche. Estaban a la escucha por si se escuchaba cualquier ruido, si había golpes, algún chasquido o rumor. ¡Nada! El mas absoluto silencio durante toda la noche. Al amanecer se levantaron y comenzaron sus quehaceres cotidianos, y el anciano seguía igual, silencio.

Aquel día les pareció el mas largo de sus vidas. Después de comer, el hijo le propuso a su padre entrar al cuarto, por si al anciano le había ocurrido algo, Alfonso negó con rotundidad que hicieran tal cosa. Habían prometido no entrar en un día y así lo cumplirían.

Cuando llego el anochecer, los tres se dirigieron al cuarto. Llamaron a la puerta. No les contesto. Dudaron si forzar la puerta para entrar, pero no fue necesario; al apoyarse en la manivela, la puerta se abrió.

La cama esta sin deshacer, el anciano no estaba allí, el hijo comprobó que la reja de la ventana estaba intacta. Junto a un rincón había un bulto inmóvil. Parecía un hombre inclinado hacia adelante y con los brazos doblados, como para coger algo. La mujer trajo un candil encendido, lo aproximaron y comprobaron que era la imagen de madera de un bellísimo Jesús Nazareno al que solo le faltaba una cruz sobre sus espaldas. Alfonso dio la vuelta alrededor y se detuvo mirando detenidamente la cara. Aquellos ojos...

Alfonso, sorprendido y encantado, se dirigió hacia la ventana. Miró al cielo. Allá en lo alto, otra estrella desconocida centelleaba intensamente y parecía como que, poco a poco, se alejaba de la tierra.

Al día siguiente, padre e hijo se llegaron hasta Jaén y contaron lo que les había sucedido. Revistieron la imagen, la guardaron y veneraron en la casería y, cuando Alfonso y su mujer murieron, los hijos, cumpliendo la voluntad de sus padres, donaron aquel Nazareno al Convento de los Carmelitas Descalzos que había frente a los Cantones, donde todo Jaén, desde entonces, le dio culto. Tiempo después lo trasladaron hasta la Merced porque el convento se arruinó.
 
 

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